Si alguna vez no voy a intentar ser objetivo es hoy. Esther Palomera es mi mejor amiga, mi compañera, hemos recorrido juntos miles de kilómetros. También hemos competido y compartido informacion. Y hemos reñido de vez en cuando. Sí, casi como un matrimonio, pero eso ya lo dijo un taxista en Sevilla hace muchos años.
Cuando eldiario.es publicó este lunes la información de su despido de La Razón, alguien me dijo que vaya un país donde el despido de una periodista es noticia, con todos los despidos que hay cada día de trabajadores. Y le contesté: “No es el despido de una periodista, ni de una trabajadora, es un despido político y, además, de una periodista íntegra”.
Esther me demostró hace mucho años cómo es. Ambos empezamos juntos a hacer información del PSOE y del Congreso allá por el año 2000. En esos inicios, me enteré de que Trinidad Jiménez iba a ser la candidata del PSOE a la Alcaldía de Madrid. Cuando lo estaba escribiendo, entró en mi cabina del Congreso y vio el título de la información. Entonces, le pedí que no me hiciera la faena, que lo tenía yo solo. “Ni se me ocurriría”, me contestó. Y la vi coger su bolso e irse a casa.
Al día siguiente, mi supuesta exclusiva la llevaba también El País y ABC en la portada -siempre sospeché que por las trampillas esas que hacíamos todos de la primera edición- y, por supuesto, Esther no se libró de la habitual bronca de los “jefes” porque ella era la única que no se había enterado.
Cuando la vi en el Congreso, un poco avergonzado, me contestó: “No pasa nada, son cosas que ocurren”.
Desde aquel día supe lo que es jugar limpio, lo que es ser profesional, lo que es aguantar chaparrones injustos, lo que es leal y legal. Y, así ha actuado siempre.
La mezquidad de su despido no es por su profesionalidad -cuatro páginas de periódico se hizo hace una semana tras conseguir reunir a todos los portavoces parlamentarios, lo que sólo puede hacer ella-, ni por no dar temas propios o exclusivas, ni por no cumplir con su trabajo. La mezquidad es porque hay una persecución a los periodistas no dóciles, que dicen lo que piensan y que no gustan al poder.
Es un despido político, y ya ha habido más en esta etapa. Esto parece cada día más Venezuela. Me consta que ya no se conforman con enviar argumentarios a los tertulianos, que hay consignas a los directores de los programas, que hay una presión política gubernamental brutual sobre los mensajes que dar, y sobre quién tiene que ir y quién no.
Esther Palomera podrá con ello, sin ninguna duda, pero si nos creemos que esto es una Democracia, aún nos falta mucho recorrido. Y, ademas, cada dia vamos en retroceso. Sólo le pido a Marhuenda que no hable de libertad de expresión. Me da grima.