No a la Europa insolidaria
Parece que el Gobierno alemán es el único que recuerda que la Convención del Estatuto de los Refugiados de Naciones Unidas, se hizo en 1951 para proteger a los refugiados europeos de la Segunda Guerra Mundial. Porque, mientras el Ejecutivo que preside Angela Merkel —el mismo que impone el austericidio, sí— ha abierto las puertas para acoger este año a 800.000 hombres, mujeres y niños, que huyen de la atrocidad de la guerra, el resto de los países, incluida España, está teniendo una actitud vergonzosa, por rácana, insolidaria e inhumana.
Es cierto, que esos gobernantes insensibles podrían argüir que no se percibe en las sociedades europeas una movilización intensa a favor de esos migrantes. Más bien al contrario, parece que muchos ciudadanos se inclinan más por reclamar protección para sí mismos ante el temor que les produce la llegada de miles personas que necesitan cobijo y asistencia.
Es esta sociedad deshumanizada que se encoge ante el dolor ajeno, que mira para otro lado ante las desgarradoras imágenes de policías tratando de impedir la entrada de esos seres humanos, iguales que nosotros, en las barreras de concertinas de Hungría, o en el paso de Calais, o se tapa los ojos ante la insoportable visión de cientos de personas hacinadas en frágiles barcas y la de los cadáveres en el mar o en las costas del Mediterráneo o en el interior de un camión frigorífico.
Resulta insufrible ver a esas personas que huyen del terror, de la muerte, y que en lugar de encontrar una mano tendida se topan con barreras que les impiden salvarse, que les condenan a vagar buscando un hueco por el que colarse, que les hacen caer en manos de mafias que se enriquecen con el dolor ajeno. Y es igualmente intolerable observar cómo la rica Unión Europea y sus países miembros se muestran incapaces de encontrar la manera de socorrerles, cuando no son simplemente insensibles a su situación.
Qué frágil memoria la de los países europeos que vivieron guerras en el siglo XX y cuyos ciudadanos encontraron acogida en otros lugares. Los españoles que huyeron de la Guerra Civil y del franquismo, los europeos que huyeron del horror nazi y de la destrucción de la guerra y, más recientemente, los desplazados por las atrocidades de la guerra de los Balcanes. Habiendo vivido aquí las crisis de refugiados y la pobreza que obligó a tantos ciudadanos a emigrar, cuesta entender la incomprensión y la insolidaridad con los que ahora sufren esos mismos males.