¿Se han derechizado los españoles?

26 de mayo de 2022 22:50 h

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Aunque ningún sondeo puede ser tomado como verdad revelada, y ninguno lo será aún durante tiempo, todos ellos coinciden en un punto que tiene que ser tomado en cuenta: el de que la derecha sube y la izquierda se estanca o incluso baja. Acontecimientos recientes, entre ellos varios errores del Gobierno, y el importante cambio que se ha producido en el liderazgo de la derecha, deben influir bastante en esos datos. Pero, más allá de ellos, en el discurso público se va haciendo hueco un concepto que, de ser cierto, revelaría movimientos más profundos. Se trata de la “derechización” de la sociedad española. Que algunos creen que ya está en marcha y que, además, es imparable.

Una rápida mirada a nuestro entorno internacional hace pensar que ese proceso es perfectamente posible. La izquierda ha quedado muy reducida en Francia tras la práctica desaparición del partido socialista. Siendo distinta la situación de Italia, sus números, a la postre, son muy similares. En Gran Bretaña, el partido laborista espera mejores tiempos, sin tener muy claro por dónde puede buscarlos. En Alemania gobiernan los socialdemócratas, pero con el porcentaje de votos más bajo del último cuarto de siglo. En el este europeo el signo político es de derechas, cuando no de ultraderecha, con algunas excepciones, que también se dan en Escandinavia y en la Europa Central más rica.

Cayó Donald Trump -aún no se puede descartar que vuelva-, pero la semilla de ultraderecha que dejó en el mundo y particularmente en Europa sigue dando frutos. En ninguno de los países de nuestro continente, salvo en alguno del Este y también en España, esos partidos tienen a corto y medio plazo expectativas de entrar en el gobierno, pero el 41,5 % logrado hace menos de un mes por Marine Le Pen en las presidenciales francesas es un inquietante precedente de cara al futuro.

Aunque esas corrientes necesariamente influyen en nuestro país, en España la situación es relativamente distinta. Sí, Vox sigue creciendo, pero el dato más significativo es el fortalecimiento del PP, de la derecha clásica, tras la caída de Pablo Casado. Parece como si la llegada de Feijóo al poder de Génova hubiera roto el dique que contenía un voto de derecha que se negaba a apoyar al anterior líder y que ahora se siente libre para mostrar a las claras sus opciones. La hipótesis más consistente dice que esa tendencia se consolidará tras el previsto triunfo del PP en las elecciones andaluzas.

¿Responden esos datos y esas previsiones a que la sociedad española se está derechizando o, por el contrario, son el resultado de la pérdida de impulso de la izquierda? Es imposible encontrar una solución tajante a esa disyuntiva. Entre otras cosas, porque habrá de lo uno y de lo otro. Sin embargo, se pueden apuntar algunos fenómenos.

Uno de ellos es que la derechización y el enfriamiento de la izquierda vienen de lejos. Las reacciones de rechazo generalizado que produjeron en toda la sociedad española, primero el terrorismo de ETA y luego el susto independentista catalán, han dejado huella y no es precisamente de izquierdas. Otro, y puede que más importante que el anterior, es que el ambiente social cotidiano, con su aspecto cultural en sentido amplio a la cabeza, es mucho más conservador y conformista que el que existía hace 20 años.

La crisis económica de 2008 y la pandemia han aplanado mucho a mucha gente. Incluso, o sobre todo, a los que peor lo pasan. El espíritu de izquierdas se ha desdibujado, si es que existía. Y no aparece por parte alguna, salvo en las ocasionales manifestaciones retóricas de sus cada vez menos numerosos militantes.

La competencia cainita entre el PP y Vox impide al primero proponer a las claras su propuesta ideológica. Feijoo está atrapado por la necesidad de pactar con Abascal para alcanzar el poder y la imposibilidad de establecer un programa político que desarrolle ese pacto. Cuando lleguen las generales, esa contradicción puede ser dramática, si es que antes no se ha producido algo que desactive al partido de Abascal. Y por ahora no se ve que nada de eso pueda ocurrir. Y la estrategia de Isabel Díaz Ayuso, o de quien se la escriba, de que para parar a Vox lo mejor es unírsele fraternalmente tiene toda la pinta de que va a seguir mandando.

Pero ideas básicas del proyecto del PP, como la reducción de impuestos o del tamaño del estado, tienen mucho más eco en la sociedad española de lo que parece entre tanto rifirrafe. En eso también radicaría la supuesta derechización.

Que, con todo, no es ni mucho menos una garantía de éxito electoral. Entre otras cosas, que hay unas cuantas, porque sin crecer electoralmente en Catalunya y en el País Vasco, en donde el PP es casi testimonial, La Moncloa es inalcanzable según todos los expertos.

Nada está ya vendido, por tanto. Pero para que las tendencias que apuntan las encuestas no se consolidaran sería precisa una reacción política de la izquierda que, por el momento, tampoco se ve por parte alguna. Y que necesariamente tendría que ser algo sustancialmente distinto a una sucesión de medidas de supuesto impacto social como a las que a decenas ha venido aprobando el Gobierno ya desde hace meses y que no han modificado un ápice el signo de los sondeos.

Lo que harían falta son mensajes que pudieran ilusionar a la gente que no tiene claro para qué le vale votar a la izquierda, que acabaran con la abulia que produce la acción del gobierno de coalición que, más allá de sus fallos, parece que lleva en el poder muchos más años de los que de verdad lleva, de repetitivas y cansinas que con sus comunicaciones públicas. Ese es el golpe de timón que hace falta. Nada de trucos publicitarios.

Pero para darlo, sus protagonistas tienen que ser los primeros en creerse esos mensajes hoy por hoy inexistentes. Y no dar la impresión que lo que más les importa es conservar el cargo. Porque esto último daría una gran ventaja a Núñez Feijoo. Porque él es nuevo. Y eso a la opinión pública española, y a la de otros muchos países, le gusta mucho.

¿Están Pedro Sánchez y Yolanda Díaz a la altura de ese reto?