¿Quién ganó y quien perdió en las elecciones italianas? Está incluso demasiado claro y los porcentajes están a la vista de cualquiera, por lo que no empezaré por los números para explicar qué supone este voto para Italia, así como la campaña electoral que lo precedió. Prefiero empezar por aquella parte de Italia desde donde las cosas a menudo se pueden leer mejor, esa parte de Italia que menos entró en esta campaña electoral, y que menos entra en cualquier campaña electoral desde hace muchísimo tiempo. Es la parte de Italia donde las fuerza políticas adoran cosechar votos y que, en la medida de lo posible, procuran evitar como la peste. Empecemos por el sur, que acostumbramos a considerar feudo de Berlusconi y a la vez origen de un fuerte apoyo al Partido Democrático, regido por cabecillas locales que durante décadas garantizaron toneladas de votos. Precisamente Forza Italia y el PD sufrieron en estas elecciones una fuga de electores a favor de la Liga Norte y el Movimiento 5 Estrellas (M5S). Este último recibió un apoyo casi unánime gracias a su promesa de una renta mínima para los ciudadanos, precisamente en las regiones donde, al no existir una economía competitiva, la única esperanza de sobrevivir se basa en las subvenciones.
Y es que una vez más el sur de Italia es una herida a través de la cual se puede mirar a lo lejos para analizar la que parece configurarse en Italia como una crisis de globalización y el triunfo de fuerzas políticas que, de manera más o menos convencida, más o menos ambigua, expresan en cualquier caso un euroescepticismo que no se puede pasar por alto.
Y una vez más (¡hace ya años que lo escribo!) son las regiones meridionales, abandonadas por la política nacional y excluidas del debate público, las que más influyen en la dirección que tomará el país entero.
Pero en el sur a la hora de votar ha pesado, más incluso que las promesas de políticas asistenciales, la desconfianza, ampliamente merecida, hacia los poderes políticos tradicionales.
Hace poco el periódico online Fanpage.it publicó un reportaje-vídeo que se convirtió en todo un caso mediático y judicial en el país, pues mostraba cómo la gestión de los residuos en la región de Campania está en manos tanto del PD, que lidera el gobierno de la Región, como de fuerza políticas de signo radicalmente opuesto que ocupan, de acuerdo con el PD, altos cargos en empresas contratadas por el gobierno regional. Estas últimas deciden la adjudicación de licitaciones en un sector vital para una región enorme (la tercera por número de habitantes en Italia), que durante décadas ha vivido en situación de emergencia al estar la eliminación de residuos prácticamente en manos de organizaciones criminales. Y visto que la emergencia continúa –todavía quedan por eliminar cuatro millones de Combustibles Sólidos Recuperados (fardos de grandes dimensiones en que se compactan los residuos sólidos urbanos tratados) producidos desde 2002 y que aún no se han quemado–, las licitaciones se pueden manipular y sobre los residuos todavía se puede especular, ¡y mucho!
La página web Fanpage.it, con la colaboración de un excamorrista que antes de ser arrestado y condenado desempañaba su actividad criminal precisamente en la gestión de residuos, consigue relacionar a políticos y a ejecutivos de empresas que operan por cuenta del gobierno regional de Campania. El resultado, un entramado desolador de corrupción, inmoralidad, nepotismo y conflictos de intereses, representa para muchos italianos la prueba final de que los partidos que hasta ahora gestionaron los asuntos públicos no son más que centros de poder corruptos y que nada bueno cabe esperar de ellos.
