Se dice que la primera víctima de la guerra es la verdad, una frase atribuida al senador estadounidense Hiram Johnson en 1917, pero hace mucho que ya sabemos que no hace falta empezar una guerra para que la verdad termine sacrificada. Eso sí, cuando suenan los tambores, la desinformación sube en decibelios. Ya lo vimos en anteriores conflictos: Afganistán para buscar a un Bin Laden que no estaba en ese país, Iraq y armas de destrucción masiva que no existían, “rebeldes y libertadores” en Siria y Libia que resultaron ser terroristas islámicos, serbios a los que se les bombardeó por el delito de “invadir” su propio país...
Ahora toca Ucrania y Rusia. Desde Occidente se suele recurrir con frecuencia a denunciar la censura que existe en Rusia, a sus campañas de desinformación, a las mentiras constantes de su gobierno. La pregunta sería si de verdad desde este lado podemos estar seguros de disponer de todas las versiones, todas las fuentes, de contar con la suficiente pluralidad. Si todo lo que dicen los gobernantes occidentales es cierto y si se nos puede privar de la versión rusa, independientemente de que pueda ser veraz o no.
Uno de los formatos de desinformación es aceptar cómo válida la información oficial de una de las partes. El constante discurso de desautorización de la credibilidad del otro, Rusia, va acompañado de la imposición de que el de esta parte es obligatoriamente veraz. Veamos un ejemplo.
El portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, acusó el pasado 3 de febrero en una rueda de prensa a Rusia de estar preparando vídeos de ataques falsos de Ucrania, con falsas explosiones y cadáveres, actores que se hacen pasar por heridos, con imágenes de equipamientos e infraestructuras destruidas que serían solo decorados. Todo ello, según él, estaría elaborado por la inteligencia rusa.
La mayoría de los periodistas se limitaron a tomar nota con la intención de dar por válidas esas acusaciones. Pero el periodista de Associated Press Matt Lee le preguntó qué pruebas tenía de que Rusia estaba preparando eso. La respuesta que recibió es que se trataba de información de inteligencia desclasificada que tenía el gobierno estadounidense. El periodista le insistía en que dónde estaba esa información, y el portavoz dijo que la información eran sus declaraciones.
Curiosamente lo que supuestamente iba a hacer la inteligencia rusa era montar una mentira con un vídeo falso (que no había aparecido todavía) y lo que hacía la inteligencia estadounidense era contar una verdad sobre algo que no habían hecho todavía los rusos. Los periodistas debían mostrar un acto de fe considerando mentiroso al gobierno ruso porque manipulaba con sus agentes de inteligencia, y veraz al gobierno de Estados Unidos porque, contrariamente, se remitía a sus agentes estadounidenses como prueba de verdades.
Veamos otro caso en el que se acepta sin rechistar el discurso estadounidense. A finales de enero, la portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, difundía la noticia de que la invasión de Ucrania por Rusia era “inminente”, sin aportar ningún dato o prueba que justificara esa información. Los medios se limitaban a replicar acríticamente sus palabras. Días antes lo habían afirmado también los conservadores del Reino Unido. Ucrania pidió calma y protestó por lo negativo sobre su economía que suponía ese alarmismo. Entonces, la propia Psaki, el 2 de febrero, dijo que ya no era “inminente”. De modo que la mayoría de los medios de comunicación pasaron de “informar” de una invasión “inminente” a “no inminente” utilizando como único elemento lo que decía la Casa Blanca.
Por supuesto, las constantes afirmaciones del gobierno de Rusia de que no tenía intención de invadir Ucrania son ignoradas. Los medios seguían insistiendo en que Rusia va a invadir un país de cuarenta millones de habitantes, tan extenso como toda la península ibérica (España y Portugal) y con una economía arruinada.
El machaque mediático de que Rusia invade lleva dos meses y medio. El 3 de diciembre, el periódico alemán Bild informaba con detalle de la supuesta invasión. “Así es como Putin podría destruir Ucrania”, titulaban. Y para sus sumarios: “Bild ha conocido los detalles sobre los planes de invasión a través de información procedente de la OTAN y los círculos de inteligencia”, “175,000 soldados rusos podrían invadir”. Comenzaba así el reportaje, donde se incluía toda una cronología y mapas de acciones militares, según los cuáles la invasión en estas fechas ya debería estar en marcha:
“Según la investigación de BILD, los 'planes máximos' de Rusia para una guerra contra Ucrania se conocen desde mediados de octubre. El servicio de inteligencia exterior de EE. UU., la CIA, los interceptó de las comunicaciones militares rusas y primero informó a su propio gobierno, que informó a la OTAN en noviembre”.
Como en febrero nada de lo que había anunciado que sucedería en enero era realidad, volvieron a repetirlo: “Pseudo-parlamento y campos de internamiento. El plan golpista de Putin para Ucrania” (5 de febrero).
