Para enterrar al escritor macho (IV)
Hay preguntas dolorosas que surgen en las largas conversaciones sobre el #MeToo que mantengo con conocidas: ¿qué hacer si un amigo, un familiar o una expareja es acusada de cualquier tipo de abuso? ¿Qué hacer si es nuestra pareja actual la que almacena experiencias deleznables? ¿Cómo ser justas con la víctima, con el acusado y con nosotras mismas en la gestión de tales situaciones?
Todas estas preguntas y otras más complejas parecen haberse intensificado en algunos de los círculos que frecuento, probablemente porque en España se están levantando por fin algunas tiritas en relación a aquella marabunta que semanas atrás reventó los cimientos de la cultura mexicana con el #MeTooEscritoresMexicanos. Lo que había debajo de tales tiritas no eran sólo algunas heridas aún abiertas, sino, en muchos de los casos, una concentración de pus que se enquistaba desde vete tú a saber cuándo.
Tal vez la herida que más escuece ahora sea la señalada por un grupo de escritoras y escritores latinoamericanos y españoles que, con motivo de la Bienal de Mario Vargas Llosa, denunciaron la baja presencia de mujeres en el evento y en el premio que desde el encuentro conceden a nuevas voces. La carta se publicó en prácticamente toda la prensa cultural hispana y las respuestas de escritores dolidos no tardaron en escucharse. Intentos de infantilizar el levantamiento en armas de los firmantes; insistencia en que las escritoras que reclaman diversidad en encuentros literarios lo hacen sólo por resentimiento; insultos gratuitos al intelecto de una nueva generación de autoras que, gracias la a lucha de muchas, ha alcanzado al fin mayor visibilidad que generaciones precedentes; e incluso el paternalismo alarmante de supuestos aliados proponiendo que dejemos de lado el #MeToo, porque tal vez ya sea hora de “dedicarse a otras cosas” más importantes.
Así es como se desliza el pus por la sangre de nuestro sistema literario: sí a la revisión de nuestros privilegios, pero sólo cuando no desestabilice nuestro estatus; sí a las mujeres valientes que denuncian, pero que su historia no se alargue más de cinco minutos en el escenario; sí a la igualdad en la literatura, pero que tampoco nos hagan sombra ahora; sí a las revisiones, a las reediciones, a las recuperaciones de libros de mujeres olvidadas, pero sólo para que las lean ellas, porque a nosotros señoras como Mary Karr, Concha Méndez, Marvel Moreno, Adrienne Rich o Eunice Odio, qué van a interesarnos.
¡Te pasas con lo de “enterrar al escritor macho”!, me han dicho algunos.
Y mientras tanto, un abogado cualquiera de un escritor cualquiera y en un país cualquiera, redacta hermosos burofaxes a quienes se atreven a sugerir que en vez de a escribir, a lo que los dedos de ese escritor se han dedicado es a maltratarnos.
De todos modos, puede que sí sea cierto eso de que “el machismo literario” es mentira. En verdad, su violencia es más grande que nuestras letras, y su brutalidad traspasará nuestros libros y se asentará en nuestros cuerpos a fuerza de seguir negándolo.