Como es día de reyes, y lo que esperamos al despertar es un regalo que nos alegre el día, en vez de un artículo hoy les voy a regalar un pequeño cuento. Por supuesto es un cuento de reyes. O de reinas. Es decir, un cuento republicano, que también los republicanos tenemos derecho a ilusionarnos con reyes (magos). Un pequeño ejercicio de política ficción, o hasta de fantapolítica, si prefieren, aunque habrá quien lo vea realista.
La historia comienza con una princesa, como tantos cuentos. A la vuelta de las vacaciones navideñas, la princesa visita un colegio el primer día de clase, que eso es muy de la realeza: visitar un centro de enseñanza, uno público y de barrio, charlar con niños y profesores, hacerse unas fotos, mostrar simpatía, naturalidad. Campechanía incluso. Está a punto de cumplir la mayoría de edad, toca trabajarse la imagen, preparar su futuro reinado, volverse imprescindible para su pueblo ya desde muy joven, ganar ese aura tan propio de la familia real: institucional, solemne, como de moneda o sello, pero a la vez familiar. A su padre le funcionó, confía en que a ella también.
Todo va bien, la princesa recorre los pasillos acompañada por el equipo directivo, hace preguntas sobre el proyecto de centro, se interesa por un mural que denuncia el cambio climático, saluda amistosamente a los estudiantes en el recreo, firma autógrafos en las carpetas, sonríe mucho, a los niños y a los fotógrafos y cámaras que la acompañan. Se asoma a las aulas de los más pequeños, finge asombro y entusiasmo con las manualidades, les pregunta qué les han traído los reyes, protagoniza un par de momentos simpatiquísimos con dos chiquitines encantadores. Finalmente entra en un aula para tener un breve encuentro. Sexto de Primaria. Son los mayores del colegio, pero todavía niños, once años, no darán ningún problema, eso pensaron en su equipo.
Recibida con un aplauso, se queda de pie, se apoya informal en la mesa del profesor, dirige un saludo, algo envarado pese a intentar mostrarse cercana. Pregunta a los estudiantes: cuáles son vuestras asignaturas favoritas, qué tal se os dan las mates, habéis pensado ya qué vais a estudiar. Y la inevitable pregunta: ¿qué queréis ser de mayor? Hay manos levantadas, revuelo, el profesor pide orden, tranquilos, contestad de uno en uno. Yo quiero ser médico. Yo, bióloga, me encantan los animales. Yo seré científica. Arqueólogo, pero de dinosaurios. Futbolista. Profesora.
“Yo quiero ser reina”. La clase estalla en una carcajada al escuchar a la niña de la segunda fila, también la princesa ríe por la ocurrencia. “Lo digo de verdad, yo de mayor quiero ser reina”, insiste muy seria, provocando nuevas risas y ganando toda la atención de los fotógrafos y cámaras, los periodistas acercan micrófonos y grabadoras, ya tenemos la anécdota del día.
-¿Qué pasa, no puedo ser reina yo también? -pregunta la niña, y su tono un poco insolente no deja claro si hay ingenuidad o mala intención en sus palabras, se encienden las primeras alarmas entre los acompañantes de la princesa pero ella mantiene la sonrisa, sigue confiando en una broma infantil, preadolescente, así lo indican las risas del resto de la clase.
-¡Tú no puedes ser reina! -grita un crío en la última fila.
-¿Por qué no? -se gira la niña.
-¡Porque tú no eres hija del rey! -explica el chico, y todavía hay inocencia en la escena, solo los adultos presentes -director, profesora, funcionarios, periodistas- temen una intención política. Por si acaso, alguien debería cortarlo antes de que deje de ser un incidente simpático. La princesa sigue sonriendo, pero hay algo, no sé, rígido en su expresión, una máscara. En realidad nada perceptible ha cambiado en su gesto, son los adultos quienes vemos incomodidad en su sonrisa, los adultos presentes y los adultos que un rato después veremos los vídeos y fotos, pronto virales.
-Dime, ¿por qué yo no puedo ser reina y tú sí? -pregunta directamente la niña a la princesa, con un tuteo que hasta ese momento era signo de cercanía y ahora de repente resulta agresivo. Hay cuchicheos nerviosos en la comitiva, el director propone seguir la visita, se hace tarde, pero todas las cámaras apuntan a la princesa, que sin perder la sonrisa inicia una explicación, un poco titubeante y seguramente impropia para ese auditorio: habla de constitución (Constitución, pronuncia con mayúscula), instituciones democráticas, monarquía parlamentaria, estabilidad, servicio público, y mientras habla, sintiendo sobre ella la mirada de la niña que hizo la pregunta y la de todos sus compañeros y la de quienes la veremos luego en vídeo, la princesa tiene una revelación, punzante e inesperada como un calambre: yo no seré reina.
Como el tópico ese de la vida pasando ante tus ojos en el momento de la muerte, también la princesa ve pasar en un segundo toda su vida, pero su vida futura, lo que vendrá a continuación, en las siguientes horas, días, meses: los telediarios muestran la anécdota del día. “La niña que quiere ser reina”, repiten todavía divertidos. “La niña que puso en un pequeño aprieto a la princesa”, admiten otros. “La niña republicana”, titula un medio digital. Algunos columnistas hacen la fácil analogía con el cuento del emperador desnudo. Las redes sociales comparten el vídeo y generan cientos de memes en pocos minutos.
