Podemos ha despertado muchas esperanzas en un sector significativo de la izquierda española, fundamentalmente por cuatro razones: la primera, porque ha cuestionado los déficits de representación del sistema democrático español, proponiendo un modelo de democracia más participativo. La segunda, porque ha cuestionado las políticas económicas neoliberales. La tercera, porque afirma que los partidos políticos tienen un funcionamiento orgánico antidemocrático y no escuchan las voces de la sociedad civil. Y la cuarta, porque creen necesario acabar con la corrupción y establecer un procedimiento más transparente y con mecanismos de control democrático. Me siento próxima a esos argumentos, pues el sistema político que se gestó en 1978 debe ser reformado y debe abrirse un proceso constituyente. Además, las políticas económicas neoliberales deben desactivarse y hacerse políticas de redistribución con la participación activa de los diversos sectores críticos de la sociedad. Asimismo, los aparatos de los partidos deben democratizarse para que los más mediocres no transiten casi en exclusivo por las élites y hagan de la política su profesión. Y, sin duda, la corrupción debe ser eliminada para que no gangrene la sociedad y pueda así imponerse un modelo de comportamiento de honestidad en el uso de los recursos públicos.
También me siento próxima al proyecto político de IU, que desde los albores de la transición propuso a la conciencia de nuestra sociedad un modelo social basado en políticas de redistribución que transformasen las jerarquías de clase. Y no podemos olvidar que el PSOE hizo políticas de igualdad a instancias del feminismo y del movimiento LGTB, que, lejos de detenerse, deben profundizarse hasta que alteren de verdad las jerarquías heteropatriarcales. Esas políticas de igualdad no han sido suficientes, pero sí han sido las primeras que se hicieron desde el poder político. No empezamos de cero. Tenemos una historia de luchas, pero también de conquistas.
Sin embargo, es preciso tener presente que las mujeres estamos en el corazón de esas realidades sociales que la izquierda interpela críticamente. Me preocupa que esta izquierda no sea capaz de hacer de la igualdad entre hombres y mujeres uno de los elementos centrales de su proyecto político. Esa preocupación se origina fundamentalmente por dos cuestiones: la primera, porque las mujeres estamos pagando los costes más inhumanos de esta crisis. Somos mayoría en los salarios de pobreza, en el trabajo sumergido y en el trabajo a tiempo parcial, nuestros salarios son más bajos y nuestra tasa de paro es mayor que la masculina. Pero, además de esta desigualdad en el mercado laboral, hacemos gratuitamente el trabajo reproductivo y de cuidados. Sin el trabajo no remunerado que hacemos las mujeres, la sociedad no podría sostenerse. Por otra parte, la violencia contra las mujeres no puede ser reducida a los asesinatos que se producen cada año, pues eso solo es la punta del iceberg. La violencia patriarcal forma parte de la vida cotidiana de miles de mujeres y niñas en nuestra sociedad. Asimismo, la ausencia de mujeres en los espacios decisivos de poder es una realidad social incuestionable que pone de manifiesto un techo de cristal que impide acceder a las mujeres a aquellos espacios en los que hay poder y recursos. Por su parte, las mujeres migrantes son dirigidas al trabajo doméstico y a la industria del sexo y ocupan los espacios más desvalorizados y peor pagados de la sociedad. Todas nosotras estamos pagando una crisis de la que no somos responsables y con nuestras vidas estamos sosteniendo los cimientos de una sociedad que reproduce y crea espacios de exclusión para las mujeres. ¿Qué propuestas tiene la izquierda para desactivar esta desigualdad?
Y la segunda preocupación se origina en la escasa atención que la izquierda presta al feminismo, pese a que ha luchado incansablemente por derechos que han civilizado nuestra sociedad y han ensanchado nuestra democracia. ¿Qué hubiese sido de la democracia española si el feminismo no se hubiese articulado políticamente para conquistar derechos, como el divorcio, el aborto o la paridad? Y no sólo eso, pues ha estado en la vanguardia de la lucha contra la austeridad y en la defensa de los derechos civiles. La sociedad tiene una deuda con el feminismo y la izquierda tiene la obligación ética y política de asumir ese legado político para hacer otra sociedad. En las dos últimas décadas ha cristalizado un clima ideológico muy reactivo con los derechos de las mujeres y la izquierda debe contribuir a desactivarlo. No puede construirse una utopía colectiva de transformación social sin el feminismo, pues este movimiento social ha protagonizado luchas en la sociedad civil y en las instituciones que han humanizado las condiciones de vida de las mujeres. Y no sólo de ellas. También los hombres han podido acceder a derechos derivados de las luchas feministas, como la conciliación de la vida laboral y familiar, entre otros. Por eso, si la izquierda no es capaz de asumir nuestras vindicaciones políticas, su propuesta de transformación social y política perderá legitimidad. Necesitamos políticas feministas para interrumpir la desigualdad. Si la izquierda no es capaz de satisfacer las demandas y las necesidades de las mujeres, la igualdad será una quimera. Y, además, quizá no encontremos razones para votarles.