Solo hay una cosa cierta en el nuevo estallido violento del largo conflicto Israel-Palestina: varios miles de palestinos morirán en los próximos días. Me aventuro incluso a dar una cifra, aunque parezca frívolo: no menos de 12.000, además de decenas de miles de heridos.
¿En qué me baso para una previsión tan macabra? La matemática más simple, la regla de tres. Es un cálculo a partir de la habitual desproporción de bajas en ambos bandos en cada estallido violento en la zona. Desde que Hamás controla la Franja de Gaza, cada operación militar israelí ha multiplicado por 20, 30 o hasta 40 el número de bajas propias. En 2006, 405 palestinos muertos frente a 11 israelíes. En 2014, 2.310 palestinos por 71 israelíes. En 2021, 253 palestinos y 13 israelíes. La regla se rompió a lo bestia en la llamada “Operación Plomo Fundido” de 2008: en 22 días de ofensiva sobre Gaza, más de 1.300 palestinos murieron, mientras en el lado israelí hubo 14 muertos. Echen cuentas de la relación, que es espeluznante.
Según datos de Naciones Unidas, el coste humano del conflicto desde 2008 hasta hoy (sin contar los muertos de estos días) es de 6.407 palestinos muertos frente a 308 israelíes muertos. Una proporción (o desproporción) de 21 a 1. Teniendo en cuenta que en el actual estallido los muertos en el lado israelí superan a esta hora los 600 –en un solo día, más del doble que en los últimos quince años-, hagan una simple regla de tres y tendrán la estimación de víctimas palestinas que veremos.
Algo más desproporcionado es el número de heridos: 150.000 palestinos contra 6.300 israelíes. E infinitamente más desigual es la presencia de víctimas civiles en ambos bandos, pues en el lado israelí la mayoría de caídos solían ser soldados, mientras en Gaza más de la mitad son civiles, de ellos un gran número de niños. La excepción es el actual enfrentamiento, donde la mayoría de los (por ahora) 600 muertos en Israel son civiles, lo que vuelve más imprevisibles y terribles los días venideros.
La misma regla podríamos calcular en daños materiales: casas dañadas por cohetes en Israel, edificios demolidos e infraestructuras destrozadas por misiles en Gaza. Una desproporción de muertos y destrozos que visualiza la desigualdad histórica en el conflicto, pero también la distinta responsabilidad de unos y otros: es Israel quien sistemáticamente masacra al pueblo palestino, al que no solo bombardea e invade periódicamente, sino que asfixia económicamente, humilla y hace inviable la vida en sus territorios con una política de ocupación y hostigamiento sin la que no se puede explicar lo que sucede estos días. Los terribles ataques de Hamás contra población civil israelí no tienen justificación, son condenables y solo traerán más dolor, destrucción y odio; pero no pueden condenarse sin contexto y sin memoria.
La desproporción de muertos y destrozos tampoco se explica solo por la desigualdad armamentística –el armamento básico y los cohetes caseros de Hamás, contra la última generación de armas en el poderoso ejército israelí–. Tiene que ver con el carácter vengativo que implica cada acción militar israelí. No es una forma de hablar, es el término usado por el primer ministro Netanyahu: “vengaremos con fuerza este día oscuro”, “devolveremos el fuego en una magnitud que el enemigo no ha conocido, pagará un precio sin precedentes”. Dicho por quien preside el gobierno más extremista de la historia de Israel, no es palabrería.
Y teniendo en cuenta el golpe humillante que para Israel ha supuesto el ataque múltiple de Hamás, la imagen de debilidad de sus defensas y su inteligencia, y la necesidad de Netanyahu de mostrar fortaleza en un momento de fuerte rechazo interno, podemos temer una respuesta militar en efecto sin precedentes. Es decir, una matanza sin precedentes, y una destrucción a gran escala de la ya de por sí inhabitable Franja de Gaza. Y todo con la vista gorda, cuando no el respaldo, de nuestros gobiernos.