Las cuatro caras de Pablo Iglesias
El liderazgo de Pablo Iglesias tiene especial relevancia desde la perspectiva de la comunicación política. Desde que se dio a conocer como figura mediática a través de las tertulias televisivas hasta el día de hoy ha vivido un intenso y fulgurante trayecto lleno de incidencias y cambios de rol. En todo momento, parece haber podido decidir siempre su futuro. Cada gran paso que ha dado lo ha hecho con gran autonomía, condicionado principalmente por su propio criterio.
Este lunes, hizo pública su inesperada decisión de encabezar la lista de Unidas Podemos a la Comunidad de Madrid. La comparecencia la hizo a través de un vídeo pregrabado, lo cual, en su caso, no deja de ser simbólico. En la intervención, anunció también que no volverá a la política nacional y, de alguna manera, dejó la sensación de que busca un radical cambio de vida después del 4 de mayo.
Nacido en los platós
Pese a que había desarrollado una intensa actividad política desde muy joven, Pablo Iglesias se dio a conocer como figura pública a través de la televisión. El auge de las tertulias basadas en la abierta polémica entre bandos enfrentados le ayudó a convertirse en el más destacado portavoz de la generación que protagonizó el movimiento 15M en 2011. Su lenguaje era informal y absolutamente cañero, “seductor para los jóvenes y los ciudadanos que se sentían abandonados por la política profesional”, según el sociólogo y expresidente de la ACOP David Redolí. Además, iba acompañado de un aspecto muy poco usual en la televisión convencional. Su coleta se convirtió en todo un símbolo de rebeldía y de ruptura de los cánones convencionales que en ese momento empezaban ya a resquebrajarse.
En enero de 2014, Podemos se presentaba como nuevo partido político en el Teatro del Barrio. En aquella histórica convocatoria, Pablo Iglesias aparecía como claro líder, abriendo y cerrando el acto. Pocos meses después, en las elecciones europeas de 2014 la formación morada obtuvo un resultado histórico y consiguió 5 escaños. Curiosamente, las papeletas no estaban encabezadas por el logotipo de Podemos, sino por una fotografía de su conocido líder. Era un momento de trascendentales cambios en el escenario político. Para el director general de Metroscopia, Andrés Medina, “Iglesias, al igual que Rivera o el rey Felipe VI, fue uno de los líderes que encabezó en aquel momento un rejuvenecimiento generacional en la escena pública española”.
Una figura imparable
El éxito de la formación fue arrollador. La figura de Iglesias adquirió una extraordinaria trascendencia política, pero también icónica. Casi se convirtió en una especie de rockstar, apoyado incondicionalmente por miles de seguidores que abarrotaban los lugares en los que comparecía públicamente. Sus presencias televisivas en cadenas como Cuatro y laSexta marcaban récords de audiencia. Redolí cree que “el manejo que tenía de las técnicas de comunicación política en esta etapa inicial es magistral: escenografías espectaculares, discursos muy trabajados, mítines multitudinarios, fuerte penetración en medios, uso intensivo de las redes sociales…”.
Seguramente, si hubiera que destacar un concepto que aglutine el valor de su figura en esta primera etapa, podríamos quedarnos con el del absoluto contraste que suponía respecto a la clase política existente hasta la fecha. Su llegada fue absolutamente disruptiva. Para Andrés Medina, “su liturgia, su vestimenta sin traje ni corbata, su forma de hablar más directa y televisiva contrastaba mucho con la liturgia que venía teniendo el anterior sistema de partidos. Él se erigía como la voz del pueblo frente a 'la casta' que parasitaba las instituciones”.
La leyenda se detiene
Podemos y Pablo Iglesias vivieron casi dos años legendarios. Partiendo de la nada, llegaron a retar al histórico PSOE en las elecciones de junio de 2016 para arrebatarle el liderazgo de la izquierda y conseguir un histórico sorpaso que, finalmente, no llegó a producirse. De alguna forma, la película dio un giro imprevisto tal y como avanzaba el guion. Pese a obtener más de 5 millones de votos, se quedaron a 15 diputados de superar a los socialistas.
