Escrivá y el mito de la independencia de los Bancos Centrales
El nombramiento de José Luis Escrivá como gobernador del Banco de España ha generado importantes fricciones políticas entre el gobierno de Pedro Sánchez y la oposición del Partido Popular. Desde mi punto de vista, muy personal, no dejan de ser meros fuegos de artificio porque los argumentos de unos y de otros están viciados de partida. Mientras el Gobierno de Sánchez apoya firmemente a Escrivá, y señala que la independencia está garantizada, el PP ha mostrado su rechazo al considerar que su nombramiento comprometería la independencia de una institución clave como el Banco de España. Muchos aceptan, sin cuestionar, la idea de la necesidad de un banco central independiente, sin analizar detenidamente sus consecuencias. Además, rara vez se plantea la premisa previa: ¿realmente son independientes?
En esencia, tanto el PSOE como el PP comparten un marco de razonamiento similar respecto a la necesidad de la independencia de los bancos centrales, una idea ampliamente defendida tanto a nivel nacional como internacional. El argumento central es que esta independencia permite tomar decisiones técnicas con una visión a largo plazo, protegiendo la economía de ciclos inflacionarios o de políticas ineficientes motivadas por presiones políticas. Al mismo tiempo, se impulsa un enfoque de dominancia monetaria que relega la política fiscal a un segundo plano como herramienta clave de la política económica. Sin embargo, cabe preguntarse si esta independencia ha contribuido realmente a mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía.
Un poco de historia: ¿cuándo surgió la independencia de los bancos centrales?
Después de la ruptura del sistema de Bretton Woods en 1971, la mayoría de los gobiernos comenzaron a emitir sus monedas a través de decretos legislativos y bajo un tipo de cambio flotante. Este tipo de cambio flexible permitió que la política monetaria se liberara de la obligación de defender una paridad fija, lo que posibilitó que las políticas fiscal y monetaria se concentraran en asegurar un nivel adecuado de gasto interno para mantener el empleo alto. Los gobiernos emisores de sus propias monedas ya no tenían que preocuparse por financiar sus gastos, ya que nunca podrían quedarse sin dinero. La austeridad, una idea derivada de la lógica del patrón oro, no se aplica a los sistemas monetarios modernos basados en dinero fiduciario. Entonces, ¿qué sucedió? ¿Por qué las emisiones de deuda soberana empezaron a colocarse en el mercado? ¿Por qué quiebran algunos gobiernos soberanos como el griego? ¿Por qué no se hicieron rescates bancarios en Irlanda y España a cargo de los acreedores? ¿Y qué papel jugó la independencia de los bancos centrales en todas estas dinámicas? Para terminar, ¿cuál ha sido el papel de los Bancos Centrales en los últimos episodios inflacionistas?
Desde mi punto de vista, estrictamente personal, el objetivo final de la independencia de los Bancos Centrales era transferir el poder de financiar al Estado hacia el mercado. La independencia de los bancos centrales se promovió tras el abandono del patrón oro y la adopción del sistema monetario fiduciario actual. Se buscaba evitar que los Estados soberanos pudieran usar libremente las políticas fiscales y monetarias para asegurar altos niveles de empleo. Uno de los mecanismos utilizados fue la promoción de la independencia de los bancos centrales, con el argumento de que tecnócratas imparciales evitarían la intervención política y actuarían en beneficio del bien común. Sin embargo, los miembros de estos bancos centrales suelen estar formados en teorías neoclásicas que, en su mayoría, desprecian el uso de la política fiscal y la soberanía monetaria. Además, muchos de ellos, están estrechamente vinculados al sistema financiero y han sido parte activa en las burbujas financieras de las últimas décadas, así como en los rescates bancarios que se llevaron a cabo a expensas de la ciudadanía.
Desde que los emisores de dinero, es decir, los Estados, comenzaron a ser gobernados democráticamente, ciertas élites político-financieras decidieron crear y promover mitos que se han arraigado en la percepción colectiva. El objetivo principal era mantener ciertos privilegios transformando la economía en una especie de dogma. En primer lugar, ocultaron una realidad simple: los Estados soberanos que emiten deuda en su propia moneda no pueden quebrar. En segundo lugar, promovieron la independencia de los bancos centrales justo en el momento en que los Estados democráticos podían ejercer plenamente su soberanía monetaria y generar pleno empleo.
En un principio, en varios Estados soberanos, el Tesoro fijaba el tipo de interés y vendía bonos a inversores. Si la oferta no era cubierta, el banco central ajustaba los tipos de interés y se aseguraba la colocación completa. En este esquema, el Tesoro tenía el control, no el mercado. Países como el Reino Unido, Canadá y los Países Bajos aplicaron este modelo, aunque no beneficiaba a las entidades financieras. Eventualmente, se reemplazó este sistema por el de subasta, donde el mercado adquirió el poder. Este cambio no era realmente necesario.
Con ello se pretendía, en primer lugar, y por encima de todo, limitar la eficacia de la política fiscal de los gobiernos. Michal Kalecki ya en 1943 en “Political Aspects of Full Employment” exponía tres razones por las que “a los hombres de negocio” o a las élites no les gustaba, y sigue sin gustarles, la idea de utilizar la política fiscal como instrumento de política económica. Hay que seguir manteniendo comportamientos y estructuras institucionales que limiten las capacidades de gasto de los gobiernos. Esto le da a la superclase un poderoso control indirecto sobre la política del gobierno, mientras permiten dar forma a los fundamentos de cierta ética capitalista basados en que te ganarás el pan con el sudor -a menos que tengas los medios privados suficientes-. Pero sobre todo permiten que el miedo siga desempeñando su papel como medida disciplinaria.
En segundo lugar, al pasar de un sistema donde el poder lo tenía el Tesoro a otro donde se traspasa al mercado, se genera un negocio brutal a favor de la élite financiera. Para ello se desregularon los mercados, de manera las entidades financieras pudieran actuar con libertad en el mercado secundario. Pero además se permitió que las entidades financieras crearan derivados a partir de la deuda pública. El negocio estaba servido. Todas estas dinámicas son partes consustanciales al proceso de financiarización de la economía global, de la que tanto hemos hablado en estas líneas. Estos procesos suelen terminar en depresión.
Por eso, la discusión entre Gobierno y oposición alrededor del flamante gobernador del Banco de España, José Luis Escrivá, me parece espuria, olvida todas las dinámicas históricas, económicas y políticas descritas en estas líneas. Ni Gobierno, ni oposición ponen en duda la independencia de los Bancos Centrales, como tampoco se discute el papel de los bancos centrales en la Gran Recesión, la inestabilidad inherente al sistema bancario actual, o el papel del regulador en los rescates bancarios europeos. Ni siquiera se han planteado cual ha sido el papel de los bancos centrales en los dos últimos episodios inflacionarios.
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