Follar, hablar de follar, y tener un cargo público (si eres una mujer)
El sexo podría ser eso que sucede entre una botella de vino y el desayuno del día siguiente. El sexo podría ser eso que pedimos cuando enviamos un mensaje y decimos “quiero más”. Podría ser lo que hacemos deprisa al llegar de una visita a alguna parte o lo que hacemos despacio durante horas una noche. Poner en práctica lo que imaginamos, dejarnos llevar o todo lo contrario. Pero para una mujer, el sexo es mucho más que eso. Es, simplificando mucho y eligiendo uno solo de los posibles significados, una de las armas con las que el patriarcado ha tratado siempre de disciplinarnos.
Lo sabemos desde muy temprano, desde que, por ejemplo, detectamos que nuestra libertad sexual tiene un precio y unas consecuencias muy distintas de las que puedan sufrir los hombres. Ese precio y esas consecuencias no solo pesan si mantenemos sexo, también operan simplemente por mostrarnos como seres deseantes, sujetos de placer, mujeres que hablan de sexo. Más aún si lo que hacemos es disputar el relato tradicional y patriarcal sobre el sexo.
Desde hace una semana sabemos que la feminista Beatriz Gimeno será la próxima directora del Instituto de la Mujer y desde hace una semana no han parado las críticas, los ataques incluso. En el centro de esos comentarios, bromas, artículos, críticas está, precisamente, el sexo. Porque Gimeno ha escrito relatos eróticos en los que las protagonistas son lesbianas y en los que hay escenas de todo tipo, porque ha hablado del sexo anal y los hombres heterosexuales, porque ha escrito sobre la empatía, el sexo y las “bases éticas de follar”. Resumiendo, porque ha dicho cosas que chirrían y que buscan trascender el discurso tradicional sobre el sexo, sin que esas ideas atenten contra los derechos de nadie ni expresen odio u hostigamiento ni busquen restringir libertades.
Una puede leer esos relatos y decidir si le gustan o no, si tienen más o menos calidad literaria. Podemos debatir las ideas de Gimeno, reflexionar sobre el significado de ciertas prácticas sexuales, sobre la empatía, pueden no gustarnos algunos de sus planteamientos, querer rebatirlos. El problema es que, mayoritariamente, sus ideas no se han puesto sobre la mesa para discutir sobre ellas sino que se han sacado a la luz para invalidarla como futura directora del Instituto de la Mujer.
El sexo sale a relucir una vez más para disciplinarnos: si no esperas, eres una guarra; si te acuestas en la primera cita, también; si muestras tus deseos, no te haces respetar; si escribes sobre sexo, si pides sexo, si hablas de sexo, si además planteas ideas llamativas o transgresoras que buscan hacer pensar no eres de fiar, no mereces consideración, vales menos, solo eres sexual. Y eso, en una mujer, o bien es una cualidad denostada o bien invalida todas las demás que una tenga, hasta el punto de que tu valía profesional o tu idoneidad para un puesto se ponga en entredicho.
Es una especie de escarnio que, además, puede funcionar de aviso para todas: ves, una mujer que habla de sexo, que se atreve a ser transgresora en sus planteamientos, a decir cosas incómodas, incluso a escribir relatos pornográficos donde una mujer se excita con otra de muy distintas maneras, no puede ejercer una responsabilidad pública relacionada, además, con la igualdad y con las mujeres. Necesitamos hablar de sexo, mucho, y no podemos tolerar que eso nos siga invalidando en ningún aspecto de la vida, ni en lo personal, ni en lo público, ni en lo profesional.
Espero que Beatriz Gimeno llegue a prometer su cargo como directora del Instituto de la Mujer, espero que podamos discutir sus iniciativas, criticarla por sus decisiones, formarnos una opinión de su legado al frente del organismo. Si nada de eso sucede, el discurso rancio y conservador (¡puritano!) habrá ganado y el precedente será peligroso: una mujer que escribe de sexo, que habla de sexo, que transgrede, no puede ocupar un cargo público.
Porque eso es lo que somos las mujeres que disputamos el relato sexual del patriarcado: mujeres peligrosas a las que intentan apartar, humillar, orillar, denostar. No se trata de que siempre llevemos razón ni de que nuestros argumentos o ideas tengan que contentar o gustar todo el rato a todo el mundo, sino de que podamos hacerlo sin consecuencias personales o políticas. Se trata de que el sexo deje, de una vez por todas, de penalizarnos.
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