Conduzco con la radio encendida y anuncian que van a entrevistar al ministro del Interior, Fernández Díaz, y digo “¡no!”. Y la apago. No estoy dispuesto a escucharlo, me niego. Me niego a aceptar que eso sea normal, que una persona así salga en la radio y se la entreviste como si eso fuera “democrático”. No lo es. Fernández Díaz, como este Gobierno, no es democrático y me niego a aceptarlo con mi asentimiento.
Lo conozco y los conozco, tengo edad para ello, son franquistas. No franquistas sociológicos o cosa por el estilo, lo son ideológicos y también de corazón. Asumen como suyo toda esa historia de terror y muerte, sé perfectamente lo que harían si se volviesen a dar aquellas circunstancias. Es así de simple, lo sé. Y ya no tengo estómago para seguir aguantando otros tantos años de democracia regida por franquistas. Me arrepiento enormemente de haber callado tanto, aceptado tanto, asentido tanto. No los aguanto y, al menos y ya que puedo apagarla, no los quiero en mi radio. ¡Fuera de mi coche!
Gobernaron y gobiernan, justificaron los fusilamientos, las torturas, la cárcel, las fosas comunes, la codicia y el clasismo sin límites y el racismo social que condena a los débiles, el odio a las libertades y a la libertad misma...Vale. Pero eso no es lo peor, lo peor no es ser vencido, lo peor es rendirse y eso es lo que ha hecho la izquierda y los demócratas españoles dándole reconocimiento a lo que no se le debía haber dado.
El pensamiento político reaccionario se extendió inexorable e imperceptiblemente por la sociedad española, un pensamiento esencialmente castizo y nacionalista. Y eso ha educado a generaciones, es el aire que se respira y que se presupone en las noticias, en la política, en las ideas, en el fútbol, en la literatura misma...La cultura política española, la ideología social, es reaccionaria. Si hubo un momento en que eso estuvo en cuestión hoy no lo es. Solo así se puede comprender que un partido que pretende representar la izquierda histórica española, como el PSOE, se abrace a Rajoy en una alianza contra un parlamento catalán que no reconoce las instituciones del estado. Rajoy ufano con sus mesas petitorias por toda España, sus millones de firmas contra el estatuto catalán, su recurso al Constitucional consigue que Sánchez acabe abrazado a él.
Ese pensamiento está asentado hoy con toda naturalidad, es el sobreentendido de toda la vida social española, es “lo natural” y por tanto resulta invisible, solo es visible y choca y es señalado lo que está fuera de ese pensamiento “natural”. Y es así que el mismo día en que escapo del ministro del Interior en la radio leo un artículo de Juan Cruz en que recrimina a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que no haya utilizado la palabra “España” en ningún momento a lo largo de una entrevista. He publicado dos libros con la palabra “España” y “españoles” en el título, así que me siento cómodo para decir que “España” y “español” son dos palabras abiertas a interpretación y que cada uno las vive, las siente o no y las entiende como quiere, incluso ignorándolas o negándolas, porque para eso se murió Franco y para eso está el sentirse libre. Colau dijo lo que dijo y dejó de decir lo que dejó porque quiso, porque tiene derecho y le dio la gana. Y es injusto juzgar esa decisión suya, porque se juzga su opinión. Y eso en el fondo lo sabe Juan Cruz si no le pierde la pasión.
Cruz es alguien de quien, como editor que fue, se puede decir algo parecido a lo que se dijo de Carmen Balcells, creó figuras literarias de alcance internacional, como periodista es alguien que nos ha contado muchas cosas y tiene cosas que contar y como escritor es ese niño inocente que aparece como un fantasma en sus mejores libros. Pero tan ideológico es que Colau tenga reparo o cuidado en utilizar la palabra “España” como que Cruz crea que debe usarla y se lo señale. En una ocasión, viajando por ahí adelante, una española me calificó de “nacionalista” por referirme a Galicia como “mi país”, intenté hacerle ver, imagino que no lo conseguí, que ella también se refería a España como “mi país” y, en cambio, no se consideraba nacionalista. El nacionalismo de estado, como parte del pensamiento conservador que es, en España es invisible. Por mi parte, hace años escribí entre muchas otras cosas, “La España de Paco Ibáñez”, hoy ya no lo haría, no tengo fuerzas. Me habéis cansado todos, Juan.
Pero la invisibilidad del pensamiento conservador permite que circule por todos los ámbitos con el carimbo de la responsabilidad y la probidad, ahí está José Antonio Marina, que lleva años impartiendo pensamiento conservador muy razonadamente y con buenas maneras. Es como el famoso “sentido común”, un razonar transparente como el agua, “lo natural”. Y ahora que tiene su momento y el ministro de Educación de este gobierno le pide ideas, y no será por casualidad, es su momento para decir eso que siempre tuvo en la punta de la lengua y se calló: hay que “condicionar el sueldo de los docentes a la evaluación del centro”.
Como desde hace unos años he vuelto a la docencia tienen derecho a razonar que mi comentario es interesado, pero les ruego que piensen en una maestra con una clase de veinticinco niños de tres años, pongo por caso. O treinta y algo adolescentes en un aula de un colegio donde hay niños y niñas con discapacidades y otros con problemas familiares o de integración cultural y hay que dar la asignatura que sea. Al señor Marina solo le deseo que se vea durante un mes en esa situación y que le pagasen en función de los resultados académicos, no se atrevería a decir eso que no es frivolidad, es crueldad e ideología. La ideología que castiga la enseñanza pública, la que le quita oportunidades a quienes más lo necesita, la ideología clasista de la derecha.
Hay otras maneras de entender la educación, la enseñanza pública, la profesión y la situación del profesorado y alumnado, pero no es la del señor Marina, con tanto sentido común, ni la de este gobierno. Pero esa opinión no la pide el ministro.
Ésta es una sociedad donde no hay referentes en la vida pública que piensen “distinto”, todos piensan “lo natural”, “lo normal”, “como debe de ser”. A ese consenso reaccionario se refiere Rajoy cuando habla de “la gente normal” para negar la disidencia, lo diferente, lo particular..., lo democrático.
Si han podido llegar hasta aquí sin enfadarse conmigo me atrevo a sugerir que, si tienen tiempo, échenle un vistazo a un artículo anterior en este mismo espacio, “Cómo hemos llegado a esto”. Comprobarán que me repito y que cada vez lo hago peor.