“¡Detalles explosivos sobre la planeada invasión rusa de Ucrania!
El ataque ruso a Ucrania aún no ha comenzado, pero los servicios secretos ya tienen información sobre el tiempo posterior a la gran guerra y el cruel régimen títere que el Kremlin quiere establecer en Ucrania.
Un servicio de inteligencia extranjero ha recopilado detalles de los “planes de posguerra” rusos en Ucrania, que actualmente se están discutiendo en los círculos militares rusos. Se creó un informe secreto a partir del conocimiento adquirido por el servicio de inteligencia. ¡BILD lo conoce!“
Solo había una forma de llegar más lejos que anunciar una inminente invasión, y era decir que ya se había invadido. El 4 de febrero el portal estadounidense de noticias financieras Bloomberg, directamente publicaba el titular “Rusia invade Ucrania”. Lo retiraron a los 30 minutos y al día siguiente dijeron que fue un error. “Preparamos titulares para muchos escenarios y el titular ”Rusia invade Ucrania“ fue publicado inadvertidamente alrededor de las 4 de la tarde (hora del este) de hoy en nuestro sitio web”, afirmaron.
De nada sirve manipular y mentir desde una parte del conflicto si no logras silenciar al otro para que solo quede tu versión. Es decir, había que silenciar la voz rusa. El 2 de febrero la autoridad de radiodifusión alemana anunciaba que prohibía la misión en alemán de la cadena estatal Rusia Today (RT DE) argumentando que carecía de la licencia correspondiente y que su contenido era propaganda del Kremlin.
El conflicto venía de antes. El canal RT DE fue lanzado el 16 de diciembre pasado, pero el mismo día YouTube ya lo bloqueó. Al día siguiente el regulador de medios de comunicación de Alemania (MABB) anunció el inicio de una investigación contra el canal, con el argumento de que había empezado a operar sin licencia. A finales de diciembre, el MABB obligó al operador del satélite de telecomunicaciones europeo Eutelsat 9B a cancelar la señal de RT, según denunció la televisión rusa.
Como represalia, el 3 de febrero Moscú cierra la corresponsalía de Deutsche Welle, la radiotelevisión pública alemana, además se prohíbe la transmisión por satélite y de otro tipo de esta compañía de radio y televisión en su territorio. El Ministerio de Exteriores ruso también anuló la acreditación de todos los empleados de la oficina rusa de Deutsche Welle. Todo ello, según el gobierno ruso como respuesta a las “acciones poco amistosas de Alemania de prohibir la transmisión por satélite y de otro tipo de la cadena en alemán del canal RT DE”.
No es este el único obstáculo que se le está poniendo a la versión rusa del conflicto.
El 2 de febrero, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, imponía sanciones a varias cadenas de televisión de su país (112.Ukraina, NewsOne y ZIK) por su línea crítica contra el gobierno.
También a primeros de febrero YouTube cerraba los canales de las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk, en el este de Ucrania y afines a Rusia. Entre los canales afectados se encontraba el del Ministerio de Información de la República Popular de Donetsk, así como el de la agencia oficial de las autoridades de Lugansk, Luganskinformtsentr, su ente público de radiodifusión GTRK, y el servicio de prensa de la administración de sus fuerzas armadas.
El editor jefe de la agencia oficial de Lugansk, Sergei Meshkovi, denunció la suspensión de estos canales “sin avisos o notificaciones previas”. Para los periodistas de GTRK, según recogía Europa Press, el bloqueo es una “provocación y un intento de los servicios de inteligencia ucranianos, británicos y estadounidenses de silenciar la voz en (la región de) Donbás ante el ataque de gobiernos armados occidentales y entrenados por instructores de las brigadas de las Fuerzas Armadas de Ucrania, , la Guardia Nacional y grupos de mercenarios extranjeros”.
Curiosamente ese cierre se producía menos de 24 horas después de que Estados Unidos afirmara, como he dicho al principio, que Rusia pretendía difundir un vídeo falsificado con un montaje sobre un ataque ucraniano. No solamente no apareció nunca ese falso vídeo ruso, sino que se prohibieron la difusión en Youtube de todos los vídeos pro rusos de Ucrania del Este.
Probablemente los ciudadanos rusos no dispongan de suficiente pluralidad informativa en su país, lo que es evidente es que ni los gobiernos occidentales de esta parte ni los ciudadanos estamos en condiciones de afirmar que tenemos acceso a la necesaria pluralidad para poder conocer todos los puntos de vista ni todos los hechos. Eso supone que nuestros gobiernos, y muchos de los medios occidentales, han perdido toda legitimidad para denunciar la censura y la desinformación del gobierno ruso si aquí no se está garantizando la libertad de expresión, una libertad de expresión que debe incluir conocer la versión rusa del conflicto.