Zona Crítica

¿Cosificación o empoderamiento? En defensa de vestir sexy

6 de febrero de 2022 21:57 h

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Tenemos un problema. Se llama cosificación o se llama empoderamiento, depende del ojo de quien mire y de las ideas que pongamos sobre la mesa. El último episodio público: el de Chanel, la ganadora del Benidorm Fest, que cantó y bailó su SloMo enfundada en un mono ajustado y con transparencias. La frustración por la derrota de Rigoberta Bandini y las Tanxugueiras y por el sistema de votación se canalizó, en parte, en forma de críticas a la canción y a su intérprete. Muchas, legítimas, muchas otras, lamentables. Y en medio, el machismo: un montón de voces señalando el machismo de la canción, pero también de la 'performance' de una mujer sexy que se exhibe -o a la que exhiben, decían- de esa manera para gustar y complacer la mirada patriarcal y masculina.

Me quedo en este caso con la segunda parte, las críticas por proponer y premiar una propuesta protagonizada por una mujer vestida así, que se mueve así y que canta lo que canta. El resumen de la crítica podría ser: frente a las propuestas feministas 'liberadoras' gana la tía buena que enseña. Yo misma expresé mi enfado porque no hubiera ganado Bandini y defendí que se trataba de una apuesta distinta, que cantaba a hechos poco reivindicados y celebrados desde la cultura, potente, divertida. Frente al 'Ay mamá' o incluso frente a 'Terra', 'SloMo' me parecía -y me sigue pareciendo- más de lo mismo, una actuación que ya hemos visto muchas veces en Eurovisión, un producto mucho más pobre y manido musicalmente hablando y que copia el rollo Becky G o Nathy Peluso,

Pero de ahí nos fuimos a la cosificación. Muchas voces, especialmente desde el feminismo, subrayaron de una u otra manera ese argumento de que el sistema apuesta por premiar lo normativo, la mujer sexy que viste ajustado y se contonea, la mujer cosificada y no la que se expone como sujeto. Lo entiendo: venimos de un contexto en el que todas nos hemos sentido repetidamente objetos, nos hemos visto representadas solo como objetos, y hemos sufrido las consecuencias. Porque si eres un objeto, una cosa, pueden hacer contigo lo que quieran, tu voluntad no es prioritaria, y tu función es la de gustar y complacer.

Entiendo el sentimiento, pero no lo comparto y tenemos un problema. Porque si a cada mujer que viste ajustado o sexy, que se peina y se maquilla, que lleva purpurina y transparencias, la vamos a tildar de 'cosificada', ¿dónde queda la capacidad de las mujeres de construir su propia vida, su propio imaginario? Si a cada mujer que en su vida privada o pública vista así vamos a señalarla como mujer cosificada, entonces estamos negando la capacidad de agencia de las mujeres para decidir, para moldear su propia vida y su cuerpo.

Además, ¿por qué señalamos un mono ajustado y con transparencias y no un vaquero apretado, una camiseta con escote, otra con una transparencia o la espalda al aire, un top que enseña el ombligo, una falda corta o pegada al cuerpo, las medias a mitad de pierna o incluso ropa interior llena de encaje o fruncidos, es decir, prendas que en muchos momentos llevamos casi todas las mujeres?, ¿dónde está la línea entonces entre decir que vestirse así es cosificarse y seguir señalando y clasificando a las mujeres por su aspecto y su ropa?; ¿qué posibilidad nos queda a las mujeres de redefinirnos como nos dé la gana?, ¿qué opciones tenemos que vestir sexy y conseguir el carné de empoderada?

El imaginario patriarcal atraviesa todas las capas de la realidad, influye también en la manera en que construimos 'lo sexy', lo morboso, o lo deseable. Repensar y deconstruir esos conceptos es necesario, pero además de la teoría no podemos olvidar que está la práctica de nuestras vidas. Si negamos la posibilidad de que una mujer que viste sexy sea una mujer empoderada o una mujer con agencia, entonces, ¿cómo vamos a construirnos? Parece que la única opción posible sea utilizar los códigos opuestos a los que hay ahora, no sé, ir de largo, ropa ancha, no enseñar mucho, maquillaje nada llamativo, nunca tacones, bragas blancas hasta el ombligo. Parece que sea imposible resignificar o apropiarse de lo sexy, y solo esté sobre la mesa la posibilidad de 'ser lo contrario' para que así nos califiquen como auténticas mujeres empoderadas.

