Y qué hiciste de la felicidad que me juraste

Faltaba apenas un mes para las elecciones del 20N y Mariano Rajoy -en su tierra y al calor de una empanada, mejillones y carne a o caldeiro bien regados de Ribeiro a buen seguro - llegó a prometer en comida-mitin multitudinaria que su objetivo iba a ser hacer todo lo posible por devolver la felicidad” a los españoles. Respondía a una mujer que se lo había pedido. Se sentía triste y agobiada por la situación que vivíamos en 2011 y soñaba con la felicidad perdida que iba a reintegrarle el paisano.

Paradojas del destino, si hay un sentimiento que domina hoy sobre todos entre los españoles es la tristeza, la desolación para ser más exactos. Se advierte hasta en los actos más triviales de nuestra vida: los ciudadanos cargamos con una losa que nos aprisiona y nos hunde el ánimo. Apenas el escape del sarcasmo o el bastante más positivo enfado. Cuando la depresión convive con la rabia aún hay posibilidades de cambio, porque la indignación es un sentimiento activo frente a la tristeza que induce a la pasividad.

El 15 de Mayo representó el triunfo de una actitud de lucha frente a las políticas de austeridad neoliberal que nos decretaba “Bruselas” y el despiadado ente que la posee. Pero si miramos atrás, aquello era casi el Paraíso comparado con lo que nos sucede ahora. Hastía el repaso constante a los extremos de una debacle que adquiere caracteres de mayor esperpento casi a cada minuto. Cuando creemos que no se puede llegar a más, se sobrepasa con toda tranquilidad, con total impunidad. No se escribiría otra cosa que una enumeración de las atrocidades cotidianas que dejan estupefacta un momento y son casi sepultadas por la siguiente. Cansa, quizás porque la denuncia parece -quizás no lo sea- infructuosa. ¿Qué más tiene que pasar?

¿Qué sentirá ahora la admiradora gallega de Rajoy? Es bastante probable que sea una de las aforradoras afectadas por las preferentes o por las medidas sin par adoptadas por el gobierno del PP. Desconocemos su reacción aunque sabemsos que la mente humana olvida cuando no se usa, mucho más fácilmente que al tener engrasados los circuitos neuronales por la práctica de razonar y, si creyó que el Sr. de los Hilillos, iba a llevarle al nirvana le faltaba utilizar el mecanismo elemental de relacionar conceptos. Igual le canta el viejo bolero del despecho amoroso: Y qué hiciste de la felicidad que me juraste. Y qué excusa puedes darme si mataste la esperanza que hubo en mí.

No nos engañemos, felices solo son los actores principales de este drama. Los ejecutores por propia voluntad del dolor de la mayoría. De existir un mínimo de empatía en su interior, no osarían burlarse de tal forma de la inteligencia y la dignidad de sus víctimas. Están deprimidos hasta los componentes del corifeo que les mantienen en el puesto para que sigan cometiendo atropellos. Los fieles al PP todavía creen a quienes, disfrazados de periodistas, actúan como propagandistas políticos a sueldo –material o en prebendas-. Todavía meten ruido y cacarean que todo se debe “al despilfarro de Zapatero”, aunque muten y señalen a Merkel como causante de nuestros males, o a esa Europa hoy madrastra. Difícil coautoría que no cabe en una mente racional. O no en la progresión ilógica que se propone.

Y también están apesadumbrados los del palo “no pensar para no sufrir” que se embuten igualmente de basura a ver si un milagro consigue evaporar la realidad, el día a día negro como un túnel. Hasta ellos son capaces de dudar de esa luz en su final que con tanto desparpajo prometen para ya los dueños del cotarro, por la gracia de los votos y algunas cosas más bastante menos lustrosas.

Me leyó el pensamiento Javier Gallego con su artículo “Rajoy morirá en la cama”. Nos sucedió a muchos. Dan ganas de tirar la toalla, arrinconar escrúpulos y buscarse un buen abrevadero como tantos otros, ante cómo se convierte en irresoluble un problema que no lo es. Con la cabeza por delante, con el corazón a flor de piel, terminamos por darnos contra el mismo muro una y otra vez: esa masa acrítica, apercebada, dispuesta a aguantar lo que les echen a ellos y –por ellos- nos echen a todos. Los que pierden la memoria, los que han guardado su dignidad bajo siete llaves, los que usan la cabeza solo para peinarse, los que “creen” que la crisis pasará y todo volverá a ser como antes.

Por mi edad acarreo mayor memoria vivida que Javier o que muchos que luchan aún contra el Muro hoy imponderable por pura inacción. Tuve la suerte de ir creciendo en un mundo que abría horizontes. Abandonar un pozo y respirar. Desgañitarnos empujando L´estaca que estaba a punto de caer y ya quemábamos con las manos. O porque EEUU se empecinaba en una guerra en Vietnam en la que algo vencimos porque salió trasquilado. Aún quedaba por buscar bajo los adoquines la playa imposible en un París renovador. Y, si seríamos ingenuos, nos adornábamos con flores… precisamente para reivindicar la felicidad y el amor. Construimos unos años, unas décadas y luego… se acabó. Paulatinamente se vio cómo. Si Berlín abrió la puerta al monstruo, en Maastricht se consolidó. La caída de Lehman Brothers en 2008 representó el asalto definitivo. El mal crece si no se le combate... hasta que muere por el peso de su inmundicia.

Por eso sé con certeza que nos encontramos ante el fin de una civilización y lo siento por quienes no están conociendo otra cosa. Marca desarrollarse de una u otra manera. Lo que diferencia a esta época es la falta de ilusiones de presente y futuro. Estar atrapados en la Europa abatida por la irracionalidad y en la España que nos retrotrae al pasado más nefasto desenterrando toneladas de caspa e inmundicia. El sistema muestra todos los signos de la degradación. Es ya una bestia que fenece y nos puede sepultar entre sus estertores. Usar la cabeza. Para huir del hundimiento por cualquier método o –aún- para luchar en la formación de un espíritu crítico. Este mundo que conocemos se derrumba. Habrá otro. Seguro. Incluso representa una oportunidad que se abre. Lo decía José Luis Sampedro quien añadió a renglón seguido: Si mejor o peor, dependerá de nuestra reacción.