Es difícil saber en qué momento empieza todo. Una cosa está clara: empieza pronto, muy pronto. De alguna manera entiendes que corres peligro, que tu cuerpo es un campo de batalla que debes proteger, que ser mujer es una actividad de riesgo. Probablemente la mayoría de advertencias son bienintencionadas. No dejes que nadie te toque. No te vayas con extraños. Que alguien te acompañe a casa. Llámame cuando salgas. Toca el telefonillo antes de abrir el portal para que sepamos que subes.
Diana Quer somos todas volviendo a casa una noche. Contentas después de haberlo pasado bien, pendientes del móvil o ensimismadas en cualquier pensamiento. Adentrándonos en una calle demasiado oscura, sintiendo una pequeña punzada de miedo de la que intentas desprenderte. Aprietas el paso, llegas al portal, miras hacia los lados, abres. Subes las escaleras deprisa y ya estás en casa. Ya ha pasado. Te quitas las botas y te tumbas en la cama. Hasta que un día ese relato se tuerce. “Me estoy acojonando, un hombre me está llamando”.
Porque las advertencias tienen su razón de ser. Si eres mujer, a lo largo de tu vida –y no uno ni dos, sino muchos días– te pasarán, con seguridad, algunas o todas estas cosas: te tocarán sin tu consentimiento o contra tu voluntad, te seguirán por la calle, se arrimarán a ti sin tú quererlo, sentirás miedo al volver a casa, te intimidarán con palabras, gestos o sonidos, te harán sentir mal por tu forma de vestir o de actuar, te acusarán de ser una imprudente por intentar ejercer tu libertad.
Lo harán por una sola razón: porque eres mujer y porque ellos son hombres. Machismo se llama. Esa palabra que tan mal queda, con la que casi ningún hombre se siente hoy, ya 2018, identificado, pero que sigue construyendo lo que somos. Porque una cosa es decirlo y otra, dejar de tocar un culo en un bar una noche, dejar de pensar que si una mujer ha tonteado contigo tiene que tener sexo, dejar de jalear las bromas de tus amigos, dejar de molestarnos cuando vamos por la calle, dejar de hacer sentir incómoda a tu compañera de trabajo mirándole las tetas cuando lleva escote.
Diana somos todas volviendo a casa una noche. Porque, sí, tenemos miedo pero también derecho. Porque nos dicen que tenemos que ser mujeres valientes. Porque nos rebelamos contra esas advertencias que llevan resonando en nuestras cabezas toda la vida. Porque queremos vivir nuestra vida sin miedo, disfrutar de la calle, de las fiestas, de la sensación de estar sola en cualquier sitio sencillamente porque te apetece. Porque los cuentos de ahora les hablan a las niñas de rebeldía y fortaleza.
Pero el relato se tuerce. Nosotras podemos ser valientes y rebeldes, pero ¿qué son ellos? Las advertencias y recomendaciones tienen que cambiar de bando, convertirse en un no puedes tocar a una mujer sin su consentimiento, no tienes derecho a invadir el espacio ni el cuerpo de nadie, ¿te has preguntado qué siente ella cuando haces o dices eso?, ser violento o posesivo no te hace mejor, expresa lo que sientes, pide ayuda, ¿sabes lo que ella quiere?
Hombres nuevos. Eso es lo que necesitamos.