El cuerpo y la sexualidad

Me adelanto a algunos argumentos en contra de este razonamiento. Uno, que estar empoderada es tener un buen sueldo, tener un puesto de responsabilidad o casa propia. Sí, la autonomía económica es 'empoderante' y necesaria para que las mujeres puedan llevar a cabo su propio proyecto. La pregunta es por qué tenemos que negar que lo que tiene que ver con el cuerpo y la sexualidad son condiciones que también pueden ser empoderantes. Necesitamos reconocer que todo lo que tiene que ver con el deseo, la sexualidad, el sexo, el cuerpo y el placer es también un aspecto fundamental de la vida y un terreno de disputa por nuestros derechos y nuestra identidad. Si no, seguirán siendo otros los que marquen las reglas y, entonces sí, seguiremos siendo objetos.

El segundo argumento sea quizá el mito de la libre elección, esto es, que el patriarcado se moderniza y las mujeres terminamos aceptando o actuando de determinada manera condicionadas por sus mandatos, aunque no obligadas como lo éramos antes. Y yo me pregunto: ¿por qué ya no negamos la posibilidad de que una mujer decida situarse 'libremente' en una relación de pareja heterosexual monógama a pesar de que sabemos que el matrimonio y la monogamia han sido históricamente -y lo siguen siendo en muchos lugares o de cierta manera- instituciones opresoras para nosotras, pero sí negamos la posibilidad de que una mujer desee vestir medias de rejilla y shorts mientras menea el culo y baila reggeaton?

Parece plausible que nuestros sesgos culturales, racistas, eurocéntricos, y de clase estén influyendo en el énfasis con el que vemos y señalamos el machismo en algunos espacios y grupos de mujeres y minimicemos el que sucede en otros. También es posible que tengamos que practicar más un feminismo del goce que explore la posibilidad de apropiarnos de nuestros cuerpos y de nuestra sexualidad desde otros lugares pero sin que vestir ajustado te quite el carné de empoderada. Si ir sexy siempre va a ser cosificarse, ¿no es eso lo mismo que decir que la única mirada que puede definirnos es la de la masculinidad más típica?

El tercer argumento contra mi razonamiento: el sistema premia o prefiere a las mujeres sexys porque le conviene, le es más funcional. Ahí sí estoy más de acuerdo, pero con matices. A un cuerpo racializado se le permite sexualizarse pero no aspirar a un empleo o cruzar una frontera con la misma facilidad que a uno blanco. A mujeres blancas como las Tanxugueiras las preferimos haciendo de graciosas o de folclóricas, pero el sistema no les da rol de mujer deseable. He pensado estos días, por ejemplo, si nos imaginamos a Chanel cantando 'Ay mamá' y a Rigoberta Bandini o Tanxugueiras cantando 'SloMo'. Yo la verdad que no, y no porque me parezca imposible, sino porque sí creo que los estereotipos siguen funcionando, y hay cuerpos e identidades que, según sus características, se clasifican de una u otra manera, se les dan más unas oportunidades u otras.

Así que, poniéndonos a pensar en qué sería más transgresor, me imagino a los productores y compositores de SloMo buscando una mujer de 41 años, de la talla 46, con su tripa, su culo y su celulitis, con su rosácea en la cara, para lanzarla al estrellato bailando sexy y enfundada en ropa ajustada. Y a un público entregado con una mujer racializada que compone sus temas y canta folk en camisón con acento dominicano. Igual que me parecería más transgresor que el próximo año sea Chicote el que de las campanadas en tanga y capa de superhéroe y Pedroche vistiera vaqueros. Todo eso ayudaría a crear un imaginario mucho más diverso.

Pero todo eso tampoco quita que Chanel pueda ser una mujer empoderada, otra cosa es que lo que haga sea transgresor hoy en día. Además, ¿qué es ser una mujer empoderada? Estar empoderada no es una condición fácil de definir, pero parece peligroso privar a una mujer de esa categoría solo por cómo viste o por su canción para Eurovisión. Hay mujeres con dinero y buena posición social que seguramente estén absolutamente desempoderadas en sus relaciones personales, por ejemplo. Habrá otras que vistan cuero y plataformas y que se sientan desempoderadas en su trabajo. Otras irán en chándal y ese día se sentirán la puta ama. Y muchas querremos seguir poniéndonos a veces pantalones que nos marquen bien el culo, enseñar el ombligo y sentir que vas a partir la noche. Llámenme cosificada.

En un mundo en el que nosotras estamos permanentemente en lucha, el verbo empoderar me parece más eso, una acción que vamos construyendo para ganar terreno, poder, independencia, para transformar. Nada de eso es fácil, unívoco ni constante. Puedes sentirte fuerte en un ámbito, y débil en otro, puedes avanzar y después retroceder. Empoderarse no es solo algo que tenga que ver con el cuerpo o el sexo, pero tampoco es algo reservado al poder y al dinero y que deba dejar fuera lo sexual. Empoderarse es, además, más que una característica individual, una acción colectiva.

¿Nos conviene a las mujeres dar y quitar carnés de empoderada a otras mujeres por su manera de vestir o sus letras sexuales? Claramente no.