¡Hola España!
Quisiera que lo que leerán a continuación no les pareciera inútil o reiterativo. Sé que lo que llega desde Catalunya, mejor dicho desde los partidarios de la libre decisión sobre nuestro futuro, es automáticamente ignorado o descalificado, no por muchos españoles, pero si por casi todos los exponentes y portavoces de las fuerzas políticas e instituciones del Estado.
En todo caso, como ya saben, el debate está planteado ahora en su cruda y explícita simplicidad. Las próximas elecciones serán decisivas.
Llamémoslas como mejor nos parezca: autonómicas, plebiscito, referéndum...lo mismo da.
Porque todos, todos, estamos actuando abiertamente en defensa del sí o del no a la propuesta catalana.
Por una parte una mayoría activa, visible y audible pro-independencia, mayoría pendiente de verificar en su tamaño real, pero indudable en su dimensión acumulada tras cinco años de creciente incorporación ciudadana a lo largo de una profunda pero tranquila y amplísima movilización.
El número de independentistas de convicción lejana puede no haber crecido en demasía, el de partidarios de la independencia como mejor o único futuro para Catalunya, como yo mismo, se ha multiplicado hasta límites increíbles.
Por la otra, una supuesta “mayoría silenciosa” que en los últimos meses ha ido apareciendo con mayor beligerancia tras las diversas opciones anti-independencia, a derecha e izquierda del espectro político.
Ciudadanos también de todas las ideologías, de todos los orígenes, que se resisten a aceptar la idea de ruptura con un concepto, España, que creían y querrían entender como legítimo y suficiente para mantener el marco estatal vigente.
En muchos casos con comprensible resistencia a que se pongan en cuestión sus lazos personales y familiares o sus sentimientos de pertenencia múltiple y no reducibles a una sola definición en términos institucionales.
De hecho nada ni nadie desde la propuesta catalana pretende producir esos efectos de ruptura personal o de pérdida de derechos históricos, pero eso no evita que pueda surgir la sensación de que se les obliga a escoger entre una u otra condición, catalán o español. Nada más lejos de la realidad, pero al mismo tiempo nada más inevitable como sentimiento interior para muchos ciudadanos poco, mal o intencionadamente desinformados.
Para completar la escena tenemos, al fondo pero actuando cada vez más como un competidor político adicional, al propio Estado español con sus decisiones y sus omisiones, su ahogo financiero, su calculado maltrato inversor y sus no menos calculadas agresiones competenciales, especialmente en el ámbito educativo-lingüístico-cultural y en el de acción internacional.
Siempre con el argumento único de la legalidad vigente, del marco constitucional español como exclusivo campo de juego, es decir, esgrimiendo como razón absoluta aquello que es, precisamente, la causa última del “levantamiento” catalán. Aquí es donde aparece con mayor claridad una de las claves explicativas de la contradicción hoy por hoy irresoluble si no se acepta reiniciar la conversación desde otras bases.
Entiéndanlo bien, hoy la cuestión ha superado los términos tradicionales de como encajar o mejorar la relación Catalunya-España. La pregunta es ahora mucho más clara y directa, se trata de decidir sobre cual haya de ser el futuro de Catalunya (institucional, constitucional, europeo) sin condiciones ni a prioris de ningún tipo, es decir, actuando en tanto que sujeto político suficiente para tomar todas las decisiones pertinentes. Eso que obtiene como única respuesta la inútil tautología equivalente de que esa decisión solo puede tomarla el conjunto de los españoles.
Asistimos, pues, y con un tono cada vez más intenso, a la repetición de amenazas cada vez más apocalípticas, a la sistemática evocación de todos los terrores, catástrofes, incertidumbres e inseguridades que esperan a esos imprudentes catalanes “empecinados” en seguir un rumbo de deriva segura al precipicio de todos los infiernos.
El voto del miedo, como se sabe el más eficaz de los argumentos electorales, no ha hecho más que mostrar un incipiente protagonismo. En las próximas semanas lo disfrutaremos en todo su esplendor.
Puede muy bien ser que consiga sus objetivos, que el próximo 27S gane el 'no' aunque sea en forma de suma incoherente de viejas y nuevas derechas e izquierdas. Una suma, en todo caso, que no haría más que mostrar su incapacidad para formular una alternativa útil a la pretensión catalana.
Y yo les digo alto y claro: incluso en ese caso, la Catalunya que persigue su libertad habrá ganado.
Habrá culminado el periodo de movilización e implicación colectiva más interesante y creativo que Europa haya vivido desde los años que siguieron a la caída del muro de Berlín. Se habrá consolidado un bloque social amplísimo y transversal que ya no dará marcha atrás, un bloque inimaginable hace sólo cinco años pero hoy articulado, convencido y determinado a seguir adelante hasta las últimas consecuencias.
Un bloque, por cierto, capaz de expresarse en términos unitarios en relación al común objetivo inmediato sin por ello perder un ápice de diversidad política real, de sociedad completa y dotada de alternativa democrática interior.