Evidentemente, no comparto esta generalización; los partidos están compuestos por individuos y cada cual responde de su honestidad, su trabajo y su buena voluntad, pero aquí no se trata de lo que pueda opinar yo sino de la sensación que han tenido los italianos frente a la enésima confirmación de la incompetencia de los partidos tradicionales. Las investigaciones, los escándalos, las praxis informales y sin escrúpulos, todo ello unido a unos problemas cotidianos que la política nacional parece ignorar, han empujado a muchos italianos del sur (y, por tanto, a muchos electores del sur) a acortar miras, a desinteresarse de Europa para concentrarse en lo que pasa a un metro de distancia. ¿Cómo pensar en Europa si las cosas aquí van tan mal? El escepticismo generalizado ha sido una llamada de socorro y el partido que mejor ha respondido a la necesidad de implicarse en primera persona ha sido el M5S. Podríamos preguntarnos sobre los criterios de selección de los candidatos, sobre el funcionamiento de la democracia directa, sobre la comunicación, sobre el ingenio, sobre los métodos, sobre el uso de las redes sociales y sobre el espacio concedido por los medios de comunicación, pero no tiene sentido hacerlo ya que tenemos unos resultados, que debemos utilizar también para evaluar los riesgos para Italia de este nuevo panorama político.
Es evidente que el proyecto de desmantelamiento de la política tradicional de Matteo Renzi ha sido desmantelado por el mismo Renzi y por la única manera que encontró en estos años de ocuparse del sur: la excéntrica promesa de construir un puente sobre el estrecho de Mesina (caballo de batalla del berlusconismo más rancio) y la Apple Developer Accademy en Nápoles, presentada como la primera señal de la reactivación económica del territorio. Un curso único para desarrolladores Apple, implantado además en un contexto económicamente deprimido, que supuestamente debería haberle otorgado a Renzi el título de «amigo del sur». Una tomadura de pelo: no puede haber nada más equivocado en un ambiente maleado tras años de crisis, esperanzas frustradas y emigración.
Puede que la campaña de comunicación del PD haya sido peor que el trabajo realizado; se me ocurre el ejemplo de los resultados conseguidos por el ministro para el Desarrollo Económico, Carlo Calenda. Pero que haya abandonado el sur, ya desde hace mucho, es un hecho difícil de negar, como lo demuestran los resultados electorales. Un sur que durante años quiso creerse las graciosas ocurrencias de Berlusconi y que por tanto hoy en día ya no se cree nada, pero pretende que haya un cambio.
Vamos a analizar dicho cambio, o por lo menos a intentarlo. El abandono del sur por parte de los partidos tradicionales ha impulsado a los votantes a participar, dispuestos a veces a llegar a consecuencias extremas y propensos a distorsionar reglas y prácticas con tal de saber que su propio voto y sus preferencias tienen un efecto real. Hoy en día los italianos, en especial los del sur, quieren saber con precisión cómo su voto cambiará su vida diaria, si las empresas seguirán reubicando el trabajo, si el empleo en el sur de Italia seguirá siendo una esperanza frustrada. Por lo menos quieren saber a ciencia cierta que los que gobiernan se encargarán de ellos, solo de ellos, de ellos antes que de los demás (¿o debería de decir de «nosotros»? Francamente, estoy confundido).
Muchos dirán: aquí nace el partido de la indignación, pero ¿de qué indignación estamos hablando? ¿Otra vez de una indignación ciega? ¿Otra vez de un voto de rebelión? No. El voto al M5S y a la Liga Norte (que ya se ha convertido en el partido nacional que pretende representar a todos) no es un voto exclusivamente de rebelión, sino un voto calculado que, entre otras cosas, tendría el mérito enorme de haber reducido, y mucho, la plaga de los votos prestados. Ya no se trata de poner todo patas arriba sin saber qué va a pasar. Esta vez el electorado ha sido coherente al entregar su apoyo a dos partidos que reflejan fielmente a sus electores. El voto no ha expresado simplemente una protesta o una opinión, sino una identidad: soy lo que voto, me identifico con lo que voto. Al igual que los líderes políticos que he elegido (Di Maio y Salvini) se identifican conmigo, yo me identifico con ellos. No hay ninguna diferencia entre ellos y yo. Y esta adhesión es prácticamente total.
