Hace apenas un mes nuestro presidente de Gobierno salió henchido de orgullo a los medios de comunicación, seguido como un solo hombre por todos sus ministros, para anunciarnos la buena nueva de que Europa, al comprobar lo disciplinada que es la población española en el cumplimiento de los abusivos ajustes impuestos por la siniestra y ya famosa troika, concedía graciosamente dos años más para cubrir nuestro límite de déficit. El mismo déficit por el que nos obligaron a modificar la Constitución a finales de 2011, quedando fijado desde entonces en nuestra Carta Magna que la principal obligación de España es la de pagar la deuda, sin posibilidad de reflexionar sobre otras necesidades más urgentes. A lo que accedieron sin titubear los gestores del bipartidismo que tan confortablemente parece haberse instalado en nuestro país.
La gente se preguntará a qué se debe tanta generosidad europea con España, y sin duda no hay otra respuesta posible: para asegurarse el cobro de su deuda. Es razonable, si nos prestaron, es natural que devolvamos lo que nos dejaron, pero antes habría que analizar detalladamente la legitimidad de esa deuda y, en todo caso, renegociar plazos e intereses. Y también cabe preguntarse por qué nos prestaron en su día, aunque la respuesta es obvia: los préstamos se concedieron con el fin de que los utilizáramos en la compra de sus productos para aumentar sus exportaciones, y para que cuando se nos acabara el dinero volviéramos a pedir prestado a sus bancos y así seguir beneficiándose con el cobro de jugosos intereses.
Las instituciones financieras europeas, como las de todos los países del mundo con excedentes de tesorería, intentan colocar éstos de la manera más rentable posible, y tienen que ingeniárselas buscando donde les resulta más beneficiosa su colocación. Y esa fue la causa de que llegara tanta liquidez a España, para activar la especulación y así seguir manejando a su capricho el dinero ficticio que tan abundantemente engrosaba sus importantes reservas.
Esta situación, salvando las distancias, recuerda en algo a la época del desarrollo económico de España, en los años cincuenta del pasado siglo XX, cuando se instalaron en nuestro país distintas compañías industriales (como Renault y otras, aunque entonces sin derivados, futuros... ni nada por el estilo, pues todo era economía real), que decidieron invertir aquí porque no teníamos derecho de huelga, porque los trabajadores españoles cobraban mucho menos que los de las industrias de sus países, porque nuestros costes sociales eran muy inferiores a los suyos y porque, gracias a todo ello, obtenían más beneficios en España que en sus lugares de origen. Por eso invirtieron entonces, y por eso quieren hacerlo ahora.
Con la diferencia de que hoy, para volver a colonizarnos, como la gente está más informada, y el dinero es más global, necesitan preparar previamente el terreno si pretenden imponer las condiciones de entonces. Y para eso nos exigen hacer los recortes que insistentemente se niega a reconocer nuestro gobierno, siendo ese un primer paso para ir apropiándose de nuestras compañías más punteras. A modo de ejemplo, tenemos el caso de la compañía aérea Iberia, que, desde 1944 en que fue nacionalizada hasta 1999 en que se privatizó, durante la mayor parte de su existencia ha sido una empresa pública, cien por cien española y, además, fue la cuarta compañía aérea más importante del mundo. Pero, por fin, en 2010 pasó a ser prácticamente británica, cuando British Airways adquiere el 55 por ciento del capital social, llegando a cambiar hasta de nombre, pues, de llamarse “Iberia Líneas Aéreas de España”, ahora se denomina “International Airlines Group” (IAG).
A pesar de todo, nuestros gobernantes se sienten muy satisfechos debido al gran éxito que creen haber alcanzado en Bruselas al autorizarnos a llegar este año al 6,5 por ciento de déficit, en lugar del 6,3 por ciento acordado, y también, como señalo al principio de este artículo, al permitirnos que el recorte total de déficit que nos han impuesto (el 3 por ciento del PIB) se pueda alcanzar en 2016 y no en 2014, como habían acordado inicialmente. Todo ello, aunque los más de seis millones de parados sigan creciendo hasta llegar a situarse en el 28 por ciento en 2014 (según prevé la OCDE), frente al casi 27 por ciento actual.
Hemos de recordar que en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial (julio de 1944) se adoptaron unos acuerdos en Bretton Woods (EEUU) por los que se establecieron las reglas que se pretendía rigieran las relaciones financieras entre todos los países del mundo. Creándose en esa reunión el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (naciendo el primero por la preocupación que surgió a raíz de los destrozos causados por la guerra, y que motivó su nombre inicial: Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo). Y aunque nunca llegaron a producirse los acontecimientos con las buenas intenciones y los principios que originalmente les inspiraron, sin embargo, sí que empezó a percibirse la sensación de que se instalaba una relativa igualdad entre los derechos de los ciudadanos. Hasta que, desafortunadamente, los interesados en que eso no se realizara, convirtieron las esperanzas ciudadanas en lo que los oligarcas del mundo siempre han perseguido, exprimir a los más desfavorecidos con el fin de colmar sus ya repletas pero insaciables bolsas.
Por todo ello, no podemos resignarnos con lo que tenemos, ya que no se trata de una maldición divina que se haya cernido sobre nosotros. Eso es lo que los poderosos (los acumuladores de la riqueza del mundo) desean que creamos, convencidos de que así nos sentaremos a esperar el santo advenimiento. Y eso es precisamente lo que no debemos hacer quienes formamos la sociedad civil. Debemos levantarnos y decirles: ¡basta ya! Pero, para eso, es necesario que nos organicemos, pues ya no vale con salir a la calle, que también, sino que debemos hacer un verdadero esfuerzo para cambiar las cosas, empezando por terminar con este bipartidismo que nos empequeñece. Y tampoco ceder a la tentación de que algún otro partido de nuestro espectro político trate de liderar el proceso (aunque sí aceptar que se una el que quiera), ya que podríamos caer en el mismo error. Es la hora de la sociedad civil, y es a ella a quien corresponde organizarse y, por procedimientos exclusivamente democráticos, debe cambiar la situación para evitar una nueva colonización, pero no sólo la nuestra, sino la colonización global que pretenden los de siempre.
Este artículo refleja exclusivamente la opinión de su autor.