Lo que se ignora
No es fácil escribir sobre lo que ha pasado en Catalunya y especialmente en Barcelona en los últimos días. El impacto de la sentencia del procés se trenza con la conmoción por el centro de la ciudad en llamas, con la incomprensión de algunas actuaciones policiales, con la indignidad de unos dirigentes a los que el electoralismo les ha quitado honestidad. Durante la semana de la sentencia falló todo. La propia sentencia, que condena a Catalunya a sobrevivirse política y socialmente con nueve encarcelados, veremos si durante una década realmente. Falló la violencia callejera y falló la policía bajo presión. Hay que enmarcar las cargas como estrategia en un enfrentamiento, pero no hay que asimilar el uso de la fuerza no legítimo y no reglamentado. Ese uso de la fuerza no legítimo se convierte también en violencia, y esa violencia también hay que condenarla. Falló la clase dirigente, la catalana y la española. Una por ausente y equilibrista, la otra por electoralista, ambas atizando los sentimientos, ambas ignorando una parte de la población. No es fácil ni sencillo escribir sobre lo que ha pasado y pasa en Catalunya. Reina el desamparo.
El historiador británico Niall Fergusson considera que hemos superado la democracia y que estamos instalados en la 'emocracia': el gobierno, el sistema, de las emociones. Es una idea que me fascina. La referencia es de un libro acabado de publicar y que parece caído del cielo estos días: 'Gestionar las emociones políticas', del consultor Antoni Gutiérrez-Rubí, publicado por Gedisa Editorial. Se lo recomiendo para antes del 10 de noviembre. Seamos conscientes de cómo nuestra clase dirigente se ha empapado de la emoción y cómo ésta ya es un elemento central de la comunicación política.
No se puede gobernar lo que no se entiende, la emoción que no se entiende. Los dirigentes independentistas no pueden gobernar una Catalunya que no entienden o ignoran: la mitad que no apuesta por ellos, la mitad que el otoño de 2017 se sintió vilipendiada, ignorada, despreciada. Carme Forcadell, con quien la sentencia también se ceba, decía esta semana en este diario que durante aquellos días les faltó empatía con la Catalunya no independentista. Celebro la reflexión, pero seguimos esperando que la autocrítica cruce el Ebro.
No se puede gobernar, dirigir, liderar lo que no se entiende. Pedro Sánchez, pinzado por todos los costados, ha visitado Catalunya para aplaudir la actuación de la Policía Nacional y sus heridos, y nada más. Y nada más. Está irreconocible, Pedro Sánchez. Él, que hace apenas dos años pedía públicamente a Mariano Rajoy que dialogase con Carles Puigdemont, que el diálogo era la solución y que era lo que la ciudadanía reclamaba, hoy niega una llamada al president Quim Torra. Una llamada, que no es ni diálogo. No está justificado ni por el mal papel de Torra, cada vez más aislado y superado por el cargo y las circunstancias. No está justificado porque, guste o no, lo entienda él mismo o no, Torra es el representante de todos los catalanes. No está justificado porque si Torra “ignora la mitad de los catalanes”, Sánchez ignora a todos aquellos que confían en el diálogo, aunque sea para constatar posturas irreconciliables.
La diferencia con Torra es que Sánchez ignora a más de la mitad de los catalanes, porque la del diálogo es una aspiración transversal, y a los que son sus potenciales votantes el próximo 10N. Sánchez, ni nadie, puede gobernar (y sacar España de la ingobernabilidad) si no entiende una sociedad catalana que pide a gritos que alguien la mire con cariño, que alguna solución habrá, que no podemos vivir divididos, que todas las aspiraciones son legítimas, que las comprenda. Para eso las máximas instituciones, Gobierno y Generalitat deben hablar. Lo piden la mayoría de los ciudadanos, los sindicatos, la patronal, es la posición natural del PSC y hasta el director general de la Policía, Francisco Pardo Piqueras, dijo el miércoles, en relación a lo sucedido en Catalunya, que no se escucha lo suficiente, que es necesario escuchar al contrario por lo que te puede aportar para resolver conflictos. ¿Qué más tiene que pasar para que aparezca el diálogo? ¿Que pasen las elecciones? Si asumimos eso, también los ciudadanos seremos unos cínicos.
En el libro 'Gestionar las emociones políticas' hay unas cuantas reflexiones maravillosas. Entre otras, que la desafección y el descrédito de la política empiezan cuando los ciudadanos perciben que quien manda renuncia a dirigir. Que la desafección provoca desconfianza y que eso tiene consecuencias electorales porque la emoción se apodera de nuestro voto. Y que con la emoción razonamos menos y nos indignamos más. Y lo que es obvio, que renunciar a explorar nuevos caminos nos aleja de nuevas soluciones. Lo que se ignora se desprecia, decía Machado. Pues eso.