La filosofía renziana, que resumo con el hashtag #italianistatesereni (‘italianos, estad tranquilos’), siempre ha contrastado con la realidad cotidiana percibida (como es natural, prefiero la realidad a la percepción de la misma, pero es innegable que el PD ha hecho poco y nada para que ambas cosas coincidieran, sobre todo si nos fijamos en las políticas de seguridad pública de Minniti, que en temas de autodefensa e inmigración ha seguido descaradamente la estela de la Liga Norte y el M5S). Esta dicotomía ha generado un malestar que a su vez se ha convertido en un egoísmo social, al que pocos seguimos dando una connotación negativa y que se ha convertido en un forma de rescate casi obligatoria: lo único que me interesa es mi bienestar, así que cualquier formación política que me prometa interesarse por mí como italiano que soy es la única a la que puedo escuchar. El partido que me promete una renta mínima, en un sur donde no solo falta trabajo sino también la esperanza de conseguirlo, es el que me habla a mí.
En Campania, la región donde nací y crecí, el M5S ganó por goleada y su triunfo se presenta como un voto para liberarse del presidente de la Región, Vincenzo De Luca. De Luca es la expresión de aquella política que Renzi prometió desmantelar y de cuyos votos sin embargo acabó dependiendo, pues optó por la vía rápida que lo llevaría al abismo en lugar de por una lenta y constructiva renovación de la política local. De Luca se ha convertido sin duda alguna en el símbolo de una política de sheriffs, violenta en los métodos pero orientada a considerar el poder como hereditario. La parte sana del PD nada pudo hacer con este lastre que sin embargo traía votos, por una razón muy simple: a la pregunta de «¿Qué nos proponéis, vosotros que os proclamáis diferentes e incluso mejores?» la única respuesta realista ha sido más o menos un gobierno lleno de retórica y de buenas ideas pero que ante los hechos no son más que rancios chanchullos y tomaduras de pelo.
Si esto es todo lo que proponéis, la respuesta solo puede ser una: ya valió con la retórica de las buenas ideas, de la bondad, de la apertura; queremos ideas que no sean ni retóricas ni buenas. Ante una política progresista, una política basada en el respeto de los derechos civiles (inmigrantes, cárceles que a nadie ya parecen importar, legalizaciones), una política que además ya no existe y que sin embargo me pide un compromiso moral importante, prefiero la falta de proyectos morales, prefiero fijarme en lo que puede que hoy me convenga y mañana ya no, prefiero un movimiento que no es ni de derechas ni de izquierdas, un movimiento que se define como postideológico, un movimiento que no se plantea cuestiones morales (el grito «honestidad, honestidad» ya no es un punto del programa sino un simple eslogan vacío), un movimiento que revindica con orgullo su propia incoherencia.
Prefiero una fuerza política que monte una campaña emocional sin negarlo; una política basada en la percepción de la realidad en lugar de la realidad misma; una fuerza política que me pida votar con el corazón y las tripas y no con la cabeza. Me vale una fuerza política que siga los sondeos porque los sondeos, muy señores míos, expresan lo que yo como elector quiero, y es por lo tanto justo que los partidos prometan lo que los electores desean, por muy irrealizable que sea; la promesa nos basta porque a cambio no tenemos que entregar nada. El M5S y la Liga Norte no les tomaron el pelo a los electores: no se ocultaba nada, todo cambiaba de un día al otro –un flujo continuo de noticias escuchadas por ahí, de historietas de Instagram, de publicaciones en Facebook y de algún que otro tuit–, según dictasen los sondeos. Incluso se utilizaron los sucesos, como demostró el delito acontecido en Macerata, para trasmitir mensajes políticos, convirtiéndolos en referencias, en puntos sin retorno. Y paradójicamente a los italianos le gustó la posibilidad que esto ofrecía: sentirse sin obligaciones morales, poder ser libremente incoherentes según las necesidades del momento.
