“Bendiciones”, le dijo él a sus padres.
-¿Porqué dices eso si tú eres ateo? - le pregunté yo.
-Es una costumbre, lo decimos mucho en Venezuela para despedirnos.
En una reunión de trabajo con unas clientas que residen en EEUU, me comentaban que en su entorno se suelen felicitar con un “Happy holidays” o “Seasons greetings” por escrito (para mi gusto, un huevo sin sal). Una de ellas me decía que, en su círculo de amigas, el amigo invisible, a quien se llama comúnmente “Secret Santa”, ha pasado a ser “Secret snowflake” (copo de nieve secreto) por disociarlo de Santa Claus, que también puede ser algo religioso/navideño. Navidad sin navidad. Yo bromeaba diciendo que nos acercábamos rapidisimamente a estar celebrando el solsticio de invierno, al paganismo universal. Lo cual tampoco estaría mal, ya que la fiesta de invierno volvería a uno de sus orígenes.
Para mi la navidad siempre tuvo un regusto amargo. Pese a que mi familia es cristiana, la diferencia cultural hace que no la celebráramos como en occidente. Vamos, que no la celebrábamos en absoluto, ni regalos, ni comidas (nosotros celebramos el año nuevo lunar). De pequeña soñaba con que mi padre fuera Arnold Schwarzenegger, que fuera corriendo a la juguetería a luchar por la Barbie que yo quería (como en las comedias navideñas de los 90), que nevara mucho y ver renos (imposible en la Costa del sol), y despertarme con los regalos de los Reyes Magos. En definitiva, soñaba con juguetes y soñaba con no ser diferente de mis amigos, y que al llegar el 8 de enero a clase, a la maldita pregunta de la profesora de ¿qué te han traido los reyes?, decir una gran lista de cosas en lugar de morderme la lengua porque pensaba que todo era mentira, y que si los reyes eran tan “justos” y traían cosas a la gente que se portaba bien, por qué David, que se portaba como el demonio, tenía tantos regalos. Con la distancia y los años, comprendí que daba igual la fiesta: hubiera sido navidad o fiesta de la cosecha del solsticio de invierno, no habría sentido tal angustia si no hubiese existido la imposición homogénea de una tradición como la norma. Si la felicidad, los regalos, las comilonas y la gran familia no fuese lo que “todo el mundo tiene que hacer”, dejando fuera las tradiciones de mi familia o la ausencia de celebración.
Con la edad comprendí que no éramos la única familia para la que la navidad no era “the best season of the year”. No hay que ser china para sentirse desconectada. Hay pérdidas, divorcios, soledad, familias disfuncionales. Hay cenas incómodas. Hay dificultades económicas que hacen que no haya para regalos. Hay diferentes religiones que te hacen sentir muy diferente en clase, en la calle y en la sobremesa de las películas en Antena 3. Comprendí que la navidad muchas veces trae amargura, también por la imposición de ser todos súper amigables, tiernos y, sobre todo, tener una súper familia, mucha gente que te arrope, y a veces no es posible. A veces, hay navidades buenas, a veces, hay navidades muy malas. A veces puede haber consuelo o solución al problema (como en casa de mi amiga Anna, donde siempre hay sillas para quien se sienta perdida en estas fiestas), pero, a veces, no los hay.
Escuchaba en el podcast de somos estupendas un programa sobre salud mental en navidad. Mencionaban que una de las soluciones a la angustia emocional que te causa la navidad es entender que sí, que son fiestas, pero serán especiales si tú quieres que lo sean.
Últimamente pienso mucho en el valor de lo que no se dice, el valor de lo que se deja entrever entre el ruido de nuestras palabras. ¿Qué queremos decir cuando decimos “Feliz Navidad”, “Seasons Greetings” o “Bendiciones”? ¿Qué reciben las personas que se sienten fuera o desconectados de la navidad? Quizás nos estamos equivocando de ángulo de visión o en la verbalización. Por mi parte, seas de la religión que seas, hagáis lo que hagáis en tu casa, lo celebréis o no, haya regalos o no, estés sola o acompañada, decidas salir de fiesta o quedarte en bata en casa con el gato, yo te deseo el bien, y eso es lo que quiero decir cuando expreso “Feliz navidad” o “Felices fiestas”: que tienes mis mejores deseos para ti, que mejore tu economía, que encuentres trabajo, que mejore tu salud, que la huelga sobre la sanidad pública salga, que lo que te haga bien a ti, salga.
Y, si eso no se entiende con un “Feliz navidad”, igual empezaré a saludar o despedirme con un horrible pero dulce “Mis mejores deseos”.