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Antes de Díaz, hubo un Errejón y un Rivera

Yolanda Díaz en 'Lo de Évole'

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El entusiasmo que derrocha alguna prensa progresista con la vicepresidenta segunda recuerda mucho, en las formas y en el fondo, al mismo frenesí mostrado cuando Iñigo Errejón decidió divorciarse de Podemos y construir su propio proyecto político nacional. En el lado opuesto, el cadáver de Albert Rivera aún desprende el olor a incienso que la derecha mediática esparcía sobre su figura para crear una atmósfera favorable a Ciudadanos.  

El primero era la esperanza blanca para una posible articulación de la izquierda inasequible para Iglesias; sin embargo, pasar de las portadas de los diarios al voto de los ciudadanos no siempre es tarea fácil. El segundo, al que las encuestas auparon hasta la primera posición del tablero electoral con posibilidades de llegar a la presidencia del Gobierno, fue la constatación de que los experimentos políticos diseñados en los despachos del poder económico y financiero suelen acabar siempre en fiasco. 

Ambos jugaron a la transversalidad y ambos fracasaron con sus respectivos proyectos. A pesar de que la cara de Errejón aparecía impresa en las papeletas de Más País, el que fuera número dos de Podemos no logró, como pretendió, convertirse en referente nacional de la izquierda, y en 2019 cosechó un sonoro fracaso en las urnas. No fue capaz de movilizar a los abstencionistas y tampoco a los desencantados con los morados o con el PSOE. La coalición que conformó junto a Compromís, Equo y Chunta Aragonesista sólo obtuvo tres escaños y 575.000 votos en 2019, por lo que ni siquiera tiene Grupo Parlamentario propio en el Congreso de los Diputados. 

Rivera, ese hombre que llegó para cambiarlo todo y que generó más expectativas entre las élites del país que resultados obtuvo en las urnas, acabó siendo otro sueño intangible del centro político. Por sus bandazos, por sus delirios de grandeza, por moverse siempre en la ambigüedad, por renegar de la política tradicional y por presentarse como un proyecto transversal que decía no era de izquierdas ni de derechas.

El uno nació con pretensión de enterrar a Podemos y el otro, para arrebatar al PP la hegemonía de la derecha. Cierto es que la España de 2019 no es la de 2023 y que la historia nunca se repite. Pero a veces rima y hasta se le parece mucho.

El partido que fundó Pablo Iglesias ha perdido apoyo popular en cada uno de los procesos electorales posteriores a su gran momento de gloria. En 2020 pinchó en las gallegas y salvó los muebles en Catalunya, pero la debacle de Madrid obligó a la dimisión de Pablo Iglesias, que decidió salir del Gobierno de coalición para frenar a la derecha y la ultraderecha madrileñas. Luego, se quedó con un solo diputado en Castilla y León y en Andalucía perdió siete escaños. Sus líos internos han sido constantes. La tutela que Iglesias -le guste o no leerlo o escucharlo- ejerce sobre la actual dirección no ha hecho más que sumar detractores dentro y fuera de la organización. E ídem con su obsesión por impartir clases sobre el buen y el mal periodismo de la mañana a la noche.

Con todo, mantiene un sólido y rocoso suelo electoral que, aunque pudiera transferir voto a Sumar, convierte el proyecto de Yolanda Díaz en una marca de resultados inciertos. O van juntos o se estrellan. Y los relatos de la vicepresidenta y de Iglesias -o Belarra, o Montero- no auguran nada bueno. Y la entrevista que la vicepresidenta hizo la noche del domingo con Jordi Évole no ha hecho más que echar más leña al fuego, ya que el ex fundador de Podemos cree que “repartió una ensalada de hostias” que no ayuda a la convergencia. 

La insistencia del periodista en no salir del marco de la entropía en el espacio a la izquierda del PSOE, el jarrón chino de fondo, el empeño de Díaz en seguir instalada en la vacuidad y la efervescencia tampoco resultaron ser un acicate para quienes buscan en Sumar una opción de izquierdas capaz de ilusionar y con un proyecto sólido. Con la excepción, claro está, de quienes siguen atrapados en ese tono amembrillado al que acostumbra y creen de verdad que no quería ni ser ministra, ni ser vicepresidenta, ni ser candidata a la Presidencia y que representa algo muy distinto a lo que defienden las organizaciones políticas de las que recela. 

A Díaz le vendría bien recordar que, más allá de los titulares que le regala la prensa amiga, antes que ella hubo un Errejón, un Rivera e incluso un Pablo Iglesias que iban a enterrar a Podemos, al PP y al PSOE.

Hace falta memoria y no tanta egolatría.

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