El sueño se truncó y la evolución del perfil político de Iglesias modificó su rumbo. Su figura emergente e imparable empezó a transformarse en una esperanza truncada. El cambio de etapa se visualiza en Vistalegre 2, en 2017, donde un movimiento que hasta entonces se había destacado por su unidad y empuje se enfrenta a una seria crisis interna que muestra serios signos de división y enfrentamientos. La ruptura de la pareja Iglesias-Errejón se convirtió en todo un símbolo.
Según Redolí, “a partir de entonces, se desdibujan dos cosas que lo convertían, aparentemente, en un gran líder: la coherencia y su voluntad de unión”. Por vez primera, empiezan a extenderse críticas a su liderazgo. Andrés Medina destaca cómo, en esa etapa, “aparece un Pablo Iglesias con más aristas. Poco a poco, va cayendo en valoración, pierde a compañeros fundadores de partido y empieza a generar rechazo en parte del electorado de izquierdas”.
El fulgurante paso del tiempo
Esta segunda cara de Pablo Iglesias presenta rasgos de un líder mucho más castigado por el tiempo de lo que hubiera tenido sentido. Apenas habían pasado tres años de vida política. Sin embargo parecía que había transcurrido una década. Se le empiezan a atribuir rasgos de autoritarismo a la hora de manejar la organización. La idea de un grupo de amigos encabezando un movimiento de imbatible fuerza rejuvenecedora empieza a derivar hacia una organización política comandada por un liderazgo muy fuerte y poco abierto a la discrepancia y la integración.
Poco más de un año después, en mayo de 2017, se hizo público un detalle que en cualquier otro personaje público apenas hubiera tenido trascendencia alguna. Iglesias se convirtió en el centro de los ataques de una derecha política y mediática que siempre se sintió agredida por un líder cuya irrupción puso contra las cuerdas a buena parte de la clase dirigente española, englobada en el concepto de la casta que había dominado el país durante las últimas décadas. La compra de un chalet en las afueras de Madrid valorado en 600.000 euros se convirtió en un emblema de las campañas de destrucción de su ideario político.
La vicepresidencia del Gobierno
Las elecciones de abril de 2019 mostraron el serio retroceso de Podemos, ya rebautizado como Unidas Podemos, tras la integración con Izquierda Unida. En estos comicios, pierden alrededor de 1,3 millones de votantes, mientras el PSOE suma más de dos millones respecto a tres años atrás. Pedro Sánchez era presidente del Gobierno gracias a la moción de censura que había tumbado a Rajoy. Pablo Iglesias había facilitado la operación. El retroceso electoral aboca en una encrucijada. El PSOE quiere gobernar en solitario y Pablo Iglesias exige la coalición e, inicialmente, ser vicepresidente. La discrepancia abocó en la repetición electoral.
Pero Pablo Iglesias aguantó el pulso. En la convocatoria subsiguiente perdió casi 600.000 votantes, pero mantuvo la fidelidad de algo más de 3 millones y, sobre todo, conservó la llave de la gobernabilidad. Pedro Sánchez cedió y aceptó una coalición que convirtió a Iglesias en vicepresidente del Gobierno. Aparece así, el tercer perfil en su carrera política. La obstinación por conseguir el acuerdo y por asumir la vicepresidencia hizo aumentar aún más la presión sobre su persona. La ultraderecha desencadena una brutal, desmedida e incesante persecución personal contra él y su familia.
Un tercer perfil de personalidad
En aquella fase, la figura política de Pablo Iglesias se había transformado por completo. Ya no era el joven combativo e irreverente que surgió tras el 15M en sus apariciones televisivas. Tuvo que intentar aprender a manejar un difícil equilibrio entre los fundamentos rupturistas y combativos de su figura tradicional y el desconocido rol institucional que debía representar. Su posición subsidiaria respecto al presidente Pedro Sánchez le colocaba además en una posición alejada de su tradicional papel protagonista. Según Redolí, “con la potencia del PSOE y de Sánchez en La Moncloa, Iglesias tenía muy difícil brillar con luz propia. Su discurso se desdibujó mucho y su figura empezó a diluirse mientras las encuestas le eran cada vez más desfavorables”.