A la tarde se conoce el nombre de la niña, algún periodista lo averiguó: Elvira. “La reina Elvira”, así la llaman al final del día. Podía haber quedado todo ahí, una anécdota, un pequeño aprieto, pero en los días siguientes el tema da juego en tertulias y columnas de prensa, mientras en redes sociales #ReinaElvira se mantiene en lo más alto. En las calles aparecen pintadas, algún artista gráfico diseñó un retrato de la niña coronada, imitando los dibujos de Banksy, la plantilla es reproducida por las calles de todo el país, y en camisetas que un colectivo republicano vende en internet.
Los habituales bomberos pirómanos entran en escena con todo el equipo: como respondiendo a una orden, decenas de columnistas y tertulianos abandonan el chiste y cierran filas con la monarquía (la Monarquía), ensalzan su papel institucional, los mejores cuarenta y cinco años de nuestra historia, alaban al rey y a la princesa, organizan actos de desagravio. Se pasan de frenada, claro, se exceden en su entusiasmo cortesano y acaban provocando el efecto contrario: la campaña por la “reina Elvira” coge más fuerza, en redes sociales pero también en las calles, con más pintadas y algunas concentraciones ya de indudable signo republicano, ondean banderas tricolores.
No faltan un par de excesos policiales al disolver concentraciones, varias multas por pintadas, y el previsible juez con exceso de celo que admite un par de denuncias por injurias a la corona contra colectivos y ciudadanos anónimos. Todo suma para la campaña antimonárquica, que no deja de ganar adeptos, y además parece tener el viento a favor: una nueva investigación periodística sobre el anterior rey, emérito y exiliado de lujo desde hace años, saca a la luz revelaciones sobre su fortuna, sus prácticas corruptas y sus impresentables amistades; nada que no se supiera, pero que profundiza la crisis de la monarquía. Así la denominan ya los medios más críticos: “crisis de la monarquía”.
Los partidarios del rey y la princesa hacen un intento más, y recurren a otra estrategia habitual en estos casos: echar fango. La niña protagonista del incidente, la tal Elvira, mira tú por dónde, ¡no es la niña espontánea e inocente que podía parecer! Sus padres están vinculados a un partido de izquierda, ajá, ya lo sospechábamos. Participaron en alguna candidatura municipalista tiempo atrás, sus firmas aparecen en manifiestos a favor del indulto de presos independentistas, contra la OTAN y similares. No son trigo limpio. ¡Evidentemente estaba todo preparado, la niña había sido manipulada, lo sucedido responde a una campaña de los habituales enemigos de España! Demasiado tarde, o demasiado alto el tiro: lejos de apagar el fuego, lo aviva más. El debate republicano, inexistente hasta unas semanas antes, gana espacio en los medios pero también en el parlamento, donde varios grupos presentan iniciativas que son tumbadas por la mayoría. La intervención de un diputado a favor de la república se viraliza.
Pasan los meses y la controversia no remite. La niña Elvira, que no ha vuelto a aparecer en escena e incluso sus padres la han cambiado de colegio para protegerla de los medios, se ha convertido en un icono republicano. Llegan las elecciones, y cuando todos esperaban que el tema fuese arrumbado por la contienda partidista, se convierte inesperadamente en elemento central de la campaña. Hay partidos que acuden a las elecciones llevando en su programa un referéndum sobre monarquía y república. Pese a los esfuerzos de los moderadores, algunos candidatos sacan el tema insistentemente en los debates televisivos.
Las elecciones dejan un parlamento fracturado, sin mayoría clara. La única posibilidad de gobierno pasa por una coalición que incluya a los partidos declarados republicanos. La derecha política y mediática pone el grito en el cielo, acusa al todavía presidente de vender la Monarquía, la Constitución, la estabilidad institucional y la unidad del país a cambio de apoyos parlamentarios. Por supuesto, en el frente republicano hay independentistas, comunistas y filoetarras, nada extraño. Hay una gran manifestación monárquica en Colón. Hay pronunciamientos de militares retirados, y un partido de ultraderecha propone defender la monarquía (la Monarquía, o incluso LA MONARQUÍA) en las calles. El mensaje navideño del rey, que se convierte en el más visto de la historia, incluye una defensa de la monarquía que no contenta a nadie: demasiado tibio para los partidarios, moviliza aun más a los detractores.
En medio de una creciente crispación, el partido gobernante rechaza las exigencias de sus socios y acaba por disolver las Cortes y repetir las elecciones. En la nueva campaña electoral el debate republicano gana todavía más presencia, se convierte en el tema central, el eje que divide a los partidos. El todavía presidente se muestra ambiguo cuando le preguntan si aceptaría una consulta. El Constitucional admite preventivamente un recurso para paralizar un referéndum que aún no existe. Los medios hablan de “elecciones plebiscitarias”. Cuando se cierran las urnas, los sondeos apuntan a una mayoría republicana.
Camino del exilio junto a su familia, la princesa recordará aquel día tras las navidades, la visita al colegio, aquella niña, su pregunta inoportuna que ahora, aquí, en el aula, mientras su vida futura pasa ante sus ojos, vuelve a escuchar, repetida:
-¿Por qué yo no puedo ser reina y tú sí?