Feminismos en plural, hegemonía en singular
En los márgenes de un feminismo hegemónico reproductor de las desigualdades y opresiones del orden político “patriarcado”, hay otras identidades feministas que no toman como referencia, única y posible, a la mujer blanca cis occidental y con carta de ciudadanía como “sujeto político”. Identidades, movimientos feministas, que, desde una lógica de derechos humanos con mirada interseccional, rompen con los dogmas que –desde los privilegios– buscan por inercia homogenizar un movimiento global y diverso.
Un movimiento cuyo “sujeto político” no es algo estático ni fijo, ni tampoco viene predeterminado por un texto académico. Más bien es fruto de la historia colectiva de las mujeres. Una historia de experiencias de subordinación y vulneraciones de derechos a la que atraviesan una multiplicidad de creencias, prejuicios y prácticas que impactan en forma de discriminación y violenta en la vida millones de mujeres por ser mujeres, pero también por ser distintas, ser disidentes, ser subversivas... Por ser ellas mismas y por ser parte de una seña de identidad colectiva en la que la desigualdad de género es parte ineludible en la ecuación “opresión”, pero no la única.
El movimiento feminista del siglo XXI, como movimiento de liberación de las mujeres y pionero en la defensa de los derechos sexuales y de los derechos reproductivos, no puede obviar los saberes compartidos por las voces feministas que llegan del sur, desde los márgenes, desde los feminismos decoloniales y también desde el transfeminismo. Tenemos información vivencial suficiente de mujeres titulares de derechos como para saber que la dominación que se ejerce desde el orden político “patriarcado” no solo utiliza la violencia machista, sino también la violencia racista, la transfoba, la capacitista, la nacionalista, la homófoba, la xenófoba...
Todas estas violencias van dirigidas a impactar no solo en quienes las sufren directamente, sino también en influir sobre el imaginario social e influir en el clima de convivencia de cara a establecer una jerarquía de cuáles son las vidas que pueden atrincherarse tras esa violencia y cuáles las que se pueden dañar para defender la moral, religión, la cultura, la tradición... la verdad hegemónica. Sin embargo, estas violencias ilegales e injustas son contrarias a todos los instrumentos de derechos humanos, están basadas en motivos expresamente prohibidos por estos, atacan la dignidad de las personas. Son violencias patriarcales que sintonizan mal con la democracia participativa y bien con los sistemas totalitarios y la economía neoliberal.
En la defensa de la pluralidad de los feminismos es clave la lógica de los derechos humanos con mirada interseccional, es desde esta desde donde se establece que todos los derechos están interrelacionados y son interdependientes. La interseccionalidad no es un invento queer, es pura lógica de derechos cuando estos son universales. Fue este, precisamente, uno de los argumentos, el de la universalidad, el que sirvió para que consagrar los derechos de las mujeres como derechos humanos en la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer o en la Conferencia de Beijing.
Por eso es impensable aislar al movimiento feminista de otros movimientos transformativos para colocarlo en el primer puesto de una especie de pseudo-ranking en la defensa de los derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales. Lejos de fracturarse, el movimiento feminista se nutre –y así debe ser si es movimiento– de muchas otras luchas colectivas, en su mayoría lideradas por las propias mujeres. Movimientos que se identifican con formas de vida y de relación alineadas a la ética que transpira de los derechos humanos y la sororidad que caracteriza a los feminismos. Luchas que son alternativa al productivismo, al colonialismo, al desprecio al planeta, al binarismo jerárquico excluyente, al supremacismo blanco, al extremismo ideológico y la estatalización de las organizaciones no gubernamentales.
Decir que esa pluralidad de feminismos fractura el movimiento feminista es desconocer que lo único que se fractura cuando las mujeres luchan por sus derechos humanos son las estructuras hegemónicas. De hecho, negar esa pluralidad es dar la espalda a las mujeres y a los problemas políticos acuciantes que les afectan, pues se les niega que tengan agencia para luchar colectivamente contra las opresiones estructurales que sufren por ser racializadas, trans, bolleras, migrantes, pobres, madres solteras, chabolistas, gitanas, empleadas domésticas, disidentes sexuales, porteadoras, temporeras, putas, sin hogar, sin papeles... Como dice Audre Lorde, “no son nuestras diferencias lo que nos divide sino la incapacidad de aceptar esas diferencias”. No es la pluralidad lo que fractura, sino la resistencia a esa pluralidad.
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