Kurdistán: la pólvora comienza donde termina el petróleo
¡Los kurdos necesitan armas y pronto! Quien lleve unos años viviendo en Alemania no puede más que sorprenderse ante la urgencia del establishment por armar a los kurdos en el norte de Irak, quienes desde hace semanas tratan de detener el avance de Estado Islámico. El diario Bild, un tabloide vinculado a los sectores neoliberales y conservadores del país y abiertamente proisraelí, dedicó hace un par de semanas una serie de artículos a la causa kurda, incluyendo una breve entrevista a Massud Barzani, el Presidente del Kurdistán iraquí. El 14 de agosto, el responsable de la sección internacional del tageszeitung, diario oficioso de Los Verdes, defendía la necesidad de una intervención humanitaria –“una amarga necesidad”– con el fin de evitar un genocidio. A las 06:55 del día siguiente despegaban los primeros aviones de transporte del Bundeswehr cargados con ayuda humanitaria con destino a Erbil, la capital del Kurdistán iraquí. La carga llegó un día después, coincidiendo con la visita exprés del ministro alemán de Exteriores, Frank-Walter Steinmeier. Ese mismo día, Joschka Fischer –ministro de Exteriores desde 1998 hasta 2005– se declaraba partidario de enviar armas a los kurdos. El eurodiputado verde Daniel Cohn-Bendit –abanderado del “intervencionismo humanitario” desde que promovió la agresión de la OTAN a Yugoslavia en 1999– amonestó públicamente a los compañeros de su partido más reacios al envío. Tras haber creado medios de comunicación y gobierno un clima de opinión favorable a la decisión –más o menos como hizo el gobierno rojiverde en las semanas previas al bombardeo de Serbia y Montenegro–, la coalición entre socialdemócratas y conservadores anunció el 20 de agosto su intención de enviar armamento a los peshmerga. “Armas para la infantería de Occidente”, escribía sin tapujos Berthold Kohler en el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Por ahora sólo falta que la canciller dé luz verde a la operación.
Tan inusitada muestra de solidaridad hacia los kurdos iraquíes no puede más que despertar escepticismo, toda vez que el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), una de sus formaciones políticas más importantes e influyentes, sigue siendo considerado por la Unión Europea como “grupo terrorista”, mientras que Estado Islámico sigue, a fecha de hoy, sin serlo oficialmente, aunque la cobertura mediática dé a entender lo contrario. Este evidente absurdo llevó a que la policía alemana detuviese en una manifestación el pasado 10 de agosto en Berlín a un kurdo por portar una bandera con el retrato de Abdullah Öcalan, el presidente del PKK, mientras que un provocador que desplegó la bandera negra de Estado Islámico pudo hacerlo sin mayores contratiempos, ya que, según la policía, “se trata de una bandera legal en Europa”. “Es un escándalo que el PKK, que protege y salva a cristianos, esté prohibido en Alemania mientras que para el ejército asesino de Estado Islámico no haya ninguna prohibición”, declaró indignado el portavoz del grupo parlamentario de La Izquierda, Gregor Gysi.
Sólo con armas alemanas
Sólo con armas alemanasDecía Friedrich Engels que, de acuerdo con la hipocresía protestante, todas las actividades se llevan a cabo por el bien de la decencia. Es un lugar común decir que Alemania ha sido históricamente un país de mayoría protestante, y si bien la religión pierde adeptos, su principio moral básico –la hipocresía– sigue jugando un papel destacado en la política. En el avispero iraquí convergen numerosos conflictos e intereses, pero la versión más extendida por los medios occidentales justifica una intervención con el objetivo de arreglar, irónicamente, los mismos problemas que otra intervención anterior desencadenó. La política genocida de Estado Islámico es ciertamente inexcusable, pero a los Estados occidentales que intervienen en Irak no les mueve precisamente –y a estas alturas debería haber quedado ya sobradamente claro– la idea de la fraternidad entre los pueblos. Como escribe Heribert Prantl en el Süddeutsche Zeitung, “parece más fácil tomar la decisión de entregar un contingente de armas que la decisión de recibir a un contingente de refugiados.”
“Cuando un genocidio sólo puede detenerse con armas alemanas, entonces tenemos que ayudar”, aseguraba la ministra de Defensa, Ursula von der Leyen, el 14 de agosto, y ese mismo día, casi como una respuesta refleja a sus declaraciones, las acciones de la alemana Heckler&Koch –quinto productor mundial de armas de fuego; de su fusil de asalto, el G36, se calcula que se venden 7 millones de unidades al año (tantas como del M16 estadounidense)– se disparaban tras llevar unos días al alza por los rumores del envío de armamento y municiones al Kurdistán iraquí, para luego volver a caer (la compañía salió a bolsa en abril buscando nuevos inversores y mejorar su situación financiera). El 20 de agosto, con el anuncio ya definitivo de la coalición de gobierno, subieron como la espuma las acciones de Rheinmetall y las de ThyssenKrupp se recuperaron ligeramente, ya que habían sufrido días atrás un brusco descenso por el efecto de las sanciones de la UE a Rusia, y el mismo efecto puede observarse en las acciones de Krauss-Maffei-Wegmann, dedicada a la producción de carros de combate y vehículos blindados. Las noticias de guerra son malas noticias para la población que las sufre, pero grandes noticias para empresas como Rheinmetall, ThyssenKrupp, Krauss-Maffei-Wegmann o Heckler&Koch. Otras empresas importantes, como Carl Walther GmbH, dedicada a la producción de armas cortas, no cotizan en bolsa y, en consecuencia, no puede evaluarse el impacto del anuncio de la coalición en sus acciones. Todas las empresas arriba mencionadas realizaron dicho sea de paso generosos donativos desde el año 2009 hasta el 2011 tanto a los cristianodemócratas de la CDU como a los socialdemócratas del SPD y los liberales del FDP. Los resultados hablan por si sólos: según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), Alemania fue en el período 2009-2013 el tercer exportador de armas del mundo y el incremento constante de su presupuesto militar ha hecho que pase del noveno al séptimo puesto en un año.