¿Pero qué es exactamente lo que no te piden la Liga Norte y el M5S y que sin embargo supone un compromiso progresista? Esto: si soy progresista tengo que acoger a los inmigrantes en mi casa, no solo en mi país, sino en mi propia casa. Tengo que permitirles que se duchen, ofrecerles una comida caliente y darles algo de dinero. Tengo que hacerlo yo, porque el sistema está colapsado, y si apoyo a partidos políticos favorables a la inmigración tengo que comprometerme a hacerlo yo también en mi vida privada, porque aunque pague mis impuestos ya no puedo delegar más. ¿Estoy dispuesto a hacer todo esto? ¿Y si no soy coherente con mis sentimientos? Los italianos están cansados de sentirse mal, de sentirse culpables, de sentir que no están a la altura de sus propios valores morales. Italia es una de las principales economías mundiales, y sin embargo se siente próxima al colapso porque se trata de un país viejo y enfadado. Un país sobre el cual el registro de la población pesa muchísimo pues no se siente proyectado en el futuro sino en las necesidades de un presente que no está a la altura de las expectativas. En Italia se repite constantemente el mantra «nuestros padres estaban mejor que nosotros», y esto justifica todo egoísmo; igualmente popular es el mantra «nuestros hijos estarán peor que nosotros», y esto también genera, paradójicamente, egoísmo.
Ser elector de un partido progresista implica cargar con valores que ni el partido que votas ya respeta; ¿qué sentido tiene entonces? ¿Para qué vivir en la permanente dicotomía entre una coherencia autoimpuesta, y por la cual hay que luchar cada día, y la posibilidad de ser libres?
Muchos italianos, de hecho la mayoría, han decidido ser libres, dejar atrás los partidos de las buenas ideas abstractas y de los De Luca para abrazar una política que prevé la incoherencia, una política que halaga a un electorado consciente de que se le está halagando. El pacto se estableció a plena luz del día: os digo lo que queréis escuchar, y lo sabéis perfectamente.
Pero es que a la reivindicación de la falta de coherencia, a la libertad de poder decidir cada día si es mejor hacer campaña en favor o en contra de las vacunas, del euro, de los inmigrantes… a todo eso la Liga añade un detalle que mejor sería no ignorar: la libertad de ser malos. Matteo Salvini, favorable a echar del país a todos los inmigrantes sin distinción de edad, sexo, condición ni proveniencia, que siempre despreció el sur y que se presenta ahora como líder del país entero, jura sobre la Biblia y parece querer decirnos: estar en contra de la acogida o utilizar un lenguaje violento y abiertamente racista no van en contra de nuestras raíces católicas. Me recuerda la devoción por la Iglesia de las organizaciones criminales, que permite mancharse con la sangre de cualquier crimen y ser a la vez creyente.
En Italia el 4 de marzo ganó el malestar, no la esperanza y menos el deseo de un futuro mejor. El 4 de marzo ganó la idea de un Estado cerrado, de una nación con fronteras altas e insuperables, por lo menos para los seres humanos, no así para los capitales criminales, que cruzan continuamente esas mismas fronteras. Insuperables para los extranjeros, pero no para los italianos que cada año deciden abandonar Italia. El 4 de marzo perdió la versión sana de la globalización, en la que los europeístas creyeron y siguen creyendo, y ganó el euroescepticismo, liderado por la América de Trump y el Brexit. El 4 de marzo marcó las distancias con Alemania y Francia (los poderosos de Europa) e impulsó una afinidad, que más parece una condena al aislamiento, con los países del exbloque comunista. El 4 de marzo en Italia ganó una curiosa forma de nihilismo que se presenta como libertad ante cualquier coherencia y libertad para ser malos. Pero ¿cuál era la alternativa? Esta vez no había alternativa. La Liga y el M5S ganaron porque del otro lado no había nada; nada más.
Traducción de Paula González Fernández