Jugando al póker en política
Annie Duke, una famosa exjugadora de póker autora de varios manuales prácticos, explicaba que “el juego del póker no consiste en ganar dinero, sino en tomar buenas decisiones” y concluía con un consejo: “Si tomas la decisión correcta, ganarás dinero”. Algo parecido ocurre en política. La clave no está en pretender llegar al poder directamente, sino en tomar las decisiones correctas que te acaben ayudando a conseguirlo.
Estamos viviendo un momento excepcional de la historia de nuestra democracia. La peculiaridad de esta etapa es que los partidos se disputan el control de todo el poder institucional a todos los niveles, desde el más pequeño ayuntamiento hasta el gobierno europeo. Nunca antes se habían librado tantas batallas a la vez y todas ellas, evidentemente, están interconectadas. Es la guerra total, en todos los frentes de forma simultánea.
Vivimos uno de esos períodos que lógicamente incomodan a la mayor parte de la gente. Casi todo el mundo con el que hablas lo primero que te pregunta es qué va a pasar y sienten una razonable decepción cuando les dices la verdad, que tú tampoco tienes ni idea. Cualquier ciudadano en buenas condiciones mentales tiene muy difícil entender lo que ocurre. El que sienta que le ocurre esto, no saber leer las señales, tiene una buena noticia. Significa que es una persona racional, inteligente y juiciosa. Lo cual, a cambio, posiblemente le inhabilita para sobrevivir en el ecosistema político actual basado en la irracionalidad, la falsedad y la incoherencia.
El problema es el siguiente. En realidad, asistimos a un espectáculo basado en una trama muy entretenida, pero muy difícil de seguir. Es como ver Twin Peaks. Por mucho que te concentres, aunque te entretengas, nunca entenderás nada. La trama de esta especie de gran obra de teatro es la celebración de una importante partida de póker en la que todos los participantes (nuestros políticos) son jugadores profesionales, cuya estrategia es la de fingir en todo momento que son las personas íntegras y firmes. Lo podemos entender con un ejemplo: Nos dicen que los españoles les hemos pedido a los partidos que gobiernen sobre la base del acuerdo, en busca de un amplio consenso y del bien común. No creen realmente eso. Piensan que hemos votado un follón imposible de organizar. Cada uno hemos elegido lo que nos ha venido en gana (es lo que tiene la democracia) y el resultado es esta partida de póker que reúne a una mezcla imposible de jugadores enfrentados entre sí cuyo único objetivo es sacar el máximo provecho a las cartas que le han tocado en la partida.
A partir de aquí, se puede empezar a intentar comprender qué tenemos que hacer para saber lo que pasa. La primera regla es básica. Todos faltan a la verdad todo el tiempo. No por capricho malévolo. Lo hacen porque los demás también ocultan su realidad y si dijeran la verdad jugarían en desventaja porque enseñarían sus cartas auténticas. Para liarlo aún más, cabe la posibilidad de que alguien diga la verdad simulando un farol. El problema es detectarlo. Veamos algunos ejemplos de argumentos de los que cuesta creer su veracidad al cien por cien: ¿Realmente va a impedir Vox un gobierno de las tres derechas si no le dan el reconocimiento que pide? o ¿Va de verdad Pablo Iglesias a forzar una repetición electoral si no le nombran ministro? Lo lógico en este espectáculo es que todo sea incierto, pero como sea verdad y los demás no lleguen a creerlo todo puede terminar como el rosario de la aurora. Incluidos, los propios jugadores.
Así que, si queremos disfrutar del espectáculo hay que sentarse atentamente frente al escenario, tal y como por obligación hacemos cada día los periodistas y analistas políticos. Tenemos que intentar desvelar todo lo que nos digan, siempre. No podemos olvidar que lo normal es que cada mensaje que escuchamos no sea completamente cierto, porque lo que oímos es un mensaje cuyo único fin es descolocar a los otros participantes en la partida.
La realidad es que cada formación política sólo busca su interés particular. Todo lo demás es puro envoltorio: el bien común, el interés del país, el futuro de nuestros hijos, etc. El sistema de partidos políticos en democracia no tiene otro mecanismo de funcionamiento que la lucha por la obtención de la mayor cuota de poder posible. Antes era más fácil de seguir. Sólo había dos grandes partidos que coincidían con los dos bloques ideológicos que dividían la sociedad. Ahora, dentro de los propios bloques hay peleas internas que complican el asunto. La amenaza llega a que incluso algunos de ellos amenazan con destruir su bloque en beneficio del rival tradicional si no obtiene el poder que busca. Es decir, estoy dispuesto a autodestruir mi territorio si no se aceptan mis exigencias.
Hay que tener en cuenta que en el póker sólo se gana algo si otro lo pierde. No es posible que todos salgan ganando. En política, el poder se circunscribe al control de una serie de parcelas. Por tanto, para ganar algo, hay que impedir que quede bajo el control de otro. En la película Rounders, de 1998, protagonizada por Matt Damon y Edward Norton, ambientada en el mundo del póker, se explica la norma básica que nunca debe olvidar un jugador: “Así es el juego; si no descubres al primo en la primera media hora de partida, es que el primo eres tú”. Es decir, aquí alguien tiene que perder seguro. Si no llegas a darte cuenta de quién es el perdedor en una jugada, es que eres tú.