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Humor vs Trump: La incorrección política contra la política de la incorrección

Darío Adanti

En estos tiempos confusos en los que vivimos, suele pasar cuando empiezan los siglos, las luces pálidas del pasado se convierten en el foco que lo ilumina todo y que es, a la vez, el productor de las actuales sombras. Lo explica bien John Updike en su novela 'La feria del asilo', no es lo que está hoy en el centro lo que terminará expandiéndose y conformando el mañana, es la periferia desapercibida del presente lo que se transforma en el núcleo central del futuro.

Esa luz apareció como parte de la contracultura hippie que reaccionó contra los valores conservadores de las décadas anteriores. La Guerra Fría les aportó su desconfianza a la ciencia por culpa y miedo a la bomba atómica. Hubo un resurgir del misticismo dentro de la contracultura que se asoció a la prédica del respeto por la diferencia y las minorías que sus padres y abuelos no habían tenido.

Esta periferia se acercó al centro en los setenta, y pasó de leer a Hegel y a Marx para entregarse a Rabindranath Tagore y al I Ching: renegó del materialismo para abrazar el horóscopo.

Esta reacción de su tiempo terminó coincidiendo con el pensamiento reaccionario al que se enfrentaba: a ambos le molestan las palabras aunque a cada uno le molesten palabras distintas.

De esta periferia del siglo pasado deviene la omnipresente corrección política de hoy que se ha convertido en un convencionalismo totalizador, en arma arrojadiza de la derecha reaccionaria y en moral religiosa de la izquierda sensible.

Es decir, la corrección política se ha convertido en el centro mismo del presente.

En estos tiempos confusos en los que vivimos, suele pasar cuando empiezan los milenios, el tema de la corrección política se utiliza tanto para criticar a un candidato impresentable como Donald Trump como para censurar un capítulo de South Park o Padre de Familia.

En estos tiempos confusos, humoristas de izquierdas y periodistas de derechas se mofan igualmente de la corrección política y cómicos libertarios y políticos fascistas utilizan las mismas palabras degradantes aunque, y esto no lo lee la corrección política, están diciendo cosas distintas.

El mejor ejemplo es que el derechista Donald Trump, el más incorrecto y humorístico de los políticos, demandó hace unos años al izquierdista Bill Maher, el más incorrecto y político de los humoristas, por haber dicho que su madre, la de Trump, se había follado a un orangután de Sumatra para tener al pequeño Donald...

Y Maher ha tenido suerte de que no le pusiera otra demanda algún grupo animalista por comparar a un inocente mono con semejante espécimen humano.

Recientemente, en su programa para la HBO 'Real Time with Bill Maher', uno de sus tertulianos mencionaba que el problema de la corrección política es que son personas que están siempre dispuestas a escanearlo todo en busca de palabras que activen sus alarmas. Lo mismo le pasa a la derecha conservadora cuando las palabras atañen a su propia esfera de respeto.

Convengamos que escanear es justo lo contrario a leer, y si no están en el diccionario como antónimos, deberían estarlo.

Explica el filósofo Slavoj Žižek que la obscenidad es también una forma de intimidad y, por lo tanto, puede ser inclusiva. Mis amigas y amigos españoles me suelen llamar 'El Sudaca' o 'El Inmigrante', y yo, a los españoles de mi entorno más íntimo, los suelo llamar 'Neandertales': no cabe duda de que en mi grupo social nos llevamos de maravilla.

Pero en casi todas las charlas sobre los límites del humor a las que soy invitado surge el tema de cómo distinguir la incorrección como forma de la incorrección como contenido. Cómo diferenciar la incorrección política cuando funciona como insulto de la que funciona como ironía, cuándo se usa lo obsceno para expulsar y cuándo, para incluir.

Y en casi todas estas charlas respondo que la diferencia es tan grande como la que hay entre el humor y la política.

Esto, que es tan evidente, suele pasar desapercibido cuando hablamos en términos abstractos pero queda claro cuando pongo un ejemplo concreto: la diferencia es la misma que la que hay entre Donald Trump y South Park.

No es tan confuso después de todo: el humor es reflejo mientras que la política es objeto, el humor es juego mientras que la política no debería serlo. Y mientras que el humorista puede (o no) utilizar las palabras como máscara para disfrazarse de monstruo, en el caso de payasos de la política como Trump o bufones de la opinión como Sostres, las palabras no son máscaras sino su ausencia, es decir: lo que estamos viendo no es otra cosa que a ellos mismos.

Le deberíamos tener más aprecio a la incorrección política, gracias a ella sabemos que Sostres es Sostres y que Trump es Trump.

Mongolia TV, el canal audiovisual de Revista Mongolia, estrena este viernes su especial Donald Trump 2016. Pedimos a colaboradores como Roger Crunch, Ácido en la Red, Langer, El Niño Rodríguez y Valiño, entre otros, que hicieran humor incorrecto contra la incorrección de Trump.

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