La gente que se inventa las series (y los programas)

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La abuela de un amigo de la infancia creía que, cuando rebobinabas el VHS, hacías daño “a los muñecos”. Aquella mujer era analfabeta y no tuvo una vida fácil, lo que explica y justifica su pensamiento mágico audiovisual. Otros con quienes me encontré más tarde tenían menos excusa.

Cuando decidí dedicarme profesionalmente al guion de eso que llamamos entretenimiento (por oposición a la ficción y a los espacios informativos), mucha gente a mi alrededor se sorprendió. No por mi elección, sino por la existencia de un oficio semejante. Personas formadas, gente que iba al cine y, a veces, hasta leía algún libro se quedaba patidifusa al descubrir que los programas tenían guion. Todavía hoy, alguno me pregunta de vez en cuando si es cierto que Presentador Estrella se limita a leer lo que otros le escriben. Si se da la circunstancia de que ese Presentador Estrella es cómico, la decepción es todavía mayor. Entonces, ¿qué hace él?, se preguntan. ¿Solo lee?

Hay diversos fenómenos que explican que los guionistas sigamos instalados en la esfera de los seres mitológicos. Algunos son históricos. En el cine, parte de la culpa la tiene Cahiers du Cinéma y su concepto de autoría adscrito exclusivamente a la dirección. Desde esa perspectiva, el guion es tan solo “una herramienta”. Como un destornillador o una llave allen. Tampoco ayuda que, en los programas de televisión, los créditos se pongan casi siempre al final, en una procesión de letras que corre a una absurda, insultante velocidad por la parte inferior de la pantalla.

Pero, sin duda, lo que más contribuye a la invisibilidad de los y las guionistas son las malas praxis deliberadas de la propia industria del entretenimiento. Un ejemplo reciente. Hace unos días, Cierta Plataforma emitió una nota de prensa anunciando el lanzamiento de su nueva serie. En la foto aparecían, por supuesto, los actores y las actrices. Nada que objetar. Son más guapos, visten mejor (porque les ceden la ropa) y la gente los sigue en Instagram. El problema estaba en el texto, donde se mencionaba a mucha gente: directores, productores, ejecutivos de toda clase… pero ni una mención a los escritores de la serie. A la gente que se la había inventado. A los creadores de esos personajes, de esas aventuras, de esos giros inesperados.

Desde hace un tiempo, el sindicato de guionistas ALMA viene moviendo el hashtag  #NoSeEscribenSolas para denunciar este tipo de situaciones. Se refiere a las series y películas, de ahí el femenino, pero la situación de los guionistas de entretenimiento es todavía peor (incluso en el título de este artículo los he recluido en un paréntesis). No digamos ya de los podcast o de los nuevos formatos donde ni siquiera se han regulado los derechos de autor. 

Las faltas de respeto están a la orden del día. Hace unos años, Borja Cobeaga denunció que los guionistas no podían entrar por la alfombra roja (o azul o del color que fuese) de los Goya. Ni siquiera los nominados. “Si lo sé, vengo en chándal”, tuiteó. No era una cuestión de ego, no hay ningún guionista en el planeta Tierra al que le guste que le saquen fotos. Era una cuestión de dignidad profesional. Lo que exigía Cobeaga, lo que exigimos todos y todas es salir de las tinieblas. No ser desviados a la puerta trasera ni borrados de las notas de prensa. No ver cómo los productos que hemos inventado y desarrollado en nuestras casas durante meses o años son luego publicitados como si se hubiesen generado espontáneamente o, peor, como si fuesen obra de la creatividad inhumana de una Plataforma.

Extrañamente, de puertas adentro nadie pone en cuestión el papel crucial de los guionistas en la industria del entretenimiento. Es una obviedad, pero, sin nosotros, sin nosotras, no habría historias, ni chistes, ni monólogos, ni sketches. Ni siquiera habría preguntas en los concursos. Solo habría gente sentada en un plató esperando a que llegue el guion. Qué raro, dirían, ¿por qué no llega? Habrá que esperar, dirían. Porque sin guion, no podemos hacer nada.