España, ¿país fallido?

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El expresidente del Círculo de Empresarios John de Zulueta considera que España es un país económicamente fallido: muchas inversiones se nos escapan a Alemania; el índice Ibex-35 se mantiene lejos del valor alcanzado antes de la crisis financiera de 2008 y tampoco se ha recuperado aún el nivel de producción previo a la pandemia. Debates ideologizados, como el de la memoria histórica, la evolución del independentismo catalán, la pasividad de gobiernos conservadores previos y la actitud anti-empresa del gabinete presidido por Pedro Sánchez explican, para De Zulueta, buena parte de nuestra posición rezagada en un mundo que no va a esperarnos.

De los gobernantes conservadores anhela reformas mucho más ambiciosas. De Pedro Sánchez no quiere ni oír hablar; de Zapatero solo aprueba la legalización del matrimonio LGTBi; sobre Feijóo, sin embargo, se deshace en algunos elogios, sobre todo por la pasada gestión del gallego como alto cargo técnico en un Ministerio de Sanidad de José María Aznar.  

De Zulueta, como él mismo afirma en ‘España fallida. Cómo el fracaso de las élites nos ha convertido en un país irrelevante’ (La Esfera de los Libros), es un caso poco frecuente entre la élite empresarial, dada la procedencia republicana de su familia: su abuelo, Luis de Zulueta, fue exministro de Estado en la Segunda República; su madre, Carmen de Zulueta, profesora en la Universidad de Nueva York, era sobrina del político socialista Julián Besteiro y también tuvo que vivir exiliada.  

A caballo entre un lobby empresarial a la americana y un think tank promotor de ideas sobre la libre empresa, el Círculo de Empresarios se constituyó en 1977 tras la desintegración de los sindicatos verticales franquistas y en un clima de gran inestabilidad política y económica en el que la agitación sindical ganaba protagonismo. Dirigentes como Enrique Moya, Claudio Boada Villalonga, Santiago Foncillas y el exministro de Industria José María López de Letona, entre otros, colaboraron de distintas formas con los socialistas de Felipe González; algunos de ellos ocuparon, además, posiciones relevantes en empresas públicas y en enclaves como el Instituto Nacional de Industria o el Instituto Nacional de Hidrocarburos, renombrado después como Repsol. El Círculo rompió las ataduras socialistas en los años noventa bajo la presidencia del exdirectivo de Iberia Carlos Espinosa de los Monteros, que simbolizó dicha ruptura con la invitación a España del ministro pinochetista que privatizó las pensiones, José Piñera. 

Todo este cruce de trayectorias y de instituciones ofrece a De Zulueta una perspectiva particular que, no obstante, no dista mucho del consenso entre los prohombres de la gran empresa española. Exejecutivo empresarial en Estados Unidos, Venezuela y España, ha ejercido cargos importantes en empresas como PepsiCo, Schweppes, Bankinter, Línea Directa y Sanitas, entre otras. De los excesos de azúcar en la bebida a los tratamientos de la sanidad privada, suelen decirle en tono de broma. 

De estas posiciones emerge un discurso inevitablemente empresarial, que adopta una perspectiva roma de nuestro país, sin atender a sus particularidades institucionales, políticas, internacionales o culturales; una mirada que sugiere un proyecto de empresa-nación en el que todo cambio ha de ir destinado a fomentar la productividad y la competitividad colectivas.  

Para ello, De Zulueta insiste en algunas de las propuestas más extendidas en su ámbito, principalmente en un gran pacto político para realizar las reformas que España no ha ejecutado en cuatro décadas: una profunda revisión del mercado laboral y del sistema de pensiones, una verdadera reforma educativa, judicial, administrativa y fiscal… El retraso para ejecutar los fondos procedentes del programa europeo NEXT Generation y la fallida iniciativa para potenciar las energías renovables a finales de la década anterior demuestran para este empresario nuestro imparable camino hacia la irrelevancia. 

Pero lo más interesante son quizá las críticas que De Zulueta reserva para el empresariado español. Rechaza el papel de la subvencionada patronal empresarial, CEOE -destacando el caso del empresario condenado Gerardo Díaz Ferrán-, la eterna simbiosis entre las empresas del Ibex-35 y los gobiernos de la democracia, las puertas giratorias entre el sector público y el privado y los mayores casos de colusión institucional, que sitúa especialmente en el sector de la construcción, donde afirma que hasta para colocar un bolardo hay que incentivar al oficial de turno.   

Recuerda un tanto al Charles Wright Mills de ‘La élite del poder’ cuando se refiere a la escasa porosidad de un mundo empresarial que representa como un gran pañuelo: “En esta tupida red de relaciones, los grados de separación son muy pocos. En mi papel como presidente del Círculo de Empresarios, casi podía acceder a cualquier persona con dos grados de separación. (…) Lo que permite que sea un grupo tan reducido el que controla el cotarro económico y empresarial en España es el sistema de oposiciones, que selecciona a un plantel de profesionales de primer nivel mediante exámenes, para ser diplomático, técnico comercial del Estado, abogado del Estado, inspector de Hacienda (como José María Aznar) o registrador de la propiedad (como Mariano Rajoy)”. 

De Zulueta reconoce que solo una pequeña élite puede costear la inversión que supone estudiar unas oposiciones para alto funcionario. La predisposición de los burócratas a dirigir las empresas privadas y la enorme densidad relacional del mundo corporativo, no solo durante esta democracia sino bajo su antecedente institucional más próximo, representan un riesgo para la creación y la innovación empresarial. El expresidente del Círculo de Empresarios no subraya este hecho lo suficiente y prefiere, sin embargo, insistir sobre las cargas administrativas y la falta de incentivos para invertir o emprender, señalando únicamente a la Administración Pública como freno del desarrollo económico español. 

Joseph Schumpeter, uno de los inspiradores de la idea de la destrucción creativa -la generación de riqueza a través de una innovación que terminaría por ahogar a los negocios incapaces de competir-, ya entrevió el estancamiento capitalista por la creciente burocratización de la gran empresa, por el aumento de las desigualdades y por el marchitamiento del papel del emprendedor, que abría paso al administrador de la riqueza. Toda una enfermedad autoinmune del presente sistema que sí precisa de urgentes reformas. De esto se habla bastante menos. Las elecciones y la cruenta batalla entre el bien y el mal con la que van a bombardearnos estas semanas nos mantendrán en la caverna española de Platón. Entretanto, el malestar ciudadano embalsado por los grandes medios de comunicación resuena como un afónico mar de fondo a la espera de un sonoro estallido.