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Algo hemos hecho bien

Varias personas lucen mascarillas en una céntrica calle de Ourense.
21 de octubre de 2021 22:05 h

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Hace unos días un colega griego que vive en Reino Unido comentaba lo admirado que estaba de la situación en España, donde la vida parecía por fin más normal y las personas seguían protegiéndose y protegiendo a los demás con medidas de sentido común. 

La pandemia nos ha mostrado una y otra vez que no se puede cantar victoria y que la lucha contra el virus es a menudo imprevisible. También que los países y los gobiernos que en un cierto punto parecen modelos pueden acabar sufriendo como los demás. Pero ahora, y después de tanto dolor por el camino, España es ciertamente un ejemplo. Por su baja incidencia, su nivel de vacunación y el comportamiento personal de sus ciudadanos, que han entendido cuál es la mejor manera de protegerse sea obligatorio o no (mascarilla, ventilación, distancia, preferencia por lugares al aire libre). 

Es fuerte el contraste estos días en particular con Reino Unido, que tiene una incidencia 20 veces más alta que España, casi 1.000 muertos por Covid cada semana, un nivel de vacunación inferior y un comportamiento imprudente de políticos y ciudadanos, que decidieron dejar de aplicar cualquier precaución hasta en los lugares de mayor riesgo como el transporte público, los colegios o los conciertos cuando los casos estaban -y siguen estando- disparados. En estos meses apenas ha habido crítica o escrutinio de los medios y tampoco del principal partido de la oposición. No puedo imaginar una pasividad igual en España en una circunstancia similar. 

Y eso me hace pensar que en España algo hemos hecho bien. Nuestra capacidad de autocrítica a veces destructiva es también un resorte de presión útil para la acción. Las críticas continuas de la oposición hasta por el más mínimo retraso de un lote semanal de vacunas pudieron parecer excesivas, pero vistas en perspectiva y en comparación con otros países tal vez la presión constante fue un buen acicate. El eterno descontento de la población española y la desconfianza hacia los políticos tal vez contribuyeron a que las personas aprendieran a protegerse sin esperar una decisión oficial. Y los medios, con todos nuestros fallos, tampoco hemos debido de explicar tan mal los datos y el funcionamiento de este virus cuando las personas que viven en España son tan expertas en los tipos de mascarillas y en qué hacer para protegerse sin renunciar a una vida más o menos normal. Una tasa de vacunación de casi el 80% de la población refleja el funcionamiento correcto del sistema público y privado -con todos los implicados, no sólo de los que te caen mejor- y una confianza en los hechos y en la ciencia que no es fácil de ver ni en países más ricos y poderosos que España. 

Mirar atrás, como hicieron Sofía Pérez Mendoza y Victòria Oliveres en este excelente reportaje, nos recuerda los muchos errores desde febrero de 2020, pero también cómo hemos aprendido a no repetirlos o a estar más alerta si los gobernantes nos arrastran por el camino equivocado. Y eso es un triunfo colectivo del que hay que alegrarse. Sin bajar la guardia.

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