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Quién gana con los Juegos Olímpicos

El logo de los Juegos Olímpicos 2024 junto a la Torre Eiffel.

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Los Juegos Olímpicos comienzan este viernes con la duda de a quién o a qué sirven. Despojados de un propósito, han quedado convertidos en un entretenimiento, un producto más de la industria del “contenido”, que es cualquier cosa que nos distraiga. Ofrecer entretenimiento no es nada indecoroso, desde luego, pero una serie de Netflix se graba en un estudio sin molestar a los transeúntes.

Cuando los dirigentes olímpicos se esfuerzan en invocar “los valores del deporte”, ya nadie sabe bien a qué se refieren, aunque queda clara su pretensión de hacer creer a la sociedad algo cada vez más elusivo: que en los Juegos hay algo más que competición. Lo cierto es que no se ve nada más, salvo que una se ponga a rebuscar: entonces emerge el negocio. No siempre fue así. Como señalaba hace unos días el historiador del deporte David Goldblatt en The Economist, en los Juegos Olímpicos había algo más que deporte. Se trataba de un “festival cosmopolita que enviaba un mensaje a la humanidad”. Eso ya no sucede y “en ausencia de un propósito social o una misión moral, ¿qué son los Juegos sino un carísimo espectáculo comercial hecho a la medida de la televisión?” Hasta hace un par de décadas el movimiento olímpico encarnaba ideales universales de paz, convivencia y humanismo: no siempre salió bien, pero al menos estaba clara su aspiración.

¿Cuál es la ambición del movimiento olímpico hoy? ¿Qué le quiere contar a la humanidad? Si una trata de entenderlo con el posicionamiento geopolítico del COI, resulta imposible. En estos Juegos las federaciones rusas están vetadas y sólo se ha permitido la participación de quince deportistas individuales que están obligados a competir bajo bandera neutral. Es verdad que el dopaje ha desprestigiado el deporte ruso, pero queda claro que a Israel se le aplican otros estándares. Sus bombardeos también interrumpieron la tregua olímpica, pero sus federaciones competirán con normalidad.

Los deportistas no son los grandes beneficiarios de los Juegos. Buscan la gloria y algunos se hacen ricos (calculo que el 1% de siempre). En deportes minoritarios como el waterpolo o el remo, obtener el oro no garantiza nada. En el mejor de los casos, seguir compitiendo hasta la edad de retirarse. En ese momento, o se tiene apoyo financiero y una prodigiosa capacidad para reinventarse o no se sale adelante. Una deportista de cuyo cuello cuelgan brillantes medallas me dijo en cierta ocasión: “Es muy difícil asumir con treinta años que lo mejor que vas a hacer en tu vida ya lo has hecho”.

Las ciudades tampoco ganan con los Juegos. Pese al discurso oficial, distintos estudios económicos han demostrado que no es rentable. Los economistas norteamericanos Victor Matheson y Robert Baade presentaron en 2016 una rigurosa investigación cuya conclusión era que “en la mayoría de los casos los Juegos Olímpicos son una pérdida de dinero para las ciudades que los albergan”. Se contrae deuda, se incurre en sobrecostes enormes, se construye infraestructura que, o bien no es útil o, en caso de serlo, se habría construido de todas formas. Se crean empleos con la misma facilidad que se destruyen cuando se cierran las puertas de los estadios, algo que no sucedería si la misma inversión se dedicara a centros de deporte base, polideportivos municipales, en fin, proyectos duraderos en el tiempo.

El gran negocio de los Juegos es la venta de los derechos audiovisuales, es decir, de “contenido”. Esos ingresos los administra el Comité Olímpico Internacional y los respectivos comités nacionales. Se trata de organismos que no elige la ciudadanía (más bien se eligen entre ellos con invocaciones a la democracia), y no son responsables ante nadie. Cuando les viene mal someterse a las políticas públicas, invocan su condición de ente privado, pero cuando visten la camiseta de España dicen que nos representan a todos. Cuando les contraría una ley nacional, afirman que sólo responden ante el COI, pero les parece correcto que los Estados financien programas de deporte como el ADO en nuestro país. Demasiadas incoherencias para que el movimiento olímpico pueda transmitir algún mensaje positivo a la sociedad humana mundial. 

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