El curso 20-21 supone un reto para los educadores y las educadoras. A nuestra misión de formar ciudadanos críticos se suma la responsabilidad de evitar que la civilización colapse por nuestra culpa.
Aunque parece una labor compleja, nos lo debemos tomar como un desafío, no como un contratiempo. La clave está en desaprender, librarnos de los viejos hábitos y, en definitiva, reinventar la escuela.
Para empezar, tenemos que quitarnos la presión de encima. Debemos pensar que, si la humanidad se extingue, pues, oye, se extingue. En este sentido, es importante ser realista, porque un optimismo exacerbado solo nos llevará a la melancolía. No te encariñes mucho con los niños, menos aún con sus abuelos. Cada mañana, al entrar en el aula, susurra para ti: memento mori. Si es necesario, tatúatelo en el antebrazo.
Debes dejar de pensar en los niños como pequeñas esponjitas de conocimiento y empezar a verlos como lo que son: supertransmisores asintomáticos portadores de muerte. No te acerques a ellos, no los toques, no te pongas en la trayectorias de sus escupitajos ni de sus estornudos. Te recomendamos que adquieras un palo de metro y medio (puedes encontrarlo en Amazon y en el campo) para asegurarte de que ningún niño invade tu espacio de seguridad personal.
Es importante que los niños comprendan que son veneno para el mundo y que la supervivencia humana descansa en sus pequeños hombritos. Dado que este mensaje puede ser excesivamente crudo para ellos, recomendamos dejárselo caer con indirectas. Proponemos frases como: “las matemáticas son importantes para proyectar la cifra de muertos a dos semanas vista” o “el inglés es fundamental para entender los prospectos de los antiretrovirales”.
Dado que las niñas maduran antes que los niños, se puede ser más explícito con ellas. Si dos niñas de distinta aula se hablan en el patio a menos de metro y medio, aconsejamos interrogarlas por separado con estrategias del tipo: “Me ha dicho tu amiga que quieres matar a tu yayo, ¿es eso cierto?”
Por supuesto, el recreo será nuestro principal campo de batalla. Conseguir que doscientos niños no se toquen es complicado, pero no imposible. Lo fundamental es lograr que los pequeños desarrollen la competencia de supervivencia. Deben entender que el mundo es un lugar horrible y que el mal son los otros. Estas ideas se pueden incluir en el temario de Valores Cívicos o en el de Ciencias Sociales.
Por último, se recomienda empapelar el centro con mensajes que despierten en los pequeños un miedo atávico a la compañía humana tales como “Tu mejor amig@ te matará” o “Abrazo hoy, funeral mañana”. Todo esto, insistimos, sin perder los nervios ni sacar las cosas de quicio. La humanidad está en nuestras manos. Tranquilidad.