Hace veinte años los piquetes de campesinos franceses destruían en el sur del país varios camiones que transportaban fresas procedentes de España. Los agricultores protestaban contra las importaciones españolas, cuyo bajo precio desplazaba a los productos autóctonos en las grandes superficies. O tempora o mores! Entonces vivíamos en otro mundo muy diferente: el coloso rojo había desaparecido para ser entregado a los técnicos del desguace y el Tratado de Maastricht había sentado, dos años antes, las bases de la Unión Europea, la organización que prometía con enterrar décadas de conflicto y animadversión entre naciones en un continente que entonces luchaba por salir de la recesión económica. ¿Qué eran unos cientos de kilos de fresas alfombrando las carreteras francesas en comparación? Las sanciones aprobadas recientemente por Rusia son una prueba de lo mucho que ha cambiado el mundo desde entonces.
En respuesta a las sanciones impuestas por la UE a Rusia, a quien Bruselas acusa de desestabilizar Ucrania oriental, Moscú prohibió el pasado 7 de agosto la importación de carne, frutas, hortalizas, pescado, queso y productos lácteos procedentes de la UE, EE.UU., Australia, Canadá y Noruega. El 31 de julio Rusia ya obligaba a los camiones de Polonia a dar media vuelta, alegando que sus productos no se ajustaban a las normas sanitarias. Nada más conocer las sanciones, la Comisión Europea publicó un comunicado lamentando la decisión y denunciando la medida como “políticamente motivada” (¿acaso las sanciones de Occidente contra Rusia no lo son?), y, mientras desde Bruselas se intentaba llamar a la calma, en Fráncfort del Meno el Presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, ofrecía un mensaje mucho más realista: “Los riesgos geopolíticos –dijo– se han incrementado y algunos tendrán un mayor impacto en la eurozona que en otros lugares”.
El efecto bumerán de las sanciones
El efecto bumerán de las sancionesEl 7 de agosto las acciones de Rheinmetall, el mayor fabricante de armas de Alemania, se desplomaban bajo el peso de las sanciones aprobadas por la Unión Europea, antes, incluso, de que se conociese la respuesta rusa. El vicecanciller alemán, Sigmar Gabriel, había anunciado tres días antes la cancelación de un contrato entre la empresa y el gobierno ruso para modernizar un centro de entrenamiento militar de alta tecnología en Mulino, a 350 kilómetros al Este de Moscú. Rheinmetall calculó las pérdidas de la cancelación del contrato en al menos 20 millones de euros y reclamó una compensación al gobierno alemán, que al día siguiente amplió la concesión de la gestión del centro de entrenamiento del Bundeswehr en Letzlingen (Sajonia-Anhalt) a la compañía. La modernización del centro de Mulino la llevará a cabo finalmente la rusa United Instrument Corporation (UIC). Otra de las empresas alemanas afectadas por el anuncio de las sanciones de la UE a Rusia fue Adidas, cuyas acciones cayeron en picado a finales de julio. Adidas –patrocinadora de la selección rusa y de equipos como el Dinamo o el CSKA de Moscú– está tratando de encajar el golpe y de momento sólo abrirá 80 de las 150 tiendas que tenía pensado inaugurar en Rusia.
La balanza comercial con Rusia asciende a un total de 76.500 millones de euros –40.500 millones en exportaciones (principalmente maquinaria, automóviles y compuestos químicos) y 36.000 millones en importaciones (hidrocarburos y materias primas sobre todo)–, y 6.000 empresas alemanas operan en Alemania. Según Rainier Lindner, Presidente del Ost-Ausschuss der Deutschen Wirtschaft (que agrupa a las empresas con intereses en Europa oriental y Rusia), hasta 300.000 puestos de trabajo en el país dependen de las relaciones comerciales con Rusia. El 8 de agosto, el editor del Handelsblatt, el primer diario económico del país, hablaba por la herida en un artículo editorial muy poco habitual para la prensa económica alemana, donde incluso reivindicaba la figura del excanciller socialdemócrata Willy Brandt. “Esta política de darse cabezazos contra la pared –y justamente en el lugar donde la pared es más gruesa– sólo proporciona dolores de cabeza y poco más”.
