En el año transcurrido, la guerra de Ucrania y sus consecuencias han producido un nuevo cambio de mundo, o, en algunos casos, una aceleración de cambios que ya estaban en curso. Hay una percepción europea de que ha vuelto la guerra -aunque nunca se había ido- a su escenario, se ha fortalecido el sentimiento de nación de Ucrania, Occidente está más unido pero a la vez más solo, los países terceros han ganado importancia y margen de maniobra, la integración europea ha avanzado, si bien con una mayor dependencia estratégica de Estados Unidos, la globalización está transformándose, la transición energética se ha acelerado, la gobernanza global brilla por su ausencia, aunque se multiplican los llamamientos a una paz que, por ahora, tanto Putin, enrocado, como Zelenski, rechazan.
La nueva vieja guerra
La guerra ha vuelto como instrumento de la política rusa, y también occidental. No cabe decir que la guerra haya vuelto a Europa, pues sería olvidar las yugoslavas, aunque aquellas tuvieron mucho de guerras civiles. Pero para algunos países y generaciones es la primera guerra europea que vivimos. Las de Afganistán, Irak o Libia pertenecían a otro mundo, pese a que Occidente participara en ellas. La de Siria provocó una ola de refugiados. Los europeos han erigido muros para no entrar, frente a los muros para no salir de la Guerra Fría.
Es un tipo de guerra destructiva que creíamos olvidada en este continente, de poblaciones e infraestructuras civiles, con decenas de miles de soldados muertos o heridos, como en la Segunda Guerra Mundial. Parece una guerra clásica, pero no lo es, pues en ella tienen un papel fundamental los drones, los lanzadores de misiles inteligentes de larga distancia,, y toda una nueva panoplia de sistemas. Pero aún no es la “guerra del futuro”. En ella juegan un papel fundamental los ataques cibernéticos, la inteligencia por sistemas digitales y las nuevas comunicaciones de datos, que los ucranianos han mantenido gracias a los satélites privados de Elon Musk. Ha reaparecido la amenaza de una escalada hasta el arma nuclear, química o bacteriológica. Que Rusia se haya retirado -aunque seguirá respetando los límites acordado- del Nuevo START sobre limitaciones de armamento nuclear estratégico indica que el control de armamentos está en crisis. Para recuperarlo, tendrá que incorporarse China como nuevo elemento de la ecuación. No es nada seguro que quiera.
La nación ucraniana y el relato
En su belicoso discurso del pasado martes ante la Duma, Putin, con su peculiar visión de la historia, volvió a negar la existencia de Ucrania, que considera parte de Rusia. De nuevo, esta guerra le ha salido mal a este respecto, pues ha disparado el sentimiento nacional ucraniano, incluso entre mucho rusohablante en el país. Putin, que ha perdido la guerra de la desinformación y del relato, ha cimentado una nación ucraniana de complicada hechura que, definitivamente, mira a la entrada en la Unión Europea como su horizonte de destino, y la UE le ha entreabierto la puerta. Aunque también algunos, como Macron y Scholz, empiezan a plantear que en un horizonte, no tan lejano y probablemente sin Putin, hay que, de una forma u otra, incorporar a Rusia, el país más extenso de la tierra, muchas de cuyas materias primas necesita Europa, además de superpotencia nuclear.
Occidente unido y solo
Occidente se ha unido en apoyo de la Ucrania invadida. No lo hizo en 2014 cuando Rusia se anexionó Crimea y ocupó parte del Este del país, agresión ante la que tomó unas sanciones veniales. Nunca se había llegado a tal grado de sanciones económicas como las actuales, que se siguen incrementando, pese a su discutible efectividad sobre la voluntad de Putin y el apoyo de los rusos a esta invasión. No obstante, hay peligro de divisiones en Occidente si la guerra se alarga en exceso, exige mucho más armamentos y genera más refugiados (hay hasta nueve millones según ACNUR). El G7 se ha erigido, en palabras de la Administración Biden, nada menos que en el “comité organizador del mundo libre”.