En Catalunya ha nacido un proyecto político tan profundo y arraigado como real y sólido en términos electorales. Un proyecto que el 27S tendrá la primera oportunidad para obtener respuesta a su aspiración, pero que sabe, definitivamente, que un día u otro ganará, que tiene la historia y la razón democrática a su favor y que en absoluto va a renunciar ni a aceptar un eventual resultado negativo como una derrota total o un aplazamiento sine die de sus aspiraciones.
Puede que algunos no quieran verlo o prefieran no saberlo, pero en ese mismo periodo el carácter de sujeto político de Catalunya se ha afirmado y fortalecido. Con y sin Estado propio Catalaunya es ya de nuevo país real, consciente de serlo, aún más de su viabilidad institucional, económica y social, de su potencial valor añadido para la Unión Europea.
Y eso es lo que va a ser determinante para la solución final que solo puede ser positiva para Catalunya. Lo que debiera empezar a considerarse desde el Estado es lo que debe hacerse para que esa solución sea también positiva para España.
Pueden vds., ciertamente, escoger el camino contrario, el de la aparente victoria total del Estado con la derrota electoral y política de los partidarios de la independencia.
Pueden insistir en la sinrazón de la “imposibilidad” de la pretensión planteada y en la aceptación obligada de esa auténtica “contrarreforma” constitucional que acaba de formularse desde las filas del actual gobierno.
Pueden, si lo prefieren, alargar inútilmente el conflicto, perder definitivamente el activo social y el impulso europeo que hoy define a esa Catalunya creativa y determinada a construir su propio futuro.
Quizás puedan evitarlo momentáneamente, pero vds. y nosotros sabemos que la cuestión no habrá hecho más que empezar. Y que los costes de la transición generados por esa actitud intransigente serán mucho mayores para ese conjunto de españoles que dicen defender, que los que se derivarían de un proceso acordado y capaz de adoptar decisiones positivas en todos los ámbitos: derechos individuales, patrimonio, deuda, seguridad social y pensiones, servicios y contratos vigentes....
Porque, no lo duden vds, Catalunya sabrá estar a la altura. No con paternalismos mal entendidos, ni con revanchismo insolidario. En el fondo lo que Catalunya reclama es un Estado del que pueda sentirse parte reconocida y corresponsable. Un Estado, es decir Europa, desde el que desarrollar libremente su personalidad y desde el que practicar con mayor eficacia, equidad y cordialidad esa solidaridad ahora impuesta e injusta.
Somos conscientes de que vamos hacia una mayor cesión de soberanía, hacia un federalismo europeo en difícil construcción, al que Catalunya quiere y puede aportar nueva savia y toda la energía nacida en torno a su nuevo proyecto de país.
Una Europa que no acepte ya nuevas Grecias, evidente riesgo para una España sin Catalunya, sino que sepa definir y aplicar políticas de reequilibrio interno, de reducción de las enormes disparidades actuales entre unos y otros países y regiones.
Una Europa, en fin, que cuente con la nueva esperanza que representan proyectos como el catalán o el escocés, en contraste abierto con la Europa de los Estados incapaz de superar sus miedos históricos o de abandonar un derecho de veto “nacional” que sigue bloqueando el avance hacia la Europa federal de forma y de fondo, esa Europa potente y presente , imprescindible para ella misma y para el entero mundo.
Una Europa con España y Catalunya reconciliadas y cooperativas, dando frutos positivos desde su complementariedad y sus evidentes lazos históricos. Habilitadas, entonces sí, para actuar desde su respectiva y común libertad, desde su abiertamente compartida responsabilidad.
No es difícil imaginar a España y Catalunya interactuando sin la absurda y obligada dependencia esterilizadora que ha agotado todo el recorrido que parecía abierto en aquella transición democrática que no pudo, o no supo, afrontar el reconocimiento real de la plurinacionalidad del Estado.
Un Estado que todavía hoy parece no querer abordar esa característica natural de nuestra historia y prefiere refugiarse una y otra vez en la caverna de la “unidad nacional”, del orgullo identitario español como única referencia común, de la dominación castellana como ultima ratio de la definición de Estado español inmutable y eterno.
Seamos sensatos, volvamos a la razón, respetemos la evidencia de que el principio democrático de la voluntad popular libremente expresada es el mejor y único camino para cambiar situaciones, instituciones, leyes y constituciones en cualquier caso contingentes y modificables.
Emprendamos juntos esa tarea de redefinición de lo que debamos entender por Estado propio respectivo y decidamos también juntos como abordamos esa Europa pendiente de completarse como Estado compartido y amigo, marco común de enriquecimiento social y protagonismo internacional.
Si así obramos nada impedirá que identifiquemos nuestras mejores posibilidades de mutuo reconocimiento, de plena y abierta amistad, de protección completa de derechos individuales y sociales, de proclamación de nuestra condición libremente ejercida de españoles, catalanes, europeos, como cada uno quiera y sienta que prefiere definirse.
Por eso, termino, les digo que más de 100 años después seguimos, sigo, dispuestos a decir “Adéu Espanya!” pero que también lo estamos para retomar, desde la libertad, el “Hola España”, la mano tendida que ahora sentimos del todo rechazada.