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Hay guerra desde el lunes

Edificios destruidos en el norte de Gaza
13 de mayo de 2021 22:12 h

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La guerra estalló el pasado lunes. Increíblemente, se pueden contar las cosas así. Israel y Palestina viven inmersos en una violencia cíclica que el lunes estalló de nuevo. Por el futuro de Jerusalén. Esa ciudad increíble sobre la que todos opinan y que todos calientan, pero que no hemos sabido entender en su complejidad, sus contradicciones y su ejemplo de resistencia. Yo he estado en Jerusalén. Es una ciudad que adoro. Tiene algo imponente que lo ocupa todo. Es realmente cuna de muchas de las cosas que hoy somos. Y en Jerusalén el lunes estalló una guerra. Que es una frase tremenda pero cierta. Estuve en la ciudad hace un tiempo para hablar con activistas de ambos lados que trabajaran para solucionar el conflicto. Me admiró su resistencia y su capacidad de comprensión. Crucé a Palestina, pinté el muro y regresé horrorizada. Niños y niñas de 15 años que no salen de un espacio de 15 kilómetros cuadrados. Tabiques con ruedas que van estrechando, cercando, a una población agónica. Mujeres de ambos lados de la frontera móvil que no quieren que sus hijos e hijas vayan a la guerra.

¿Sabemos suficiente? En ocasiones, la única manera de evitar el servicio militar obligatorio es participar en un asentamiento. Es de las pocas cosas que libra a los jóvenes de luchar y/o morir. La verdad: no sabemos suficiente sobre lo que está pasando en esa zona inagotable del mundo y por qué. No sabemos suficientes de las (muchas) divisiones internas y las voces que se alzan para detener la violencia en todos los rincones de los dos países. Hemos cometido la brutalidad de utilizar la palabra nazi para hablar de los perpetradores de un apartheid brutal. Vemos al pueblo judío como víctimas del holocausto sin destacar todos los esfuerzos que ha hecho para entenderlo, para superarlo, para explicarlo y tratar que no se repita. Y a menudo no queremos escuchar nada porque lo resumimos diciendo barbaridades tan, tan impunes, como que “Israel está haciendo con Palestina lo que Alemania hizo con los judíos”. ¿En serio? ¿Eso es todo lo que sabemos hacer para detener un conflicto que cala tan profundo que no sabemos si encontraremos en algún momento las raíces? ¿Tan poco podemos acompañar a todas las personas que tratan de detenerlo? Por lo visto sí. Por lo visto nos solidarizamos más con unos muertos que con otros (de ambos lados, no estoy diferenciando). Lo resumía el escritor David Aliaga en twitter: “Vaya papelón están haciendo esos cuya única respuesta a lo que está pasando estos días en #Israel es agitar una bandera. Mi bandera son los que están muertos y heridos, y no deberían estarlo; a los cadáveres no les pido pasaporte, ni confesión.” Y sí. Esto no es Hollywood. De modo que al decir bandera puede verse cualquier cosa. No lo hace.

Muchas veces entiendo que ideológicamente nos pongamos del lado de las víctimas constantes del poder gubernamental y no de las de los impactos de bala. Pero es una reflexión absurda e inerte. Hay voces disidentes en ambos lados y, de hecho, los lados no son tan estrictos. Resulta evidente, imprescindible y justo defender a las víctimas del apartheid. Tenemos que hablar con Palestina y por Palestina. Y sí, tenemos que leer a la extraordinaria poeta Rafeeh Ziadah cuyo grito surge desde Gaza. Pero también necesitamos leer a Etgar Keret y su percepción de un país que no deberíamos tratar, impunemente, de resumir. Tenemos que conocer a las mujeres de negro que cada viernes ocupan carreteras israelís pidiendo que no manden a sus hijas e hijos a la guerra. Y necesitamos también conocer a la juventud israelí que vigila las fronteras para valorar el trato que reciben las palestinas y los palestinos. Espantoso, sin duda. Pero que conste que hay alguien reportándolo, guardando memoria, todavía escandalizándose (y que conste que ese es el único camino).