Occidente está muy solo. La mayor parte del Sur Global, aunque ha condenado la agresión rusa -salvo significativas excepciones- no ha seguido las sanciones occidentales, al ver la guerra como un conflicto entre imperialistas europeos. Y este distanciamiento preocupa a un Occidente que ha ganado la guerra del relato en su propio seno, pero no hacia el exterior. Una gran parte del Sur Global -en cuyo seno están surgiendo potencias terceras con más peso- sigue tratando económica y geopolíticamente con Rusia, y con China, que han aumentado su presencia e influencia en África, como en el Sahel, donde habido una cierta dejación geopolítica europea en esa zona que alimenta a grupos terroristas. A la vez, la OTAN, maltrecha tras la precipitada salida, o huida de Afganistán, se ha reforzado, en términos militares y geográficos (con la próxima incorporación de Finlandia y Suecia, esta última si lo permite Turquía). A Putin le ha salido mal la jugada. Pero la OTAN quiere evitar a toda costa un enfrentamiento directo con Rusia, lo que limita la capacidad de maniobra militar de la Ucrania armada y entrenada por los occidentales y convierte el conflicto en desigual: Rusia puede alcanzar Ucrania, pero Ucrania no puede alcanzar Rusia (al menos, de momento).
Europa ha avanzado en su integración y capacidad, a pesar de Hungría. Ha despertado en su seno un instinto geopolítico. Alemania, con el envío de armas a Ucrania y su desgarrador distanciamiento de las fuentes de energía rusas, como el gas, que están detrás de su vigor económico, ha anunciado un cambio drástico en su política exterior de seguridad (Zeintenwende o punto de inflexión, palabra del año 2022 en Alemania). La UE es hoy más dependiente de EE UU en petróleo, gas, armas y tecnología. Frente al maltrecho franco-alemán, en el seno de la UE ha surgido un nuevo eje geopolítico, cuyo centro es Polonia, que pasa por los Bálticos, República Checa, Eslovaquia, Rumanía y Bulgaria, llegando a, o partiendo, de Washington, con Londres como esbirro cada vez más arrepentido del Brexit.
Fragmentación geopolítica
Las consecuencias económicas de la guerra han tenido dos efectos notables. Por una parte, la carrera en materia de ayudas públicas entre EE UU (con su Ley de Reducción de la Inflación, IRA, con 391.000 millones de dólares de ayuda pública para la seguridad energética y la lucha contra el cambio climático), y la UE. A la vez, para reducir la dependencia del gas y petróleo rusos, se está acelerando en la UE la transición hacia una energía más limpia y más interconectada, que venía de atrás, aunque a la corta haya subido el consumo del carbón. Estos efectos abonan la transformación que estaba ya en curso por las carencias en algunas cadenas de suministro que se pusieron de manifiesto con la pandemia. “Fragmentación geoeconómica”, lo llama el Fondo Monetario Internacional.
Gobernanza global con respiración asistida
La gobernanza global también ha entrado en crisis. Aunque no tanto como se suele decir. Por una parte, porque ya lo estaba. El G20, poniendo a Rusia entre paréntesis, ha seguido funcionando, aunque hace años que ha perdido efectividad, aunque constituye un marco de relaciones único, como se ha visto en la última cumbre de Bali. Pero vamos a un mundo más desordenado, antes de que se pueda construir un nuevo mundo, en el que China está llamada a ejercer el papel que le corresponde.
Si la clave de bóveda de esta gobernanza Global es el Consejo de Seguridad de la ONU, este se ha paralizado ante la cuestión ucraniana, pero dado el veto ruso, en otra serie de temas, ha seguido funcionando. Como indica un interesante estudio, lejos de estancarse, el Consejo ha seguido renovando los mandatos de las operaciones de paz y establecido su primer régimen de sanciones en cinco años (contra Haití). En 2022, adoptó 54 resoluciones, solo tres menos que en 2021. La Asamblea General ha estado muy dinámica en la cuestión ucraniana, aunque con pocos efectos prácticos pues sus resoluciones no son de obligado cumplimiento. Estos días debería aprobar una, promovida por la propia Ucrania, subrayando la urgencia de encontrar “una paz amplia, justa y duradera, en consonancia con los principios de la Carta de las Naciones Unidas”.
Ganar, perder y parar
El ominoso discurso de Putin hace presagiar que la guerra será larga, y con amplias consecuencias. Las dos partes insisten en ganar, sea lo que sea lo que lo define. Un elemento esencial será la actitud de China, que ha estado con Moscú en esto, ayudando política y económicamente a Putin. Si Pekín da el paso de suministrar ayuda militar a Rusia, la situación se puede complicar, no solo en Ucrania, sino en el mundo. China no gusta de esta guerra, menos aún de las amenazas del régimen de Putin de usar el arma nuclear si pierde el control de la situación. A la espera, pues, del inminente plan de paz de China, y de otros que están sopesando terceros importantes con el Brasil de Lula y el México de López Obrador. Todo el mundo sabe -aunque la situación no está aún madura para ello- que ambos contendientes tendrán que ceder en algunos elementos. Perder y ganar se relativizará ante la necesidad de parar. En todo caso, el mundo se ha complicado y se complicará aún más. Se ha hecho más ingobernable.