Con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, las necesidades de la UE de un cierto estímulo fiscal descentralizado para frenar los populismos y el entierro por Theresa May no solo de la política económica de Cameron y Osborne, sino del thatcherismo, el neoliberalismo generalizado por el impulso que le dieron Reagan y la Dama de Hierro en los 80, se da por muerto. Mas, ¿qué viene después? No sabemos lo que puede ser el “trumpismo”, pero sí llega con una alta carga de neo-nacionalismo, proteccionismo y freno a globalización (que han empezado antes), estímulo fiscal antes que control monetario e impuestos aún menos progresivos, y claro está, un límite cuando no una reversión, de la inmigración.
El neoliberalismo se ha visto socavado por lustros de mayor desigualdad, la crisis vivida desde 2008 y el consiguiente auge del o de los populismos, términos definidos en el caso de Estados Unidos por Francis Fukuyama, en tiempos el teórico del fin de la historia con el triunfo del modelo liberal pero que hay que leer, como “el sello que las élites políticas atribuyen a las políticas apoyadas por ciudadanos comunes que no les gustan”. En el referéndum sobre el Brexit, hubo mucho neoliberal que votó a favor de la salida de la UE, descubriendo después que se habían cargado su ideal. Incluso convencidos neoliberales como Larry Summers o Martin Wolf, han rebobinado.
Aunque bajo esa denominación se esconden enfoques diversos, el neoliberalismo llegó a codificarse en diez puntos en el llamado Consenso de Washington de 1989, y consistía, simplificándolo, en reducción del gasto público (que sólo se consiguió a medias) y gestión de la economía a través de la política monetaria, privatizaciones, desregulación (sobre todo del sector financiero a lo que contribuyó decisivamente Bill Clinton) con la consiguiente financiación de la economía, apertura al intercambio de bienes y servicios y globalización, una fiscalidad a favor de las empresas y los más ricos, entre otros. Pensado en un principio para los países en vías en desarrollo con problemas, se aplicó también y muy esencialmente a las economías maduras. Aunque faltaba el impacto de la automatización, que, aunque se repatríen actividades industriales no garantiza más empleos.
Las décadas de neoliberalismo han aumentado la desigualdad en el seno de las sociedades occidentales (pero han supuesto también el ascenso de cientos o miles de millones de personas en los países en vías de desarrollo, a comenzar por China). En un trueque de, sí, más desigualdad en el seno de las sociedades, a cambio de productos más baratos; sueldos más bajos en muchos casos acompañados de “low cost” en el consumo o hiperconsumo.
Trump, aunque no sabemos aún qué va a hacer realmente, se propone flexibilizar los insuficientes controles y limitaciones que se habían impuesto en Wall Street tras la crisis de 2008, y fomentar un mayor gasto militar y una política de infraestructuras en un país muy necesitado de ellas pues lleva años de escasa inversión, pero financiado esencialmente por medio de una colaboración público-privadas. Trump ahora ha flexibilizado su actitud ante el servicio sanitario de Omaba, el Medicare, también una colaboración público-privada, pero no ha hablado de qué hacer en materia de educación (que en la superior privada deja endeudados de por vida a muchos jóvenes en ese país: esta deuda estudiantil ha pasado de 400.000 millones de dólares a 1,3 billones (o 1,2 billones de euros) desde 2005).
May por su parte se propone mejorar los servicios públicos, pero sólo para los británicos. Y favorecer las inversiones (como las de Nissan) a cambio de abordar los peores excesos del capitalismo. Se propone una política industrial (concepto que rechazaba el neoliberalismo) con 2.300 millones de euros anuales en I+D. Pasar de una política monetaria, que caracterizaba al neoliberalismo, a una de expansión fiscal puede ser deseable. Mas no todas las expansiones fiscales son equivalentes. Depende en qué se gaste. Todo ello en un posible y difícil marco de “estancamiento secular”.
Trump se propone reflacionar una economía sin inflación, a pesar de que los bancos centrales han inyectado unos 10 billones de euros en la economía en el mundo desde 2008. Una dosis de inflación puede beneficiar a los bancos que penan con tipos de interés bajos, y una reflación americana puede favorecer a Europa, pero perjudicar al consumidor y a los países (sector público y sector privado) endeudados que tendrían que pagar así más intereses, dinero mejor utilizado en una expansión fiscal. España, tiene la deuda pública (cercana al 100% del PIB) desbocada, así como la privada. Aunque una cuestión esencial –y en esa es una diferencia con Italia- es si esa deuda es financiada desde el extranjero o desde los ahorradores nacionales.
En Europa la Comisión, que también está virando hacia ese estímulo descentralizado y desigual, pide ahora a los países menos endeudados (como Alemania y Holanda) que gasten más, pero el estímulo fiscal que propone Bruselas de 50.000 millones de euros sería insuficiente para la Eurozona. En paralelo, el Plan Juncker que pretende doblar se financia en un 80% con capital privado, eso sí, garantizado por la UE.
¿Se está viendo el neoliberalismo reemplazado por un neo-nacionalismo, como señala Martk Blyth, catedrático de Brown University, o el propio The Economist una revista liberal por excelencia? ¿O estamos ante una renovación del reaganismo, un trans-neoliberalismo ¿Vamos también a un neo-autoritarismo frente a la democracia liberal? ¿Y un nuevo proteccionismo que ya ha hundido, por decisión anticipada de Trump, el TPP (acuerdo comercial transpacífico) y las negociaciones para el TTIP (transatlántico)? Es también un cambio que refuerza a los acreedores frente a los deudores, en una nueva situación y con la citada colaboración público-privada. E impositivo, a favor de los más ricos, incluido el propio Trump que renuncia a su sueldo como presidente, pero ganará más con las rebajas fiscales que se propone para las grandes fortunas como la suya.
Repensar globalización, pide Thomas Piketty para evitar que prevalezca el trumpismo. La redefinición o sucesión del neoliberalismo, sin embargo, no está en manos de una izquierda renovada, sino que una nueva derecha variopinta, cuyo origen es en parte populista (Trump, Brexit) o más clásica, como la propia Angela Merkel, convertida ahora en referente europeo frente al auge de los populismos de diversa índole.