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¿Había que entrevistar a Miguel Bosé?

Miguel Bosé
14 de abril de 2021 22:02 h

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El mero anuncio de Jordi Évole de que iba a entrevistar al cantante Miguel Bosé para su programa en La Sexta levantó una polvareda en torno a si respondía a una buena praxis periodística darle protagonismo a un personaje que se ha caracterizado por un negacionismo respecto a la Covid tan poco fundado como responsable de contagios y muertes. 

En realidad es un debate de largo recorrido si es oportuno o no entrevistar y permitir que se exprese a alguien cuyas ideas, de forma más o menos mayoritaria, se consideran inapropiadas, perniciosas o incluso peligrosas. La discusión se puede ampliar a cuando es un sector ideológico el que rechaza sistemáticamente el acceso del otro sector a los medios o, simplemente, denuncia un excesivo protagonismo. 

En mi opinión, el debate ya parte de una mala consideración del periodismo: creer que una entrevista y, por tanto, el papel del periodista entrevistador, garantizará al entrevistado la posibilidad de hacer apología de sus ideas y salir ventajoso tras ella. Es decir, se olvida que el buen periodista puede conseguir dejar en evidencia el despropósito de las ideas del entrevistado, su personalidad desequilibrada, sus perversas intenciones o cualquier otra característica que ayude, precisamente, a invalidar esas ideas que la mayoría social considera perniciosas. 

Porque una cosa es dar un protagonismo desmedido a las opiniones negacionistas de personajes famosos que no tienen ningún conocimiento del tema, como Miguel Bosé o Victoria Abril, y otra cosa es, una vez que esa opinión ya ha sido difundida y conocida por la opinión pública, someter al famoso a un interrogatorio riguroso, profesional, serio y documentado para que muestre el fundamento científico de su tesis o, por el contrario, su indigencia académica. Si la opinión negacionista del cantante popular ya ha sido difundida a los cuatro vientos o si el líder ultraderechista ya tiene el apoyo de cientos de miles de votantes, es absurdo exigirle a nuestro periodismo que adopte la táctica del avestruz y no se dé por aludido ante la presencia de esas posiciones en la calle. El periodismo no tiene que tener miedo a escuchar al infame o al despreciable, porque si se hace a través de preguntas profesionales es muy distinto a ofrecerle un altavoz. Y el ciudadano informado no debería tener miedo a escuchar la opinión de Hitler, Charles Manson, Franco o Pinochet, si un buen periodista les hace las preguntas oportunas.

De ahí la importancia de la profesionalidad del entrevistador. Evidentemente, no es lo mismo que Bertín Osborne entreviste a Santiago Abascal a que Jordi Évole entreviste a Miguel Bosé, incluso a pesar de la amistad que les una. El problema es una sociedad que asocia más una entrevista al primer caso que al segundo. Estamos demasiado acostumbrados a que cada medio de comunicación entreviste y dé protagonismo a los suyos, lo que termina resultando un empobrecimiento, otro más, del periodismo. O dicho de otro modo, estamos acostumbrados a que los medios se hayan convertido en megáfonos para la difusión de los de su cuerda en lugar de foros de buen periodismo desde los que promover análisis críticos e independientes. 

La historia del periodismo está repleta de buenas entrevistas en las que, mediante inteligentes preguntas, se mostró la estupidez y la miseria del entrevistado. Siempre se ha dicho que el buen periodista debe preguntar al político de derechas como si el periodista fuera de izquierda y preguntar al político de izquierdas como si el periodista fuera de derechas. Estoy muy de acuerdo, sea cual sea la ideología del periodista, que seguro la tendrá, yo el primero. Si el entrevistado tiene argumentos, es brillante y lúcido, saldrá bien parado y aportará información al lector o la audiencia. ¿Acaso no es esa la misión del buen periodismo? Si el entrevistado es mediocre y sin fundamentos, el lector o audiencia podrá también descubrirlo. Siempre ganarán, por tanto, el público y el periodismo. 

Un último detalle. Si es el periodista el que hace de militante, también resultará necesario que el entrevistado lo pueda dejar en evidencia. Está siendo ya muy frecuente en España no saber quién de los dos es el activista. Ningún entrevistado sin un buen periodista enfrente y ningún mal periodista sin un buen entrevistado enfrente. 

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