Libertad, igualdad, y fraternidad
Al PP le gusta presentarse como el partido de la libertad y la igualdad. Tanto proclamarse un partido liberal e ilustrado, mientras que sistemáticamente se les olvida la tercera pata de la Revolución Francesa: la fraternidad. El último ejemplo de este “olvido” lo apreciamos en política educativa. Una de las medidas estrella del nuevo ejecutivo madrileño es financiar con fondos públicos la opción de estudiar bachillerato en centros privados. Confunden la libertad educativa con que los centros seleccionen a sus estudiantes, que es lo que de verdad sucede, siendo la comunidad de Madrid de las que tiene los centros más segregados por origen socioeconómico del alumnado. Porque eso es lo que hacen mejor los centros concertados y privados, segregar, ya que sus resultados en PISA son similares a los de los centros públicos, una vez que descontamos el efecto del origen socioeconómico de las familias.
El neoliberalismo, del que el PP y Ciudadanos están orgullosos, confunde la libertad educativa con la libertad de elección de centro, confunde la libertad con un supermercado, en el que se elige sobre los productos que están en los estantes. Pero eso es una visión pobre e incívica de la libertad. La libertad es participar en la educación, ser un agente más del proceso educativo. La libertad educativa no es comprar educación con un cheque a cargo del contribuyente (haciendo así un sistema de redistribución regresivo). La libertad en educación es participar en el proceso educativo, construyendo ciudadanía. Es estar pendiente del día a día del centro, de participar de forma democrática en las diferentes instancias educativas. La libertad no es algo que se compra o se vende, como sostienen los neoliberales, la libertad es poder desarrollarse como persona cívica y responsable, en una comunidad cohesionada socialmente.
La educación con cheques transmite el mensaje de que el estudiante es un cliente y el centro educativo una empresa, contribuyendo así al proceso ideológico de mercantilizar todas las relaciones sociales. Para el modelo neoliberal, las escuelas buenas son empresas eficientes que sobreviven a la presión competitiva del mercado, sin preocuparse por lo que en ellas pasa. Frente a este modelo de libertad negativa y competición en igualdad de condiciones formales, que no reales, cabe esgrimir el tercer término de la Revolución Francesa. Una escuela libre, en condiciones de igualdad de oportunidades y fraterna.
Fraterna quiere decir que la comunidad educativa (profesorado, familias, estudiantes, organismos públicos) tienen el derecho y el deber de desarrollar la libertad en sus prácticas cotidianas, donde la educación cívica no sea solo una asignatura más, sino que impregne la vida de los centros. El sentido común de la ideología neoliberal da por supuesto que la libertad es elegir con un cheque en la mano, cuando la libertad es un compromiso cotidiano con la posibilidad de desarrollarse con dignidad. La segregación social a la que llevan las políticas neoliberales no ayuda a construir esa libertad, pues marcan unas escuelas como buenas y otras como malas, las primeras para los que valen, las segundas para quienes no merecen buena educación. Un buen sistema educativo debe cohesionar socialmente, pero potenciar la escuela privada y concertada nos lleva precisamente a lo contrario, a una escuela más clasista. Así, la desigualdad de oportunidades que afrontan los sectores más populares se ven legitimadas por la “libre elección” de centro.
Una escuela en libertad, igualdad y fraternidad necesita de centros con más civismo, más variedad socioeconómica y cultural del alumnado, y que cohesione socialmente las diferencias y compense las desigualdades, no que las acreciente. Sería recomendable que las personas responsables de política educativa del PP leyesen, o releyesen, un libro prohibido en los comienzos del franquismo, Corazón, de Edmundo de Amicis, donde se narra otro modelo de escuela a la que ahora proponen.