Fosas
No podemos, no debemos olvidar. Es necesaria la memoria histórica, se trata de una deuda con aquellos que sufrieron las consecuencias de una manera de entender la política como el arte de destruir al adversario, al diferente, al indefenso.
El escritor José Luis de Villalonga fue uno de los pocos que accedió a contar la verdad. Su padre le recomendó a un alto mando militar franquista. Con 16 años le pusieron en un pelotón de fusilamiento en el frente vasco durante la Guerra Civil y así “se acostumbrará al ruido de los disparos”. Villalonga recordaba, después de la Transición: “acabamos fusilando como quien va a la oficina”. La banalidad del mal como explicó Hannah Arendt.
Este próximo miércoles, 13 de octubre, se cumplen 80 años de la matanza de judíos en Miropol (Ucrania), precedida unos días antes por la masacre de Babi Yar a finales de septiembre, también en Ucrania, donde en dos días, el 29 y el 30 de septiembre, los Einsatzgruppen de las SS dirigieron las operaciones que acabaron con la vida de cerca de 34.000 judíos a balazos, en las que participaron también soldados del ejército alemán, unidades parapoliciales ucranianas y policías de Kiev.
En Miropol, todos los judíos del pueblo, cerca de 500, fueron asesinados por soldados alemanes, batallones parapoliciales, y la policía local de Kiev, capital de Ucrania. Es decir, no sólo eran los Einsatzgruppen de las SS los que se encargaban de matar a todos aquellos “indeseables” que encontraban en las zonas ocupadas. En esas matanzas participó también el ejército alemán, lo que implica a ciudadanos alemanes ajenos a las SS, y ciudadanos ucranios del territorio ocupado.
La matanza de Babi Yar, una enorme hondonada cercana a Kiev, la capital de Ucrania, fue espantosa por el número de asesinados, pero la de Miropol tiene el valor de la evidencia. Una foto. Una foto en la que se ve a una mujer judía cayendo hacia una fosa tras los disparos efectuados por voluntarios parapoliciales ucranios rodeados de funcionarios de finanzas alemanes uniformados y armados. La mujer trata de proteger a sus hijos pequeños, que finalmente caerán con ella en la fosa donde junto con el resto de detenidos y ejecutados, algunos todavía vivos, serán enterrados para hacerlos desaparecer de la memoria.
La foto es un documento excepcional estudiado en detalle por Wendy Lover en su libro “The Ravine”. Los nazis prohibieron realizar fotografías de masacres como estas. Lo fotografiaban todo, también el desprecio y el sojuzgamiento de la raza inferior a la que había que hacer desaparecer. Pero el hecho mismo de la desaparición, la masacre, el asesinato, no lo documentaban gráficamente. Por eso la excepcionalidad de la foto.
En esa foto vemos la fosa que se abre ante la madre y sus hijos, vilmente asesinados por alemanes y ucranianos que no formaban parte de los especialistas de la muerte que eran los Einsatzgruppen de las SS. Eran, seguramente, personas normales, probos ciudadanos con una conducta intachable en sus pueblos hasta que llegó la guerra y se convirtieron en la mano ejecutora de órdenes ominosas, de asesinatos masivos ocultados en fosas comunes perdidas en un vasto territorio.
Pero las fosas han seguido ahí, como símbolo del horror de esa política de tierra quemada para los enemigos. Y las fosas, durante años silenciosas, claman justicia.
“¿Quién en mi país conoce hoy este Holocausto a balazos?”, se preguntaba este pasado miércoles, precisamente en la zona de las masacres en Ucrania, el presidente alemán Frank-Walter Steinmeier, junto al presidente de Israel Isaac Herzog y el presidente de Ucrania Volodymyr Zelenskyy, en el marco de los actos en recuerdo de la masacre. Uno de esos actos fue la interpretación de la sinfonía nº 13 (Babi Yar) de Dimitri Shostakovich que está basada en un poema de Yevgeny Yevtushenko sobre la masacre en territorio ucraniano.
Los nazis trabajaban sobre seguro, el III Reich iba a durar mil años, por eso no tenían problemas en realizar matanzas seleccionadas, una tras otra. No iba a haber represalias. Eran prácticamente eternos.
Villalonga, que participó también en un pelotón de fusilamiento franquista durante la Guerra Civil, explicó que con el tiempo entendió lo que pasó con los alemanes. “Aquellas burradas se hicieron por falta de responsabilidad. Si te quitan la responsabilidad te convierten en una bestia. Haces lo que te mandan y se acabó el asunto. Y a lo que te mandan te acostumbras… Lo terrible no es matar sino convertirse en oficinista de la muerte. Al convertirse en rutina, el matar a un judío o a un millón es lo mismo”.
En la Guerra Civil española la situación era diferente. Para empezar era una guerra civil, es decir, un conflicto armado entre facciones diferentes en un mismo territorio. Y, además, los que habían iniciado el conflicto, los franquistas, no tenían la seguridad de ser eternos, aunque luego duraron más que los nazis. Por eso Villalonga explicó cómo se ayudaban en plena Guerra Civil para ser capaces de cumplir las órdenes de la superioridad en tarea tan inhumana.
“En aquella época se mataba a bastante gente, a muchos nacionalistas vascos, curas vascos, por ejemplo… A los que estaban en pelotones de ejecución les daban por la mañana un enorme tazón de coñac. Los tíos se presentaban voluntarios por el coñac. Porque el primer día, sí, es terrible, el segundo también, el tercero un poco menos y a los ocho días haces eso igual que si mataras conejos o mataras gallinas”.
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