En determinadas situaciones la única manera de descifrar cuáles son las corrientes de fondo de un proceso político no se descubren con lo público y evidente, sino con anécdotas que descubren las estructuras profundas de lo que sustenta la verdad. Pequeñas fallas en lo oculto que dejan a la intemperie lo que no se puede revelar. Uno de esos sucesos se produjo a ojos de todo el mundo y ayudan entender el estado de situación de la derecha y el poder sostenido por un pelo que guarda Feijóo como interino.
Acabó la intervención Óscar Puente. La estrategia de toda la investidura del PP de poner a Pedro Sánchez a la defensiva con la amnistía saltó por los aires y la indignación de la derecha alcanzó a cualquier conservador o autodenominado liberal que asistía al evento. Los periodistas en la tribuna de prensa del Congreso tenemos prohibido hablar, comentar, aplaudir o mostrar alborozo por las intervenciones de las señorías. En realidad es algo que aconseja la educación, la deontología y el desempeño profesional, pero como eso no siempre prima, lo tenemos prohibido del mismo modo que cualquier invitado. Pero esta semana, tras la intervención de Óscar Puente, hubo quien consideró que era necesario marcarle la línea política en directo a Feijóo ya que no daba tiempo a hacerlo con una portada, una columna o un editorial de amenaza.
Jorge Bustos, columnista y responsable editorial de El Mundo, se levantó azorado, vociferando, echando el cuerpo sobre la balaustrada y gritando a Feijóo: “No le contestes, no le contestes”. Feijóo no contestó a Óscar Puente. Aunque no hay pruebas para establecer causalidad aunque existiera correlación, lo que sí se puede hacer es usar la anécdota como ejemplo del mayor problema al que se enfrenta Feijóo. No entiende la derecha madrileña, no comprende que la rama mediática no le rinda pleitesía y ni soporta la presión a la que la someten de manera recurrente porque esta sí se cree con derecho de marcarle el paso y darle órdenes. Más le vale hacer caso, solo tiene que mirar el destino de Pablo Casado, no solo expulsado, sino enviado al ostracismo de tal manera que ni siquiera le invitan a los saraos por el barrio de Salamanca de charanga y banderita.
Pasemos por alto el hecho de que el columnista que se saltó todas las reglas de comportamiento, cortesía, educación, respeto y deontología en el Congreso escribió un texto al día siguiente llamando gorila a Óscar Puente y confundiendo a la primatóloga Dian Fossey, que estudiaba a los gorilas, con Jane Goddall, que estudiaba a los chimpancés. Al final, que los que usan simio como insulto no sepan distinguir entre simios es normal y de escasa relevancia. Lo más importante del suceso es asistir al disciplinamiento severo por parte de un responsable de la derecha mediática al líder de su espacio político, moviera o no a Feijóo en ese momento, fuera el responsable o no de que no respondiera a Óscar Puente. Lo llamativo es que no sienta pudor ante todos los compañeros de prensa, diputados y ujieres y rompa todos los protocolos de la cámara para dar órdenes a Feijóo gritando desesperado. Esos espectáculos quedan mejor cuando no le hurtamos protagonismo a los verdaderos espaldas plateadas. No se puede pedir decoro perdiéndolo.
La soberbia de Bustos es la debilidad de Feijóo y no solo por esta anécdota, sino porque es un suceso que sigue una línea marcada por El Mundo a través de la publicidad institucional de Ayuso para derrocar líderes o mantenerlos a conveniencia de la lideresa. Hay precedentes de que el líder actual de Feijóo solo es alabado cuando hace caso a las instrucciones que le mandan desde el sanedrín madrileño. El 26 de octubre de 2022 una portada de El Mundo aparecía como amenaza poco disimulada a Alberto Núñez Feijóo por su próximo acuerdo con el PSOE para la renovación del Consejo General del Poder Judicial. El mensaje era claro: “El PP teme la reacción de la derecha política, judicial y mediática”. Un titular así en el periódico que representa mejor la derecha mediática dejaba claro a Feijóo que tenía que recular en su acuerdo con el PSOE. Y lo hizo, el día siguiente a la portada dijo que el acuerdo quedaba en nada por la posibilidad de que el PSOE reformara el delito de sedición. Podríamos perder mucho más tiempo en explicar por qué Feijóo es un líder débil, que será líder mientras obedezca, pero no hace falta extenderse demasiado más allá de estas breves líneas para entender la razón.