Los dos temas centrales que tenemos ahora encima de la mesa están muy relacionados entre sí. La votación de los presupuestos de Pedro Sánchez, necesitados del apoyo de los secesionistas catalanes para aprobarlos, y la proximidad del juicio por una discutible rebelión de sus políticos. Lo diabólico es que la posible caída del Gobierno si no logra aprobarlos podría crear dos escenarios peores para los independentistas: un Pedro Sánchez más reforzado (que en adelante ya no les necesitaría para nada), o una llegada a La Moncloa de Casado y Rivera que retrotraería la relación Catalunya-España a los momentos duros y sin puentes de diálogo de la etapa Rajoy.
Los secesionistas han puesto precio al respaldo: que por ejemplo haya gestos en favor de los presos. Los gestos se están dando aunque trasciendan poco. Un ejemplo, la desobediencia-provocación de celebrar una fiesta en la cárcel en el aniversario del 1-O, con pasteles, fuera de las horas de discrecionalidad que tienen los presos y en una dependencia inadecuada no ha comportado su alejamiento fulminante a prisiones de fuera de Catalunya. Pero el independentismo quiere más. Y al Gobierno español no le sobra la finezza: la tontería de Borrell al hacer una apuesta pública a favor de una posible bajada de pantalones de ERC y que apoyará los presupuestos no ayuda precisamente a facilitar las cosas.
Las cosas parecen estar algo más calmadas pero surgen continuamente recordatorios de que entre los que llevan las riendas hay gente sibilina. La declaración más perversa de la semana, cuidadosa y calculada para ser recibidas con distintas lecturas, ha sido de Agustí Colomines, de la extraparlamentaria y asamblearia -pero obediente a Puigdemont- Crida per la República. Se queja de que hasta ahora el Procés ha cometido demasiadas ingenuidades, y alude a continuación a “este experimento catalán” de intentar una independencia sin un solo muerto. “De momento todas las independencias del mundo han costado muertos”, asevera. Lectura posible: ¿es una ingenuidad intentar la secesión sin muertos?
Como Colominas es una de las bocas por las que se expresa Puigdemont, enervado por su lento pero progresivo desplazamiento a símbolo, perdiendo su control férreo de Catalunya, se refuerza la teoría de que desde Waterloo se piensa que “hay que hacer algo”. Los múltiples enfrentamientos estratégicos que se abren entre el posibilismo legal de la Esquerra de Oriol Junqueras y el purismo radical de Puigdemont se acercan a algo similar a una Final de Copa. Instituciones democráticas o calle, ¿quién ha de llevar la iniciativa?
Se trata de que, a partir de ahora, tomen la dirección del Procés el Govern y el Parlament de Catalunya, las instituciones votadas por todos, o efectuar un reflujo a lo otro. Lo otro es que hasta hace un año la ANC (Assemblea Nacional Catalana) y Òmnium Cultural, entidades privadas, se arrogaban ilícitamente la representación de lo que llamaban “el pueblo de Catalunya en la calle”, despreciando olímpicamente el sentir de más de la mitad de los ciudadanos. Tras el descabezamiento de sus máximos dirigentes, los dos Jordis, Sánchez y Cuixart, se han producido reflexiones de calado sobre esa suplantación. ANC mantiene con Elisenda Paluzie el tono mitinero de quienes dicen que si hace falta se llegará hasta el final, expresión que ya no llama la atención cuando la pronuncia Quim Torra, pero ya nada es lo mismo; desde que la justicia española encausa por todo lo que no sean palabras y opiniones, las cosas han dejado de ser igual.
La capacidad imaginativa de Puigdemont, a falta de la obligación de gobernar las cosas cotidianas del país -cosa que, por cierto, no hace prácticamente nadie-, ha urdido nuevos canales de acción directa. El más conocido son los CDR (Comités de Defensa de la República). Esta misma semana, aunque sin exhibir su nombre, a través de grupos encapuchados conexos efectuaron un llamativo corte de la Diagonal, enlazando con anteriores ataques contra los peajes de las autopistas, la quema de contenedores, intimidaciones varias y acosos digitales como el denunciado por los hijos de Millo, el anterior delegado del Gobierno en Catalunya. Este activismo no oculta que su objetivo es que se vayan de Catalunya los no independentistas (una de las que ha verbalizado esa insinuación ha sido la otrora moderada democristiana presidenta del Parlament, Nuria de Gispert). Cabe pensar que si esa estrategia tuviese éxito sería más fácil que en las elecciones llegase la mayoría absoluta independentista por la que esos sectores porfían.
En paralelo a esta kale borroka, que se enfrenta sin embargo al problema de que los Mossos de Esquadra ya han disuelto varios de sus excesos a golpe de porrazos pese a que les tildasen de traidores y botiflers, hay otras actuaciones sibilinas. La Crida por la República se presenta como otro movimiento transversal, aunque menos agresivo. Pero apunten asimismo los llamamientos mediáticos a cara descubierta para que la población retire el dinero de los bancos catalanes que deslocalizaron sus sedes. La campaña concentra sus esfuerzos en ellos y no en los grandes bancos españoles de siempre, quizá para evitar que la población coja miedo a que vayan avanzando las intenciones anticapitalistas de la CUP, formación que no suele recibir muchos votos. Pero el daño apunta a las entidades financieras que más sostienen en realidad la actual estructura económica de Catalunya y el apoyo a sus empresas, que son las que emplean los puestos de trabajo.
Lo que cualquier persona sensata llamaría paz está lejos. Y esta guerra, créanme, es poco fría.