Falacias lógicas en tiempos de COVID
Como dice el refranero popular, no hay mal que por bien no venga. Lo que pasa es que eso no es cierto. Y tampoco parece muy fundamentado que Dios ayude con especial ahínco a los panaderos y a otros sectores productivos de hábitos madrugadores.
Las falacias lógicas nos llevan a conclusiones equivocadas y, por tanto, a una incorrecta comprensión de la realidad. La publicidad se basa en la repetición desvergonzada de falacias de toda clase. También, buena parte de la retórica política.
La pandemia ha multiplicado esta clase de mensajes. Algunos provienen de las instituciones; otros, del señor acodado en la barra del bar (o en el atril, o en Twitter). Lo que sigue es una recopilación de las falacias más repetidas últimamente acompañadas de su nombre y una breve descripción de su mecanismo. Ideal para una velada romántica vía Zoom o para comentar con el gato durante el próximo confinamiento.
“O salud o economía”. Falacia del falso dilema. El argumento favorito de los mentalmente perezosos. Consiste en presentar dos únicas opciones como si no existieran otras y como si no hubiese puntos intermedios. O blanco o negro. O Telecinco o La 2. La complejidad de la realidad reducida a un eslogan. Sin verbo siquiera. Hasta Just do it tiene verbo.
“No debemos fiarnos del ministro de Sanidad porque no es médico”. Argumento ad hominem. Consiste en desacreditar un mensaje basándose exclusivamente en algún aspecto dudoso del emisor. Si la formación del emisor coincide con su puesto, como ocurre con el ministro de Universidades, siempre puede aludirse a su vestimenta (y, en casos extremos, a los pelos).
“Tú no eres epidemiólogo, así que mejor te callas”. Falacia del alegato especial. Se basa en desacreditar al interlocutor por carecer de una cierta preparación particular (que puede ir desde un posgrado en Harvard hasta un contacto extraterrestre). Si exigiéramos formación en epidemiología para opinar sobre la pandemia, en la tele solo darían Pretty Woman en bucle. Algunas cadenas, no hay duda, mejorarían.
“Esto es como una guerra, por lo que deben tomarse medidas de guerra”. Falacia de falsa equivalencia. Consiste en equiparar dos situaciones sin que exista una base suficientemente argumentada para ello. El sumun de esta argumentación falaz es el latiguillo “esto es como todo”, que vaya usted a saber lo que significa.
“¿Por qué tenemos que creernos lo del murciélago? Debemos tener la mente abierta y admitir que el virus pudo ser diseñado en un laboratorio por científicos chinos”. Falacia de falsa balanza. Busca dar la misma credibilidad a un presupuesto con bases sólidas y a otro que carece de ellas. Es la falacia favorita de los adalides del pensamiento mágico. Las pirámides pudieron ser obra de los egipcios o de los marcianos, ¿quién sabe?
“Saldremos más fuertes”. Argumento ad nauseam. Busca dar legitimidad a un argumento a base de repetirlo con machacona frecuencia (por ejemplo, convirtiéndolo en el eslogan de una campaña institucional presente en los medios de comunicación durante días y días y días). Este, al menos, tiene verbo.
“Tenemos este índice de contagios tal alto porque las medidas se relajaron demasiado pronto”. Post hoc ergo propter hoc. Que B pase después de A no implica que B sea consecuencia de A. Puede que sí o puede que no, pero la correlación, por sí misma, no implica causalidad. Por otra parte, fue encontrar agua en la luna y morirse Sean Connery. ¿Casualidad?
“No huelo nada, esto es que tengo coronavirus”. Afirmación del consecuente. Se invierten los elementos de una propuesta lógica, provocando, al hacerlo, una incoherencia. Si bien el coronavirus suprime el olfato, perder el olfato no implica necesariamente tener coronavirus. Los hipocondríacos fundamentan su vida en esta falacia. Y Google no ayuda.
“Dado que el virus se contagia sobre todo en espacios cerrados donde se concentra mucha gente, los bares tendrán que cerrar a las once de la noche”. Argumento non sequitur. El Ciudadano Kane, el Don Quijote y la Capilla Sixtina de las falacias lógicas. Establece una causalidad carente de toda lógica, incomprensible desde cualquier punto de vista. Es el argumento de Jack Torrance, o te mata o te arrastra a la locura. Aplicado por vía ad nauseam, sin embargo, puede llegar a instalarse en el inconsciente colectivo y acabar dándose por bueno. Sobre todo, si tienes un bar.
“Ya puede decir el Gobierno lo que quiera, que yo paso de ponerme mascarilla”. Argumento ad baculum. La falacia de los cuatro añitos. Se basa en desacreditar una proposición porque a uno le da por ahí. Si se combina con Franco, te vuelves librepensador en ciertos ambientes.
“España merece un gobierno mejor”. Argumento ad populum. Es el fundamento oratorio y espiritual de todos los partidos políticos (en la oposición). No hay aspirante a líder tribal que no esté convencido de saber a ciencia cierta lo que el grupo (el pueblo, la gente) piensa o anhela. Combínese con bandera y, en casos periféricos, con baile regional.
“La segunda ola nos afectará menos que la primera”. Falacia del apostador. Si sacamos cara diez veces seguidas, algo nos dice que la siguiente vez saldrá cruz. En realidad, las posibilidades de que salga una cosa u otra son idénticas, porque la moneda carece de memoria. Salvo que amañemos la apuesta (reforzando la atención primaria y contratando rastreadores, por ejemplo), los efectos de la pandemia son una pura cuestión de azar. Estamos al albur del caos. Vayan comprando levadura. Pero, claro, esto es como todo.
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