No le quiero. No me quiere. No puedo hacerlo. No tengo trabajo. No puedo alimentarle, vestirle, cuidarle. No puedo tener otro hijo más. No estoy preparada. No tendría ayuda. No quiero ahora. No quiero.
Sí le quiero. Sí me quiere. Sí tenemos una vida juntos. Sí tendremos hijos, más adelante. Sí quiero ser madre, elegiré cómo y cuándo. Sí disfruto del sexo, y seguiré haciéndolo. Sí tengo trabajo y, para mantenerlo, tengo que seguir sin cargas. Si tengo trabajo, no quiero parar ahora. Sí estoy preparada, no tengo dinero suficiente. Sí tendría ayuda, de mis padres pensionistas. Sí quiero, no puedo. Sí quiero realizarme como mujer y ciudadana, ciudadana y mujer. Cariño: sí, quiero.
Si decimos que nosotras decidimos, es por algo. No seáis tan insolentes de pretender entender cómo una mujer toma la decisión de ser madre. Desde pequeñas nos inoculan el patrón de la ortodoxia femenina, el vestirnos de rosa hasta la primera regla (“ahora, ¡ni acercarte a un chico!”), las películas Disney de amores eternos y perfectos, o la adolescencia de posters de prohombres que cantan, actúan o nos sonríen como si fuéramos la mujer de su vida.
“Mamá, ¿cómo se sujeta a un bebé de la cabeza?”. Todas hacemos esta pregunta antes de los seis años. Cuando las mujeres heterosexuales nos enamoramos por primera vez, es casi inevitable la proyección mental de querer ser “la madre de sus hijos”. Hasta hace bien poco no nos atrevíamos a decir “fóllame”, sino un timorato “hazme un hijo”.
Las cosas han cambiado: nos las han cambiado, y nosotras tampoco somos las sumisas de antes. Recordad cuando la Iglesia católica ni nos reconocía el alma. No todas las decisiones de no ser madres son derivadas de la crisis económica o del hecho de no tener recursos, aunque es insultante cómo criminalizáis a las que decidimos no parir por ello. Cómo os atrevéis si la culpa es vuestra, cretinos. Ah, ¿no puedo llamaros cretinos? ¿Podéis vosotros no llamarme imbécil? ¿Creéis que no sé lo que implica estar embarazada? ¿Que no sé lo que hay o no hay en mi útero? ¿Pensáis que es fácil abortar cuando llegas a la conclusión de que no hay manera de tener ese hijo?
El único territorio que yo reivindico es el de mi piel. Tengo absoluta soberanía sobre mi cuerpo, y lo que ocurra de poros para adentro es mío. Mío, ¿entendéis? Joder, MÍO. A ver si os enteráis. Ya veré si cedo algo a quien me toca o yo toque, y ya decidiremos si esta cesión es federal, confederal o si somos dos cuerpos independientes. O si pintamos juntos una bandera de mil colores y pasamos a ser uno, dos o tres. O cinco si nos gusta la familia numerosa.
Pero no vosotros. En ningún caso vosotros, porque no sois nadie. No os conozco, no me conocéis. Nunca me tocaréis, ni nunca me enamoraré de vosotros. Tampoco habrá sexo, más allá del pasivo que nos hacéis aguantar. Pero no a mí, no a nosotras, sino a toda la sociedad, porque nos estáis jodiendo, y bien, a golpe de decreto, de consejo de ministros, de votación en contra en el Congreso, de bajar la cabeza ante ídolos de metal; metal financiero, de absolutismo en forma de mayoría.
Esta vez no ha sido el PP en el poder, que no están solos. Han sido los reaccionarios de Navarra que apoyan todas y cada una de las medidas del Gobierno y, no contentos con la reformulación de lo supuestos de interrupción del embarazo que Gallardón está a punto de sellar, han querido aportar su pequeña porción rancia al asunto. El Ejecutivo, en justa compensación a tanta entrega, ha anunciado que “estudiará la propuesta”.
Dicen quienes lo proponen en el Congreso (nada menos que en el hemiciclo, que nos representa a todos) que sería bueno que recibiéramos una ecografía que muestre la “realidad vital y humana de la existencia”. Dejadme que yo os enseñe fotografías de nuestras calles, a ver si sentís la vergüenza de mandar la realidad de un país entero al carajo, al puto carajo. Que estáis dejando que mi hija sepa la calaña de lo que la humanidad es capaz. Esa parte de ella que peleo cada día por mantener lo más alejada posible de su cabecita adolescente, de su cuerpo, que yo haré que reivindique y disfrute como yo no he podido en mis primeros años de mujer tan llena de culpas, de precauciones, de órdenes impuestas desde lugares que ni quiero recordar.
Hay muchas fotografías que veo cada día que me dan vergüenza, y ninguna tiene como origen el ejercicio de mis derechos; más bien, el abuso mil y una vez soportado. No tenséis la cuerda, porque el límite de nuestra paciencia está tan cerca que no se romperá al estirar, se encenderá. Y la habréis holgado tanto que cabremos muchos, muchísimos para sujetarla y soplar y que la llama se haga hoguera donde quemar vuestra forma podrida, sucia, hipócrita, asfixiante y, aunque os empeñéis en no verlo, inútil de ver el mundo.