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Espejos coloniales

Cuadros de la exposición de Sandra Gamarra, “Buen gobierno”

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Si usted camina inocentemente por la calle Alcalá debería entrar al edificio número 31. No se deje llevar por su monumental fachada de estilo industrial de raíz hispánica y algo monárquica diseñada por el arquitecto de la modernización de Madrid, Antonio Palacios. Tampoco por el flamear rítmico de la bandera española y la de la Comunidad de Madrid. Es una trampa. Porque dentro se camufla su crítica. Si hay algo que pretende derribar la artista peruana Sandra Gamarra, que acaba de inaugurar en ese espacio “Buen gobierno”, su más ambiciosa exposición en esta ciudad en la que lleva viviendo 20 años, son monumentos, no los de Palacios, claro, sino otros incluso más arraigados: ese monumento llamado Historia de la Civilización o ese otro monumento llamado Historia del Arte: relatos parciales, representaciones interesadas y cínicas, instituciones impuestas sobre otras manifestaciones en siglos de violencia y expolio.   

El impresionante recorrido que propone Sandra es como un juego de espejos en el que las piezas se refractan y los espacios se repiten en una puesta en escena que rebate la misma idea de museo y exposición de arte, sobre todo no occidental. Inicia en una sala con cuadros clásicos intervenidos que retratan hechos históricos desde el punto de vista de quien colonizó y que parecieran mirarse al espejo para encontrar su reverso más oscuro y olvidado: el cuadro del “descubrimiento de América” tiene su reflejo en el cuadro del “descubrimiento de Europa”; el cuadro de la Independencia del Perú –José de San Martín proclamando ante el pueblo la nueva era del poder criollo local– se mira en uno en el que los asentamientos humanos pobres de la Lima actual son ese pueblo real al que se le lleva prometiendo cambios que no llegan hace 200 años. 2021 es, precisamente, el bicentenario de nuestra “independencia”.

El título de la muestra está sacado del título del libro ilustrado del cronista de origen indígena Guamán Poma de Ayala, quien firmó uno de los documentos historiográficos más importantes y originales sobre la vida cotidiana en el virreinato del Perú con el que Gamarra dialoga para señalar de qué manera ese “buen gobierno” anhelado por el cronista no existe y cómo las crisis de gobernabilidad del presente en las excolonias vienen de muy atrás. La muestra nos recuerda que la colonialidad subsiste en la explotación de personas, recursos y territorios, en el borrado cultural dentro de las instituciones del arte moderno y en el racismo que se disfrazó de ciencia. Aquí están las variedades de papas contando la verdadera historia de la apropiación de productos nativos, los huacos y las piezas de cerámicas descontextualizadas contando la historia del saqueo del patrimonio y los museos europeos, el pantone de colores de ponchos-vaginas, las vírgenes de pan de oro como un castillo de naipes contando la historia del extractivismo mineral y la desigualdad estructural, las de raza, clase y género; la cruz andina hecha con lienzos volteados de pinturas occidentales contando la profanación de lo sagrado.  

En esta genealogía de las violencias coloniales que atraviesan Abya Yala y que la artista va construyendo con metáforas visuales y alegorías, no podían faltar las pinturas de castas originales del siglo XVIII del Virrey Amat que Gamarra consiguió que le dejara en préstamo el Museo Antropológico, y en la que se representan las mezclas raciales de la colonia y sus jerarquías. Estas pinturas no suelen estar en museos importantes como el Prado sino en los de antropología –como si su valor fuera realmente documental–, escamoteando intencionadamente ese capítulo clave de la memoria colonial española. 

En contraste con estas pinturas racistas, Gamarra recoge y coloca como gloriosos comentarios a pie de página de esa historia oficial expresiones artísticas contemporáneas de la población andina que están al margen de algo como el “progreso del arte”, por ejemplo las tablas de Sarhua, pintura costumbrista ayacuchana que cuenta otra historia: desde el fuego cruzado de Sendero Luminoso y las Fuerzas Armadas en los ochentas hasta el azote último de la pandemia. Que las comunidades rurales de los Andes del Perú aún continúen siendo las que más padecen el arrase de la violencia, el abandono y la muerte es la prueba de la vigencia de la colonialidad. Las últimas elecciones en Perú no han hecho más que confirmar la sociedad de castas en la que todavía vivimos.

Si pasas por la sala Alcalá 31 tienes que saber que a lo mejor hay una gran parte de la historia de tu país que no conoces o no te has atrevido a ver a la cara o quieres olvidar. Allí te espera un espejo, como el que cambiaron a los indígenas por oro.

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