Más patético resulta el caso de Polonia, cuyo gobierno, tras el anuncio del veto ruso, lanzó una campaña patriótica para que sus ciudadanos consumiesen las manzanas que el país dejaría de exportar. Una semana después, el ejecutivo de Tusk aterrizaba en la dura realidad y Varsovia comenzaba a estudiar pedir a la UE una compensación de 500 millones de euros. En Washington, mientras tanto, el embajador polaco pedía a EE.UU. que importase las toneladas de manzanas que Rusia dejará de comprar. Y la cosa no termina aquí: las manzanas polacas corren el riesgo de convertirse literalmente en el fruto de la discordia, ya según la Asociación Empresarial de Fruta de Catalunya (Afrucat), la situación en Europa podría agravarse este otoño cuando Polonia ponga en el mercado comunitario su cosecha récord de manzana, a las que habrá que sumar la de peras belgas y holandesas y los cítricos del Levante español.
El primer ministro de Finlandia –10% de sus exportaciones se destinan a Rusia– declaró que su país podría verse inmerso en una crisis económica. La presente situación despierta malos recuerdos entre los finlandeses. La desintegración de la Unión Soviética en 1991 significó para el país una caída del 70% de las exportaciones. Entonces Finlandia devaluó su moneda un 40% –algo que hoy, dentro del euro, no podría hacer– con el fin de aumentar sus exportaciones. La medida comportó el consiguiente incremento de la deuda privada denominada en otras divisas y una caída del crédito y la demanda agregada, lo que condujo a una oleada de bancarrotas y a un vertiginoso incremento del desempleo –del 3% al 20% en cuatro años– y todos los problemas asociados a él, de los que no ha conseguido hasta el día de hoy recuperarse del todo.
Las sanciones también repercutirán, por supuesto, en España, uno de los principales exportadores de frutas y hortalizas a Rusia. Dos días después de conocerse el anuncio de las sanciones, los precios agrarios experimentaron una caída de hasta el 50% en el país. Por comunidades, Andalucía, por ejemplo, exportó en 2013 a Rusia 6,7 millones de euros en tomates y 3,8 millones en pepinos. En el País Valenciano se verán afectadas las cosechas de cítricos y uva de mesa, y una de las mayores empresas de Alicante, Bonny S.A., dedicada al tomate, ha visto como perdía de un plumazo un 10% de sus exportaciones. Según Afrucat, un 13% de su cosecha de melocotones y nectarinas se destina al mercado ruso y encontrar mercados alternativos a él no es fácil. En palabras de Pere Roqué, presidente de la Asociación de Empresarios Agrarios de Lleida y de la Asociación agraria de jóvenes agricultores (AEALL- ASAJA), “no existen otros mercados porque cuesta tres años entrar en un país, es imposible hacerlo a mitad de campaña”.
El Ministerio de Agricultura ya ha pedido ayuda a Bruselas de los fondos de gestión de crisis de la PAC (Política Agraria Comunitaria) para paliar las consecuencias económicas del veto ruso y evitar que el producto sobrante inunde el mercado y hunda los precios. Por lo pronto, en el sur de Francia han vuelto a repetirse los piquetes contra los productos españoles. La Comisión Europa ha anunciado que destinará finalmente 125 millones de euros para financiar medidas excepcionales, que incluirán la retirada de la producción del mercado de ciertos productos y la compensación por no recoger o recoger antes de su maduración determinadas frutas y hortalizas. Hasta el momento, los países de la UE más afectados por las sanciones rusas son –en volumen total de exportaciones–, además de los ya mencionados, los Países Bajos –que perderá 300 millones de euros–, Dinamarca y Francia. El 14 de agosto la agencia Efe anunció que los ministros de Agricultura de la UE se reunirán de forma extraordinaria el próximo 5 de septiembre en Bruselas para abordar el impacto de las sanciones.
