La farola y el paracaidista

Vaya por delante mi aprecio y mi respeto al cabo primero que tuvo la mala suerte de chocar contra una farola de la Castellana, mientras intentaba llevar la bandera de España ante el palco de autoridades, en el desfile del 12 de octubre. Ni me alegro de la desgracia, ni creo que nadie pueda reprocharle nada. Pero, sin querer y contra su voluntad, nos ha proporcionado una metáfora tan simple y poderosa sobre qué está pasando hoy por aquí que sería hasta impropio renunciar a emplearla. A fin de cuentas, que al menos la desgracia sirva para aprender algo, como solemos decir siempre para consolarnos.

Empieza la semana fantástica de esta campaña. La semana donde todos tienen depositadas sus esperanzas para lanzar la escapada definitiva que deje atrás a sus competidores. La sentencia del procés llegará aguardada por unos como la ocasión soñada para presentarse ante los votantes como el verdadero y original paladín del constitucionalismo, presto a batirse en duelo con firmeza y prestancia frente a los taimados independentistas. Otros la esperan como la cornucopia de abundancia que pondrá fin a las penurias de división, cansancio y desmovilización que les abruman desde hace meses.

Deberían andarse todos con cuidado. No vayan a esnafrarse contra miles de votantes hartos de verse tratados como farolas, a las cuales se enciende y apaga o se cambia de sitio a conveniencia de unos y otros. Rara vez se ve venir el hartazgo civil. Lo normal es tropezarse con él.

También es la semana cuando, a lo mejor, el Gobierno saca a Franco de Valle de los Caídos. Aunque, a lo peor, optan por estirar el culebrón hasta justo el inicio de la campaña electoral, en un movimiento tan burdo como irritante. Unos esperan que sacar al dictador del Valle polarice el voto progresista en su beneficio. Otros cuentan con activar el voto nostálgico de quienes estaban seguros de que nunca verían ese día.

Ambos deberían observar bien por dónde vuelan. No vaya a ser que el voto progresista, aburrido por la espera, empiece a preguntarse por qué no se hizo antes si esto era todo cuanto había que hacer. O que el voto nostálgico se vuelva a creer la operación de blanqueo mediático relanzada estos días en torno a Vox y Santiago Abascal y la cuentas del Partido Popular acaben siendo las cuentas de la lechera. Los efectos inesperados de las estrategias son como las farolas, cuando los ves ya es tarde.

Pero quien más debería repasar el desgraciado accidente del desfile parece, sin duda, Pedro Sánchez. Nadie podría acabar encajando mejor en el perfil del valiente y seguro piloto que se queda colgado justo cuando estaba a punto de aterrizar entre vítores y aplausos, tras una maniobra tan espectacular como arriesgada. Puede pasar cuando ganas unas elecciones apelando al progresismo, a otra idea de España y a lucha contra la desigualdad y ahora quieres ganar otras apelando a la estabilidad, la defensa de la unidad de España y al miedo a la economía. En esos cielos siempre se mueve mejor la derecha y si eso te coge de sorpresa, la culpa es tuya, no de la farola.