Al infierno
Si es cierto que la indignación mueve más montañas que la fe, yo siento en este momento una de tal calibre que me gustaría que el Pico Viejo del Teide se desplazara hasta Madrid para tragarse a Rouco Varela con faldas, tiara, rosetón, bastonazo, anillo de ringorrango y, de paso, llevándose consigo, como los faraones en su viaje final, a aquellos que le han besado el anillo desde el principio hasta ahora mismo. Figuraos, todos al fondo del volcán que, de regreso a su majestuoso emplazamiento, se emplearía concienzuda y lentamente, a lo largo de siglos, en proporcionarle a monseñor esa alternativa de un infierno en que él seguramente no cree, porque en ese caso no habría resultado tan perverso.
El Pico Viejo, que no ha regurgitado su lava desde 1798, se toma su tiempo antes de soltar sus ardores a la superficie, y el tiempo a su vez requiere lo suyo para trocarlos en cenizas. Cenizas de maldad serían estas, que permanecerían al aire frío de las alturas hasta petrificarse, hasta convertirse en paisaje e incluso adquirir la belleza neutra de lo que nunca vuelve.
Reconoced que este sueño mío -pues no deja de ser un anhelo que, a efectos legales, deberemos calificar como presunto- tiene la ventaja de mandar al puñetero fuego, de una tacada, a prácticamente toda la peña que nos domina y nos miente.
Sí, váyanse al infierno, con su jefe episcopal a la cabeza, váyanse quienes han atado y bien atado la España bajo palio que el propio Rouco alentó, desde su seca conciencia de bacalao moral -y que me perdonen los bacaladitos-, sin que ello le parezca suficiente, sin que ello le prive de derramar su bilis hasta el final. Su bilis y su mentira, que viene, no lo olvidemos, de ese defensor de la familia tradicional y cristiana que pasó piadosamente por alto el divorcio que ornaba la diadema de boda de la futura -o no- reina de España.
Váyanse al infierno, que en el purgatorio ya nos hacen vivir a nosotros, y ésa será la única victoria que pueden arrogarse, la de colaborar, el alto clero y los sepulcros blanqueados del gobierno, para ponernos de rodillas a los españoles. De rodillas ante el altar, ante las leyes, ante la represión, ante la impunidad, ante la arrogancia, ante la corrupción. De rodillas, y sin reclinatorio, en el duro suelo.
Descansen los católicos de buen corazón: esta banda y este jefe no les representan, y ojalá cambien las cosas para que la parroquia se sienta mejor. Pero que en ningún caso deben seguir inmiscuyéndose los pastores de esa manada en la vida civil y la gobernanza de este país, que es lo que harán mientras se les mantenga el chollo.
Es por eso que el de jefe de las faldas y todos los lame-anillos jerárquicos, todos los que adulan a la Iglesia porque ésta, a su vez, les legitima, deben ser engullidos por el Pico Viejo del Teide. Por lo menos durante dos siglos.
Caballeros -y no pocas damas-, váyanse presuntamente al infierno.