Uno de los temores de los políticos alemanes que se oponen a la medida es que el envío de armas a una zona de conflicto no está sometido a ningún tipo de control posterior, por lo que muchas de ellas terminan “en manos equivocadas” o en el mercado negro. No es necesario ir muy lejos para encontrar ejemplos: las armas que se enviaron a los rebeldes libios para derrocar a Gadafi en el 2011 terminaron empuñándolas no sólo los yihadistas de aquel país, sino también los tuaregs de Malí –que trataron de proclamar su propio Estado en 2012– y los miembros del grupo Boko Haram en Nigeria. El propio Estado Islámico se nutre de las armas llegadas por diferentes rutas hasta el conflicto sirio y las capturadas al Ejército iraquí, que fueron enviadas por EE.UU. para acabar precisamente con los islamistas que ahora las emplean. A pesar de este peligro real y conocido, “uno tiene que vivir con estas contradicciones”, según Steinmeier. Algunos diputados del partido de Merkel incluso quieren enviar al Bundeswehr a combatir en Irak.
No un Estado, sino un petroestado kurdo
No un Estado, sino un petroestado kurdoOtros de los riesgos que conlleva el envío de armamento, según señala el semanario Der Spiegel, es el de respaldar indirectamente los intentos de los kurdos por crear un Estado propio. Lo que escapa a los redactores de aquella nota es que Washington y Berlín puede que cuenten incluso con esa opción de antemano, y no sólo porque el Kurdistán iraquí posea una fuerza militar organizada –los peshmerga– que se ha demostrado más efectiva que el Ejército iraquí, como se ha comprobado sobre el terreno. Kurdistán ha sido una de las regiones de Irak que ha mostrado mejores resultados económicos, atrayendo a numerosos inversores gracias a sus enormes reservas de hidrocarburos, como recordaba oportunamente hace unos días el New Yorker. Según Bloomberg, el Kurdistán iraquí podría poseer unas reservas calculadas en 45.000 millones de barriles de crudo y el ejecutivo de Barzani afirma que podría aumentar la producción hasta exportar unos 400.000 barriles anuales. Si fuese un Estado independiente, el Kurdistán iraquí ocuparía el décimo lugar en reservas de crudo. ExxonMobil, Total y Chevron han firmado contratos con el gobierno kurdo. Poco sorprendentemente, en los comunicados de CENTCOM –el centro de mando estadounidense responsable de los bombardeos en el norte de Irak– mencionan, junto al “apoyo a las fuerzas de seguridad iraquíes y fuerzas de defensa kurdas en su lucha conjunta contra ISIL”, la “protección de infrastructuras”.
Parte de ese petróleo se transporta por carretera a Turquía sin la autorización del Gobierno iraquí. Aquí entra la geopolítica en serio. La Unión Europea –Alemania, sobre todo– podría estar interesada en la aparición de lo que sería no un Estado, sino un petroestado kurdo. Erbil podría exportar al continente no sólo su petróleo, sino también su gas natural a través de Turquía, e incluso podría dar aliento –modificando ligeramente su recorrido original– al viejo proyecto de Nabucco, un gasoducto impulsado por cuatro compañías europeas y una turca del que, por cierto, Joschka Fischer es asesor. Nabucco se consideró en su día como una alternativa al proyecto South Stream de la rusa Gazprom, cuya posición dominante en el mercado energético comunitario genera como es sabido preocupación en Bruselas, que trata de diversificar tanto sus fuentes de energía como la procedencia de éstas.
Un petroestado kurdo controlado por fuerzas pro-occidentales podría, además de garantizar el flujo de petróleo a Europa, servir de contrapeso a los intentos de Irán por aumentar su influencia en la región, aún al precio de sacrificar la integridad territorial de Irak. (Acaso no esté de más recordar que EE UU miró hacia otro lado cuando Sadam Husein empleó armas químicas contra los iraníes y los insurgentes kurdos en la guerra Irán-Irak, luego que los servicios de inteligencia estadounidenses considerasen al régimen baasista un mal menor en comparación con una República Islámica fortalecida tras una hipotética victoria en el conflicto). No sería al fin y al cabo la primera vez que las potencias occidentales promueven una secesión con fines propios: es lo que hizo EE UU en Panamá a comienzos del siglo XX para obtener el control del canal interoceánico –hecho que inspiró Nostromo, la magnífica novela de Joseph Conrad– y más recientemente EE UU y la UE en Sudán del Sur, que aloja tres cuartas partes de las reservas de crudo de todo el antiguo territorio sudanés.
Sin embargo, en el inmenso tablero de juego en que se ha convertido Oriente Próximo para las potencias que compiten por el control de unos recursos naturales cada vez más escasos, un petroestado no lograría colmar las viejas reivindicaciones nacionales del pueblo kurdo. Una crisis entre facciones podría ser un resultado probable. ¿Cómo podría Erbil sofocar un intento de rebelión interna, especialmente si el PKK trata de dotarla de contenido social? Por citar a Ursula von der Leyen: “Sólo con armas alemanas”.