Un helicóptero en la Edad Media
El vínculo entre los ciudadanos y sus líderes o representantes religiosos o políticos vive una nueva Edad Media. El Papa ha dimitido y para abandonar el Vaticano ha paseado breves instantes en papamóvil blindado por la Plaza de San Pedro, se ha asomado a la ventana a saludar y ha preferido subirse a un helicóptero y sobrevolar Roma en su huida a Castelgandolfo. El viaje del Pontífice blanco, ya sin anillo ni zapatos rojos, fue difundido en directo por las cámaras de televisión, y todos sus seguidores pudieron comprobar cómo se despedía de la curia responsable de su abdicación y cómo, dentro de un helicóptero también blanco, sobrevolaba el cielo del Vaticano y de Roma, dos ciudades llenas de intrigas e intrigantes.
No es la primera vez que un Papa sucumbe a las intrigas de Roma, de Italia o de Europa. Es tan larga la noche de la Iglesia Católica y el Papado que los episodios de papas zarandeados entre disputas de poder, ambiciones e intereses pasionales se prolonga no solo por los diez siglos de la Edad Media sino hasta hace bien poco. El próximo será el 266 pontífice. Extensa nómina.
En tiempos remotos el Papa cruzaba Roma bajo palio y a lomos de un caballo. El festivo Cortejo Papal iba de la basílica de San Juan de Letrán a la de San Pedro y viceversa, era una de las ocasiones más celebradas de los romanos y podía ocurrir no sólo como parte de la ceremonia de asunción del nuevo Papa, sino regularmente con motivo de otras festividades.
Era la ocasión en la que la plebe se acercaba al Pontífice y éste les arrojaba monedas que de inmediato el gentío iba a gastarse en el festín pagano. Es la ruta de los Papas que aún hoy puede recorrerse en su trazado y que cruza Roma y el Tiber transversalmente.
Hoy el Papa cierra su página de Twitter y se sube a un helicóptero para abdicar y huir a enclaustrarse en los jardines de Castelgandolfo. Habíamos conocido por Nanni Moretti las incertidumbres y el rechazo a la púrpura de un Papa recién nombrado que opta por huir del Vaticano en busca de un psicoanalista. Pero esto resultaba asumible. La tradición antigua narra que una vez nombrado el nuevo Papa, los cardenales que lo han elegido van a llamarle y él finge que no quiere aceptar el elevado encargo, llegando a esconderse de sus electores.
Habíamos conocido Papas breves, muertos por el peso de la purpura, y no me refiero a Juan Pablo I, recordado en El Padrino III, sino a Benedicto VI, un Papa de origen alemán que a finales del siglo X fue encarcelado por la curia romana en el Castel Sant'Angelo para situar en el primado al italiano Bonifacio VII, apodado “el monstruo”, quien mandó de inmediato estrangular a su predecesor. Otros fueron arrojados al río Tiber por antipapas.
A pesar de los antecedentes, extraña que el llamado a encarnar la Ecclesia Mater abandone su dominio espiritual por la carga temporal, por el legado terrenal. Si Dios le había llamado a esa dignidad desde el estiércol de la condición humana, cómo le contradice y regresa a ella con toda su voluntad. ¿Regresa al medioevo?.
Pero volvamos al cortejo, la muchedumbre seguía el cortejo papal especialmente cuando lo protagonizaba el nuevo Papa que se trasladaba de San Juan de Letrán a San Pedro para la coronación porque obtenía pingües beneficios. Era un recorrido de ida y vuelta en el que se arrojaban monedas e incluso en el regreso, el Papa bajaba del caballo en la Iglesia de San Clemente para entrar en Letrán subido a una silla de manos y no correr el peligro del tumulto que se creaba, porque la famélica plebe romana consideraba que tenía derecho a disputarse el caballo y el palio en el que había sido trasladado. Todo junto era pasto del botín de los miserables.
Estos cortejos, que bien cuenta el periodista y cronista romano Corrado Augias, se hicieron célebres a su paso por la Via Querceti, próxima a la Iglesia de San Clemente, por la leyenda de la papisa Juana. En el siglo IX el joven y bien parecido Papa Juan VIII ejerció su alto magisterio, hasta que un día mientras hacía ese camino hacia San Pedro a lomos de una mula pontificia, en medio del gentío vociferante, cayó al suelo y allí mismo dio a luz un niño.
Hoy todo ese ciclo medieval decadente parece regresar, aunque el Pontífice se traslade en un pájaro de hierro, en la única aeronave capaz de volar en vertical o en horizontal, en ese símbolo posmoderno que es un helicóptero. Y mientras resuenan los campanarios de Roma en vez de Las Walkirias de “Apocalipsis Now”, sobrevuela el “cupolone” de Miguel Ángel y la isla Tiberina y los tejados de Roma, saludando por la ventanilla con su mano sin anillo, como el cristo que traslada por los cielos de Roma en un helicóptero Marcello Mastroianni en el inicio de “La Dolce Vita”.