Non Terrae Plus Ultra?
Non Terrae Plus Ultra? ¿Cómo afectarán las sanciones de Occidente a Rusia? Obvio es decirlo, la economía rusa no saldrá ilesa. La consecuencia más probable, según muchos economistas, será un repunte de la inflación, una mayor alienación de la clase media hacia la política del Kremlin y un freno del crecimiento de la economía rusa, aunque Moscú espera que la situación sirva para diversificar la cadena de suministro y promover la producción local. Las compañías agrícolas rusas han visto cómo sus acciones subían entre un 30% y un 40% en una semana, aunque según algunos expertos, podría no tratarse más que de un movimiento especulativo. “Dependiendo de la dirección que tomen las nuevas sanciones, las acciones del sector agroindustrial ruso podrían crecer algo más, aunque ya se ha dado un primer impulso psicológico. Las consecuencias económicas reales dependerán de lo rápido que se consiga sustituir a los proveedores afectados por las sanciones”, señala un analista ruso citado por Russia Beyond The Headlines.
Por su parte, algunos medios occidentales han tratado de hurgar en la herida y enviado a sus corresponsales a fotografiar los estantes de los supermercados que van vaciándose a medida que pasan los días, y, cuando no encontraban lo que buscaban, simplemente echaron mano de las viejas fotografías de las colas que se formaban ante las tiendas estatales de la URSS para ilustrar sus artículos. Una mirada más atenta, sin embargo, ayuda a matizar las cosas y revela un panorama internacional mucho más complejo de lo que los medios occidentales están dispuestos a admitir.
En el siglo XXI, la UE es sólo uno más de los bloques económicos de un capitalismo mundializado, con competidores cada vez más serios a la tradicional hegemonía occidental. Por ese motivo, si los productos agrícolas de la UE no llegan a Rusia, los almacenes no quedarán desabastecidos, sino que otros productos procedentes de otros países ocuparán su lugar. Cabe recordar que Rusia, Kazajistán y Bielorrusia firmaron el pasado 29 de mayo el Tratado de la Unión Euroasiática (EAU), que entrará en vigor en 2015 y prevé una mayor integración económica entre sus Estados miembros (Armenia, Tadyikistán y Kirguistán son candidatos potenciales a entrar en la EAU). Pero además, el mismo día en que se anunciaban las sanciones contra la UE las autoridades rusas se reunían en Moscú con representantes del Ministerio de Agricultura de Brasil, que exportará 150.000 toneladas de pollo y ha aumentado en un mes sus exportaciones en un 79% a Rusia. Aquel mismo día quedó claro qué otros países podrían cubrir este nicho de mercado: Argentina, Chile, Ecuador y Uruguay podrían ver cómo aumentan en los próximos meses sus exportaciones de frutas, verduras, carne, pescado y lácteos a Rusia. Es difícil prever cómo recuperará la UE el terreno perdido ante el eventual levantamiento de las sanciones dentro de un año. Por lo pronto, Bruselas no ha digerido nada bien la situación y transmitirá a los representantes de “un grupo de países” de América Latina su desacuerdo, unas declaraciones cuanto menos sorprendentes viniendo de una organización supraestatal que ha promovido durante años el “mercado libre”. La respuesta de América Latina, sea como fuere, no tardó en llegar. “Argentina generará las condiciones para que el sector privado, con el impulso del Estado, pueda satisfacer la demanda del mercado ruso”, declaró el jefe de gabinete del Gobierno argentino, Jorge Capitanich. “Nosotros no tenemos que pedirle permiso a nadie para venderle alimentos a países amigos. Hasta donde sepa Latinoamérica no es parte de la Unión Europea”, replicó el 12 de agosto el presidente de Ecuador, Rafael Correa.