La expectación inicial despertada por su encumbramiento empezó a chocar con la rutina de una actividad política con muy poca luz. Para Andrés Medina, “al entrar al Gobierno, después de tanto desgaste a raíz de la repetición electoral, tuvo una pequeña luna de miel con parte de su electorado, pero el Pablo Iglesias vicepresidente chocaba con los dos Pablo Iglesias anteriores”. Cada vez que intentaba recuperar su espíritu combativo y reivindicativo, se despertaban extendidas críticas por la contradicción que suponía no aceptar su pertenencia destacada a un Gobierno que debía actuar con solidaridad y sin grietas.
Su papel como líder parece desdibujarse en la medida en que cuesta identificar a veces cuál es su auténtica función y responsabilidad. Redolí opina que “pasa a ver los toros desde el coso y no desde la barrera y se empieza a notar su falta de experiencia de gobierno”. Las críticas a su papel han sido muy habituales, especialmente entre quienes más le han atizado desde hace años. En términos generales, Andrés Medina entiende que “en su etapa como vicepresidente, le faltó institucionalidad y cultura de gobierno. Lo vimos claramente en los primeros choques que hubo en mayo con la pandemia en marcha”.
Hacia el final del viaje
La sorprendente decisión de Pablo Iglesias, hecha pública esta semana, no desvela la realidad de sus planes de futuro tras las elecciones de mayo. Parece evidente que su postura implica un importante grado de compromiso con su partido. Otros líderes relevantes no han querido asumir el complicado reto de afrontar unas elecciones en las que Unidas Podemos aspira a obtener un resultado digno, que le permita superar a Más Madrid, y a colaborar en la medida de sus posibilidades a impedir que el tándem Ayuso-Monasterio tome el poder.
Iglesias ha explicado a quienes le rodean que no volverá después de mayo a la política nacional. Quienes le conocen creen que podría alejarse de la actividad política directa y buscar un destino menos tenso y desgastante. Vamos a conocer a partir de ahora un cuarto perfil en su trayectoria. Posiblemente, su discurso y sus formas intenten recuperar al primer Pablo Iglesias colocado en primera línea de un frente antifascista. Sin embargo, es evidente que ese espíritu rupturista y revolucionario se va a compadecer con dificultad con el Iglesias de 2021.
Habrá que esperar unas semanas para entender el paso que ha dado. David Redolí ve “difícil hacer pronósticos con una figura política tan heterodoxa” e intuye “muchas dificultades para que pueda mantener un liderazgo político fuerte a nivel nacional al frente de Unidas Podemos. Acumula mucho desgaste, demasiadas incoherencias y no pocas divisiones y traumas internos generados durante su gestión”. Mientras, Andrés Medina llama la atención sobre el impacto que pueda tener el resultado electoral del 4 de mayo ya que, “según los sondeos, seguramente permita que Unidas Podemos supere el 5% en Madrid, pero no va a ser suficiente para disputarle el plebiscito a Más Madrid. El 5 de mayo podríamos encontrar a Pablo Iglesias que podría estar entre la cuarta y la quinta fuerza de la Asamblea”.
Si algo se le da especialmente bien a Pablo Iglesias, suele ser una campaña electoral. Casi con toda seguridad, los datos de UP el día 4 de mayo serán mucho mejores de lo que las encuestas mostraban hasta esta semana. Sin embargo, todo parece indicar que Iglesias está de salida y quiere cerrar su viaje, al menos temporalmente, con un acto de indiscutible servicio a su partido y a la lucha contra la derecha más extrema. De todas formas, aventurar en su caso cualquier hipótesis es absurdo. Una de las características comunes a las cuatro caras mostradas hasta hoy por Pablo Iglesias es su devoción por la sorpresa y lo inimaginable.
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