Siempre he defendido que las buenas prácticas a favor del medio ambiente y contra la crisis climática merecen ser destacadas vengan de donde vengan. El reto al que nos enfrentamos es tan serio, tan difícil de resolver que todos estamos llamados a participar: tanto a nivel colectivo como a título individual; gobiernos, ciudadanos, instituciones, organizaciones no gubernamentales y, por supuesto, empresas.
Eso no significa que no haya que mantener el espíritu crítico, por supuesto. Debemos observar la rápida evolución hacia postulados medioambientalistas que están experimentando algunas con la debida cautela. El recelo está más que justificado tras todos los desmanes que nos han traído hasta aquí. Pero eso no justifica la altivez desdeñadora que exhiben algunos.
Sería ingenuo pensar que el “EU Green Deal”, el catálogo de buenas prácticas que la UE nos propone para avanzar juntos hacia una economía neutra en carbono y respetuosa el medio ambiente, ha sido aceptado por todas las empresas como hoja de ruta. No, eso no es así. Pero de igual modo es injusto negar que algo está moviéndose en el sector empresarial y que cada vez son más los avances hacia la sostenibilidad.
Hay que mantenerse vigilantes ante los intentos de “greenwashing”, hay que identificar los casos y reprender a las empresas que recurren a ese falso compromiso medioambiental para presentarse ante los consumidores como lo que no son.
Pero ¿y las empresas que están realizando verdaderos cambios en sus procesos productivos para avanzar hacia la economía circular? ¿no es eso lo que les veníamos exigiendo? Las que están apostando por un modelo de desarrollo más responsable y sostenible ¿no se merecen acaso un reconocimiento?
Quienes desde el ecologismo intransigente perseveran en mantener la beligerancia contra la empresa por el hecho de serlo y ningunean los avances que se están produciendo, ¿que están defendiendo en realidad, el objetivo o el discurso?
En noviembre pasado, nada más tomar posesión de su cargo, la nueva presidenta de la comisión europea, Ursula von der Leyen, presentó el Pacto Verde de la UE: un ambicioso plan de acción que pretende convertir a Europa en el primer continente neutro en carbono en 2050. Al hacerlo no dudó en calificarlo como el momento “hombre en la luna” de la UE por su alta relevancia. ¿No debemos reconocer y celebrar ese cambio de políticas que tanto veníamos reclamando?
Una de las propuestas que incorpora el Pacto Verde es la Estrategia Industrial de la Comisión Europea hacia una economía circular. En ella se señala que las empresas deben modernizar sus procesos para ganar en eficiencia, reducir sus emisiones al mínimo y convertir los residuos en recursos, incorporándolos de nuevo al ciclo productivo. Insisto en señalar que no dice deberían sino deben: el tiempo de los condicionales ha pasado. Se acabó externalizar los costes ambientales de la actividad económica. El Green Deal es incompatible con esa vetusta concepción de desarrollo. Quienes persistan en ello se van a quedar fuera.
Muchas empresas están implementando los cambios necesarios para subirse al tren de la economía circular: acaso el último tren. Otras en cambio, incluso a algunas que hoy se pavonean por el IBEX luciendo beneficios, siguen creyendo que esto no va con ellas. Son gigantes con pies de carbón que no merecen ninguna consideración. Pero las que lo están intentando, las que han decidido dar un paso al frente y sumarse a la causa a favor del medioambiente y contra la crisis climática sí que la merecen, y es injusto negársela.