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Otra oportunidad perdida. Si el rey Felipe VI se enfrentaba –según se repetía– al discurso más difícil de su vida, parece haber decidido no presentarse sino con los apuntes de todos los años. Históricamente, los mensajes reales de navidad han sido un cúmulo de lugares comunes que habían de ser interpretados como, en la Antigua Grecia, los oráculos de Delfos, en donde quien quisiera podía terminar encontrando acomodo a su pregunta. Lo peor es que en la constante repetición de los temas básicos de la sociedad, Felipe VI ha ido perdiendo fuelle a través de los años para terminar dando una sensación de cansancio o aburrimiento del que ni una pandemia ha logrado rescatarle.
En una escaleta correcta, el rey ha aludido, por supuesto, a los estragos del coronavirus y a la crisis económica que conlleva. Ha resaltado la necesidad de proteger a los más vulnerables y de potenciar el tejido empresarial, autónomos y comerciantes. Ha dado las gracias a los sanitarios, a los miles de ciudadanos que han puesto su trabajo al servicio de los demás, citando como nuestras fortalezas “la eficacia y entrega de nuestras Fuerzas Armadas, de nuestros Cuerpos de Seguridad, Protección Civil y servicios de Emergencias”.
De los problemas que más le cercan, ni media palabra. Ni alusiones veladas, ni claridad. Ayer se llegó a titular en un urgente: el rey será claro. Delfos descendido al siglo XXI por fin. Pues bien, lo más cercano a una alusión a la hoy degradada figura paterna, ha sido decir que los principios morales y éticos “obligan a todos sin excepciones”, por encima de cualquier consideración, “incluso de las personales o familiares”. Es el punto que las crónicas cortesanas destacan como “el momento clave”. El momento a interpretar que se refiere a su padre. Una vez más, el oráculo de Delfos.
Nada ha dicho el jefe del Estado de las llamadas, incluso por carta, de militares retirados y en activo que le invocan para acabar con el Gobierno progresista que no les gusta, incluyendo tonos realmente incendiarios. Podría entrar quizás ahí el texto predictivo al recordar que “contamos sobre todo con nuestro sistema de convivencia democrática” y “una Constitución que todos tenemos el deber de respetar”, en un amplio párrafo de frases. Y, sin embargo, se ha referido a “un largo periodo de enfrentamientos y divisiones” que obviamente es la dictadura franquista, en una equidistancia que olvida el historial de crímenes de la dictadura y el larguísimo período de represión que tanta influencia ha tenido en la sociedad española.
Prudencia, serenidad, conciliación... es como si ya los estuviéramos oyendo. La Corte elogiará el discurso del rey hasta agotar las reservas patrias de almíbar, mientras a pie de calle suenan cacerolas o indiferencia. Para los primeros Felipe VI es, como lo fuera su padre, la argamasa del Estado que arranca en la Constitución del 78. Pueden darle las vueltas que quieran y cargar culpas por doquier, pero ha sido Juan Carlos de Borbón quien ha deteriorado la imagen de la monarquía y de España, con su conducta, presunta, durante décadas. No vivimos en una burbuja. Las hazañas del emérito son conocidas en el mundo y duramente criticadas: “Sexo, dinero y escándalos”... del Rey caído, abrió a toda portada The Times en junio, y hasta The Asian Age, con una tirada de 1.000.000 de ejemplares tituló: “Una vez un héroe, una vez un rey: la reputación de Juan Carlos reducida a jirones”. No faltó más que su huida al paraíso antidemocrático de Emiratos Árabes para cuajar su imagen. La corte borbónica tiene mucho que avergonzarse de cuanto ha callado y ocultado, de su propia laxitud moral. Y necesitan seguir reivindicando legados que caben en el simple ejercicio democrático y no deben nunca implicar desviaciones tan flagrantes.
Felipe VI sabía en las navidades de 2019, cuando citó como problema “el deterioro de la confianza de los ciudadanos en las instituciones”, de los negocios offshore de su padre. Aunque aguardó un año a desmarcarse públicamente. El mismo día que entraba en vigor el Estado de Alarma por la pandemia, 14 de marzo, anunció que su padre dejaría de cobrar de los presupuestos públicos. No un año atrás cuando, de forma oficial, supo sus irregularidades.
No puede decirse que el mensaje navideño del rey no sea correcto, pero no responde en absoluto a las expectativas creadas. Nada de su padre, nada del runrún golpista, ni de desmarcarse de la derecha extrema que patrimonializa su figura. Felipe VI se involucró en política en su discurso del 3-O, ahora era un momento más que adecuado para hacer oír su voz en estos temas candentes. España vive entre grandes incertidumbres los efectos devastadores de una pandemia contra la salud, y de otras que vienen lastrando secularmente la convivencia. No es tiempo de tibieza. “Las muestras de afecto y apoyo” las necesita toda la sociedad atribulada.
Da la sensación, sin embargo, de que Felipe VI no quiere aprovechar esa oportunidad. Este discurso navideño, en su consabido temario, es todo menos tranquilizador.
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