Además de Turquía –otro gran productor agrícola–, China también se beneficiará de las sanciones a Occidente. Según la agencia Xinhua, Beijing quiere profundizar la cooperación bilateral con el país vecino en materia de energía y agricultura –el año pasado exportó más dos mil millones de dólares sólo en productos agrícolas– y construirá en los próximos meses varios centros logísticos próximos a la frontera rusa para la venta de sus frutas y hortalizas a Rusia. Las instalaciones incluirán un mercado mayorista de 70.000 metros cuadrados y un almacén con una superficie de 30.000 metros cuadrados. China, cuyas relaciones con Rusia atraviesan su mejor momento, también ha visto como su sistema de pago, UnionPay, se ha convertido en el sustituto de Visa y MasterCard, que han bloqueado numerosas tarjetas de crédito en Rusia debido a las sanciones occidentales. Según el responsable de UnionPay en Rusia, Fan Jiguang, la compañía espera emitir dos millones de tarjetas de crédito en el país durante los próximos tres años. Otras dos economías emergentes, la India y Corea del Sur, se han negado a aplicar sanciones contra Rusia, a pesar de la presión estadounidense. “La comunidad internacional” es mucho más que EE.UU., la Unión Europea y sus aliados.
El desgarro europeo
Sorprende que la mayoría de analistas y kremlinólogos occidentales haya pasado igualmente por alto las consecuencias políticas del embargo ruso en la Unión Europea, especialmente en una economía, como la de la eurozona, en tensión, y con un sentimiento euroescéptico al alza, una respuesta que el Kremlin con toda seguridad sí que ha sabido calcular. Se han pronunciado ya en contra de las sanciones desde el presidente de Syriza, Alexis Tsipras, y la eurodiputada de EUPV Marina Albiol, hasta el presidente húngaro, Viktor Orban, quien declaró que, con ellas, Europa “se ha pegado un tiro en el pie”.
Según el politólogo ruso Maxim Samorúkov, los agricultores europeos cuentan con una amplia experiencia “a la hora de organizar manifestaciones multitudinarias y violentas ante la menor amenaza a su bienestar”, especialmente en Europa meridional. Súmese que, del veto ruso, quienes saldrán al fin y al cabo peor parados serán los países con una mayor base agrícola, es decir, los de Europa oriental y meridional, y no los países de Europa occidental y central, por lo que las tensiones internas en la eurozona podrían aumentar con las sanciones (aunque la balanza de daños podría equilibrarse si el gobierno ruso opta por ampliar el embargo a la industria automovilística, como sugieren algunos medios). El agricultor de Cieza, pongamos por caso, se preguntará muy probablemente por qué tiene que soportar las pérdidas de un conflicto que está ocurriendo a miles de kilómetros de su campo. Y esto, por cierto, no es ningún ejercicio especulativo, sino que ésa era la opinión hace unos días de Lorenzo Ramos, secretario general de la Unión de pequeños agricultores y ganaderos, y también la de Cristóbal Aguado, el presidente de la Asociación Valenciana de Agricultores (AVA). “Los gobernantes europeos –dijo Aguado– nos están dejando de lado, incluso haciéndonos daño a conciencia. Están actuando de una manera inconsciente y los planes que proponen son más una burla que una solución. Queremos vender en Rusia, queremos un acuerdo político y que desaparezca esta prohibición.” Los agricultores de Aragón –donde este año ha habido una mala cosecha, y para quienes el mercado ruso supone el 40%, llegando incluso al 100% en muchas cooperativas– amenazan con un paro, e incluso quemaron una bandera europea el lunes pasado.
“Cada coolie chino”, decía Bertolt Brecht, “si quiere ganar su comida, está obligado a hacer política mundial”. El agricultor de Cieza quizá no haya leído a Brecht, pero seguramente estaría de acuerdo.