La madrugada del 21 de marzo no se durmió en eldiario.es. A las 7 de la mañana íbamos a publicar que la presidenta de la Comunidad de Madrid obtuvo su máster con notas falsificadas. La acusación era tan grave que parecía difícil de creer. Sin embargo, casi todos nos creyeron. Los papeles eran irrefutables. El resto de la historia la completó la presidenta, ella sola, con su sonoro silencio primero y sus estruendosas mentiras después. Le ayudó a enmarañarse aún más un rector incapaz de estar a la altura de la comunidad universitaria que representa.
Este lodazal de corrupción, mentiras y cobardías ha resultado ser un completo tratado de anatomía humana. Hemos visto el vértigo en los ojos. Escuchado el ruido de los jugos gástricos de los estómagos agradecidos. El batir desaforado de corazones vengativos. Tráqueas que tragan saliva antes de decir la siguiente mentira. Depresión y ansiedad diagnosticadas. Todo tipo de síndromes con tal de mantener a salvo un cargo en la tarjeta de visita.
Pero en esta ecografía de poder, impunidad, dinero, tramas, traiciones, falsificaciones y falsedades hay otros personajes, que son muchos, y que han dado ejemplo con su dignidad ante la ignominia. Entre ellos, nuestros catedráticos de cabecera del whatsapp. Son de muchas universidades de España y nos han alertado de errores, mentiras dichas y procesos irregulares. Son quienes nos enseñaron que la universidad no funciona como funcionó para la expresidenta.
También los estudiantes que nos llamaron para dar información, nos avisaron de sus protestas y se hicieron un hueco en las portadas. Los que enarbolaron sus TFM en las calles e hicieron la revolución contra quienes no les representan. Sin miedo a represalias, sin pudor, sin vergüenza de encerrarse o plantarse delante del rectorado o la puerta del Sol. Con pancartas, defendiendo, ahora sí, ellos sí, la manoseada cultura del esfuerzo. Serán nuestro recambio joven, oxigenado y fresco porque mantienen intactos sus valores y sus sueños.
En este paisaje negro, vestidos de blanco, aparecen los diez alumnos que sí fueron a clase en la promoción de Cifuentes y que han dignificado el proceso de aprender y las ganas de mejorar. Ellos sí se examinaron. Espero que el máster les haya servido y que la dimisión de Cifuentes les haya confirmado que al final ganan los buenos. A los que hablaron con nosotros, gracias por confirmar que la presidenta nunca estuvo.
Aparece como luz en este lodazal de pasiones turbias la profesora Susana Galera, la única de nueve que, escandalizada tras revisar sus papeles, ha ido a presentar a los inspectores “anomalías” que ha encontrado en las notas de ese máster.
En esta historia también han brillado decenas de profesores y personal de la Universidad Rey Juan Carlos que ha luchado y sigue luchando para que esta bola sea por fin la que golpee la puerta de las mazmorras. Ojalá puedan sentir de nuevo el orgullo de enseñar y contagien el hambre de aprender. Entre ellos, hay que homenajear a los héroes que han colaborado para que esta historia inmunda se conozca y los que han hecho posible que no quedara traspapelada en la Facultad de Enjuagues y Desagües.
Merecen titulares, subtítulos y entradillas todos los que han perdido su tiempo para mandarnos una pista, un mail, un apunte, a los que han venido en persona a ayudar, a los que se han hecho socios para empujar.
También son los héroes de esta historia quienes no han participado en ella pero no han dimitido de su ciudadanía activa ni de su compromiso con el precioso proceso de aprender y de enseñar. Los profesores, funcionarios, administrativos. Todos los que desean ventilar el aire atrapado en este y otros campus. Los ciudadanos dignos que no se venden y cuidan lo público, que es nuestro. Los que no hacen trampa. Predican sin palabrería y con el ejemplo, parecen silenciosos, pero son una multitud. Gracias.