“El muro físico es es el último eslabón de los muros ideológicos”. Es una frase de la sobrepasada, abrumada y anestesiada Isabel Díaz Ayuso en uno de sus momentos de lucidez involuntaria. Se refería al Muro de Berlín y el independentismo, pero sirve para aplicarlo a sus políticas segregacionistas relacionadas con las medidas para intentar paliar su negligente gestión en Madrid. Su ideología tóxica para la clase trabajadora ha pasado de construir un muro invisible en los barrios populares a hacerlo concreto y tangible. Ayuso y Aguado han construido un muro de segregación y estigmatización dejando la M-30 como frontera urbana similar a “El muro de la peste” marsellés. Un muro elevado con represión policial que de manera discrecional decidirá quién puede salir a servir al rico y quién debe quedarse en zona de apestados.
Los pobres se quedan siempre las tierras baldías. Las más contaminadas, las más insalubres. Ayuso ha creado su propia leprosería en el sur de Madrid utilizando cicatrices urbanas a imagen y semejanza del muro que aislaba a los leprosos de Fontilles. Una construcción imaginaria con una motivación ideológica ya instaurada en la cerca de Felipe II, que se construyó en Madrid para sustituir a la de Arrabal y tenía como razón segregar las zonas fiscal y sanitariamente. Un lazareto ayusista que abarca toda aquella región ocupada por las clases populares, por el personal trabajador que otorga servicios a los distritos y localidades de mayor renta. Un gueto de donde solo salga la mano de obra cada mañana para otorgar un rendimiento sustancial y vuelva a su nido de aceras mordidas a dormir sin molestar. Porque el capital no solo es material, social o cultural, también es espacial.
Un muro que separa a los ricos de los pobres. De eso se trata, de ricos y pobres. Una definición difusa, sí, pero como dice Bernardo Secchi cuando estás en el valle rara vez lo confundes con la cima. Es una obviedad que el confinamiento selectivo no se ha hecho mirando cuál es la renta y la precariedad de sus gentes. Porque no hace falta. Esa situación estructural es la que provoca que el contagio se extienda sin control porque son zonas en los que los servicios públicos, sociales y asistenciales han sido demolidos por las políticas neoliberales de los gobiernos de los que Ayuso y Aguado son herederos. Algunas de las zonas confinadas, como la de Abrantes en Carabanchel, han tenido que afrontar el verano sin ningún médico en su centro de salud. Ahora han sido señaladas, pero seguirán sin médicos.
La segregación ha provocado la mayor incidencia de contagio y el confinamiento condena al segregado con un doble castigo. Ha quedado en evidencia, más allá de lo que digan quienes las aplican, que las medidas pretendían salvar a los barrios y localidades de mayor renta y con un mayor porcentaje de voto conservador. Las medidas tomadas podrían haber sido disimuladas sacrificando alguna zona de renta alta, de las de sus votantes. Pero han preferido ir a pecho descubierto y establecer unos criterios que solo engloben a los barrios populares y dejen fuera sin pudor a los barrios de renta alta, que ellos gobiernan o que se sitúan en zonas de alta actividad económica y turística y sufren la misma situación epidemiológica.
El centro de Madrid, con zonas básicas de salud como Alameda con 827 de incidencia acumulada, Lavapiés con 1.185 o Cortes con 713, ha quedado libre de restricciones mientras otras como la de Francia en Fuenlabrada han sido confinadas con una afectación de 661. La zona básica de salud de Montesa, donde acaba la calle Ortega y Gasset, la milla de oro madrileña con las tiendas más elitistas de la capital, ha quedado libre de restricciones a pesar de superar a la zona fuenlabreña más humilde. Un confinamiento selectivo y muy bien dirigido destinado a asegurar mano de obra a los más ricos.
Los criterios para confinar por zonas básicas de salud permitían además salvar a algunos barrios de pudientes. Hacerlo por localidades obligaría a confinar Alcobendas, donde viven los ricos de La Moraleja. Y eso no puede ser. Ignacio Aguado se cuidaría mucho de no confinar por localidades, que vive en Alcobendas, en una zona que ha quedado fuera de las restricciones. Sus papás residen en La Moraleja. No le han pagado la carrera para que ahora se lo devuelva confinando a los ricos como hacían los socialcomunistas, igualando a todos en un sacrificio colectivo.
Las medidas de Ayuso y Aguado son una declaración de guerra a los habitantes de los barrios populares. Ninguna de las medidas anunciada ha estado acompañada de una mejora sustancial de los sistemas de atención primaria. Los centros de salud están completamente devastados con personal sanitario bajo mínimos. Una de las zonas confinadas en Fuenlabrada con una incidencia acumulada de 1257 por cada 100.000 habitantes sobrevive con un ambulatorio donde, de 16 médicos antes de la pandemia, ahora solo quedan 9.
Si te declaran la guerra, aceptas el envite. Por dignidad y haciendo honor a ese hilo rojo de conciencia colectiva que ha acompañado a lo largo de la historia a los barrios y localidades del sur de Madrid. Con responsabilidad, pero poniendo pie en pared. La declaración clasista y racista del gobierno de Ayuso tiene que construir una respuesta colectiva a la altura de su provocación. Los labios mordidos y la sangre tragada de la gente humilde de Madrid tienen que canalizarse en propuestas colectivas de protesta y acción política. La rabia de clase que ayer asomaba en los ojos de la gente humilde, azotada y devastada, no puede derramarse en el desamparo y la desidia.