Porque no son bloques, no es Israel contra Palestina. Sino una idea del mundo contra otra. Sin duda lo que ocurre es mucho más complejo. La situación en Palestina es desesperada. Recuerdo que cuando ofrecí mi ayuda con proyectos de activismo me propusieron hacer una oficina móvil en un coche porque la situación cíclica puede estallar en cualquier momento. Sé de madres israelís que se plantean vivir en un asentamiento (que ideológicamente no respetan) con tal de no mandar a hijas e hijos a la guerra. Sé de gente que se ha ido del país cuando a su hija de 16 años la han comenzado a obligar a aprender sobre las armas en la escuela. Y conozco víctimas del terrorismo de Hamás en Israel, víctimas del terrorismo y las bombas, gente que sufre. Porque finalmente se resume a eso: la gente que sufre. He escuchado sirenas de alerta en las universidades de Jerusalén que hacen que jóvenes muy jóvenes convivan con la amenaza con una naturalidad desgarradora. Y es cierto, las palestinas y palestinos apenas pueden defenderse. En ocasiones tienen un permiso para estar en Jerusalén (que no en Israel) y nada más. Muchas de ellas, de ellos, tienen un permiso de residencia jordano que no les permite salir del encierro que es su país: que ya no aparece en Google Maps como un país, que advierte de que es zona de peligro en la frontera (con cárteles fijos, sin esperanza), que está lleno de personas injustamente tratadas y desesperadas, que rompe, de verdad, con el corazón en la mano, rompe.

Palestina es un país efervescente y triste. Israel es un país infinitamente más complejo de lo que nos hacen creer los medios posicionados. Y la ciudadanía, si tuviera el derecho a hablar y a ser escuchada, estoy segura de que mayoritariamente quiere la paz. No sirve que gritemos desde aquí. Deberíamos estar ayudando. Porque desde adentro, dudo que quieran seguir compartimentando nada. Los hijos e hijas de supervivientes de los campos de concentración han recibido un trato discriminatorio o arribista de Israel. Su realidad no es la realidad del país. Y han visto a sus familiares usados impunemente por la propaganda. ¿De verdad pensamos que salieron miles de supervivientes enloquecidos de Europa y se instalaron ahí sin mirar qué tenían alrededor? ¿Que les dio igual el dolor ajeno? ¿Que ese momento histórico lo resume todo? No es así. Israel y Palestina son países que debemos tratar de comprender sin tratar de parecer buenas personas. Es el único modo, reconocer la contradicción. Porque esa contradicción esencial, dijera Adorno, representa el conflicto interno de una gran parte de la ciudadanía europea (antisemita, islamofóbica… ¿sigo?).

Lo único que podemos aportar es nuestra solidaridad. Nuestra crispación no sirve. Al contrario, molesta. Todas, todas las personas que se están esforzando para construir la paz en el mundo la necesitan. Y esto en Palestina y en Israel es especialmente complicado. Porque es un país acostumbrado a frases tan inexplicables como ésta: La guerra estalló el pasado lunes. ¿Mi propuesta? ¿Y si buscamos las voces disidentes? ¿Y si escuchamos en lugar de tener la razón? ¿Y si construimos un relato con la voz de todas las víctimas directas y colaterales de esta guerra que no acaba? ¿O de verdad nos seguiremos posicionando y basta, sin pensar en lo que ocultan las potencias extranjeras a cambio de mantener un país no árabe en la región, a cambio de tolerar el apartheid de Gaza y Cisjordania y ver como se pudren sus habitantes, a cambio de juzgar impunemente con nuestro limitado conocimiento histórico, a cambio de no buscar las voces disidentes de Israel, las voces críticas y responsables?

Para terminar, insisto: Jerusalén es una ciudad impresionante que muestra afuera muchas cosas que tenemos dentro. Algunas muy evidentes, otras muy íntimas. Escucharla sería escuchar a las personas que la habitan (y escucharnos a nosotras, a nosotros). Sería ayudar a crear un espacio de diálogo. Favorecer la comprensión. Buscar el fin del apartheid, el terrorismo y las hostilidades. No es fácil, claro que no es fácil, es el conflicto por excelencia de este lado del mundo. Y aunque a veces parece que estemos dispuestas a llevarnos la contraria, en el fondo sabemos que en la violencia nadie tiene estrictamente la razón (aunque curiosamente en algunas ocasiones creamos entender sus motivos… ¿de verdad? ¿los tiene?). La paz, como decía Gandhi, es un camino. Y quienes estamos en países más seguros deberíamos ayudar a construir ese camino para que lo transiten otros, otras. No para ponernos enfrente con una ira que no busca soluciones sino que resume, clasifica, determina. Escuchemos al pueblo palestino, escuchemos al pueblo judío, escuchemos a las comunidades cristinas, las activistas, las madres que tratan de evitar un futuro así, igual de repetido, para sus familias. Y recordemos que estamos escribiendo esto desde un país especialmente impune con la carrera armamentística que tiene mucho que reprocharse (que tenemos mucho que reprocharle). Hagamos la paz.

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