Terrorismo, un golpe de Estado frustrado en Turquía -y la represión brutal que conlleva- Brexit, refugiados, avance de los populismos, sanción a España de 1.100 millones de euros por no cumplir objetivos -serán 8.000- y con un Gobierno en funciones desde hace seis meses.
Historiadores, politólogos, filósofos, economistas, viejos estadistas, laboratorios de ideas, observan en este verano de 2016 síntomas similares a los del período de entreguerras del siglo pasado. Salvando las distancias. Entonces no existían canales privados de televisión, ni whatshapp que avisaran de un asesinato enSarajevo o de la invasión de Polonia. Tampoco se movilizaba a la gente para que tomara las calles en minutos. Pero en los tiempos de las redes sociales que se enteran de todo, los servicios de inteligencia no detectan a miles de militares coordinándose en Turquía para dar un golpe.
Anacronismos aparte, la situación no está para bromas. Sobre el golpe frustrado de Estado en Turquía tardaremos mucho tiempo en saber la verdad o quizá nunca la sepamos. Dada la magnitud de la represión organizada por Erdogan, al final veremos a quien favorece. Para buena parte de los ciudadanos españoles, los turcos quedan aún lejos, más cerca de Siria o Irak que de país miembro como socio preferente para plena adhesión a la UE.
Es mayor la influencia o la presión sobre la política española de los atentados terroristas, como el sucedido en Niza, que la represión en Ankara. El impacto de las imágenes del paseo de los Ingleses, sembradas de cadáveres tras un espectáculo tan familiar como unos simples fuegos, aumenta el miedo y la incertidumbre. Incluso el preocupa más, aunque hoy lo impactante es que es más barato cruzar el canal, con una libra a la baja. Visitar al hijo, la novia o el amigo unos días más se hace realidad. Mañana, dios dirá.
El avance de los populismos en los países del Este -que Polonia tenga abierto un expediente por la UE ante su deriva autoritaria- o la vergüenza ante lo que han logrado partidos de extrema derecha como UKIP en Gran Bretaña -el cerebro de Cameron convocó referéndum para que no le robaran más votos-, o lo que vaya a lograr en votos Marine Le Pen en Francia, queda para el rincón de la memoria que recuperará la ciudadanía a la vuelta al trabajo en setiembre. Quien tenga vacaciones o quien tenga trabajo.
Este verano del 2016 en Europa inquieta a una parte de la ciudadanía, pero no parece robar el sueño a los líderes de los partidos, si juzgamos el tiempo que dedican a ello en sus comentarios. Pero no es justo echar la culpa a todos por igual. Las elecciones generales las ha ganado el Partido Popular con su líder a la cabeza, Mariano Rajoy, presidente del Gobierno en funciones. Un hombre que por el lugar que ocupa y la información que maneja, debería tener más prisa que nadie por solucionar la situación y poner medidas concretas sobre la mesa para acordar con los demás, no documentos que insultan la inteligencia de los oponentes, porque no recogen ni una concesión seria.
Hace más de tres semanas que Rajoy ganó las elecciones y, salvo para pactar la Mesa del Congreso con Ciudadanos, no parece que la olla que es Europa le acelere el pulso ni le haga pensar en la necesidad de acuerdos cuanto antes. Más bien lo contrario, juega a que si no consigue socios será culpa de los otros. Una táctica cansina para sus adversarios, pero que por ahora le ha funcionado.
Si el presidente en funciones constata en las conversaciones que el problema para conseguir el apoyo de Ciudadanos y del PSOE es, sobre todo su figura y la gestión de la corrupción y las desigualdades que ha llevado adelante, lo patriótico sería que diera un paso a un lado y pasara el testigo a uno de los suyos. Albert Rivera ha dejado claro que sin Rajoy, un señor bajo el cuál ha crecido la corrupción, el pacto sería más sencillo. Quizá arrastrar a Pedro Sánchez a la abstención también sería viable. Pero todo los expertos en “Rajoylogía -con perdón- descartan el paso a un lado.
¿Es qué no hay nadie en el PP a quien el presidente en funciones considere capacitado para sucederle, un delfín? Dicen las buenas lenguas que confía ya en muy pocos miembros de su alrededor, que solo le quedan fieles como Ana Pastor y Fátima Báñez, que entre Soraya Saénz de Santamaría y él se abrió un grieta cuando comprendió que la vicepresidenta también tomaba posiciones para la sucesión. No parece de señor con sentido común, el más sobado de sus criterios, pensar sólo en sí mismo y en sus líneas para la historia, con la que está cayendo ahí afuera.
Mientras el presidente en funciones dirime sus cuitas y vende al personal su preocupación por la irrespondabilidad de los líderes de los otros partidos, en las instituciones de una Unión Europea, donde tampoco abundan las lumbreras, esperan con ansiedad a un interlocutor con el cerrar acuerdos. Y castigos. Gastarse con Rajoy es trabajar en vano si dentro de unas semanas puede ser otro el interlocutor. Y así, España se va quedando en la esquina donde ya estuvo durante los tiempos en que Europa terminaba en los Pirineos.
Falta aún para llegar a esa situación, pero como país perdemos plumas en el camino en un momento en el que el mundo atraviesa por una etapa tan apasionante como temible. Pero es de un cinismo congénito que los pelos que el país se deja en la gatera se echen sobre las espaldas de los otros partidos, vendiendo el de Rajoy como si este fuera un país de necios. Es el político que más votos ha tenido, pero también el que más millones de ciudadanos tiene enfrente. Hace seis meses que empezó a devolvernos al rincón de la historia, escondido como a él le gusta, esperando el paso del cadáver del enemigo. No importa que cuando el enemigo pase, él sea una momia.
Pero no sería eso lo peor. Lo peor sería que para entonces, millones de españoles hayan perdido el tren del futuro porque uno solo pensaba en sus líneas en la historia y en no quedar como el único presidente de la democracia con un solo mandato.